sábado, 23 de abril de 2016

Una mujer de fin de siglo. Novela histórica que devela los avatares de Eduarda Mansilla (1834-1892)



Editada por Planeta, aparece la tercera novela histórica de María Rosa Lojo titulada: Una mujer de fin de siglo, que devela los avatares de Eduarda Mansilla de García (1834 - 1892), esposa de un diplomático, y madre; pero, sobre todo, mujer -escritora que desafía a la mentalidad de un siglo y de una sociedad, en irrenunciable necesidad de ser sí -misma por sobre toda otra opción.

Las tres etapas a través de las cuales se desarrolla la historia de la sobrina preferida de Rosas, hija de Agustina, hermana de Lucio Victorio y mujer de Manuel Rafael García, están marcadas por tres fechas: 1860, 1880 y 1900.

Cada fecha imposta diferentes voces. La primera, la de la propia Eduarda; la segunda, a través de Alice Frinet, su secretaria -“amanuense”; y la tercera, en la palabra evocativa de uno de sus hijos: Daniel García Mansilla.

En la primera parte, el encuentro de Eduarda con Judith Miller (en Estados Unidos), favorece el enfoque iluminante de la novela, relativo a los derechos de la mujer desde todo punto de vista pero, sobre todo, en la perspectiva de su desarrollo personal. Éste excluye toda sombra de discriminación, por ejemplo, en el planteo de la posibilidad –en el campo político– del ejercicio del sufragio. El contexto dialogal meduloso que texturan las observaciones de ambas mujeres, aparece enmarcado en cierta estructura de espacios críticos relevantes, respecto del país del norte y la realidad argentina: “La Quinta Avenida deslumbra desde lejos. A uno y otro lado relucen verdaderos palacios de mármol blanco, lujosos pero aéreos” (p. 54). “Me preguntan por mi Sur …” y “…Las sumerjo en el lujo y el espanto, en el exceso y la extrañeza de los sueños” (p. 86).

Como es habitual en la narrativa de Lojo, desfilan los fantasmas que atraviesan la civilización y la barbarie: Rosas, Facundo, Manuelita… las lanzas indias “de caciques duros y brillantes como peces de piedra mojada” (p. 87).

Más allá de estas observaciones, cabe destacar el largo párrafo de la página 94, donde Judith Miller efectúa una lectura del libro de Eduarda, titulado El médico de San Luis, donde se despliegan las ideas de lo que significa ser mujer en la Argentina del siglo XIX y lo que, en realidad, debería significar. Una de las frases con que culmina esta sección, condensa admirablemente el contenido crítico instaurado: “Cuando Judith Miller me mira, ya no puedo ser la que fui.”

En la segunda etapa, y con la aparición de la secretaria francesa, comienza a configurarse la que a mi juicio conforma una escritura en espejos subyacente en esta obra.

Alice Frinet llega a la Argentina con Eduarda (quien se separa por espacio de cinco años de su marido e hijos, que permanecen en Francia), y oficia de pieza de contrapunto respecto de Madame. En efecto, Alice debe dejar la patria con la obligada desgarradura que le imponen sus búsquedas. Por otra parte, aprende de Eduarda los pasos a seguir para confirmarlas. Ella es, sin embargo, quien encuentra al hombre en unión con el cual –a diferencia de Eduarda que se separa–, va a lograr en su vida objetivos intelectuales.

En este lugar, aparece el recurso de la lectura de páginas escritas por Eduarda (digresiones, cartas, diarios), que complementan con eficacia el elemento puramente narrativo y también el dialogal aludido más arriba, cuyos lineamientos conforman el modo expresivo de esta escritura, con matices de hondo lirismo y particularísima sugestión.

Resultan memorables las palabras que Eduarda Mansilla dirije a su hija, quien va a concretar en Francia un matrimonio ventajoso: “Hija mía: soy las cosas que aún no he dicho. Soy la voz que no se escuchó, la partitura no escrita que quizá nunca podrá ser interpretada. (…) Por eso, cuando llegue el momento, no voy a pedirte que me entiendas, sino solamente que creas en mi necesidad” (p. 212). Y luego la deslumbrante descripción del ser de la mujer con que culmina esta parte, cuya constatación dejamos librada al lector.

En 1900, ya muerta la madre, le toca a su hijo Daniel andar y desandar caminos, en un intento por aprehender la figura total de esa mujer que le fuera tan otorgada, y al mismo tiempo tan negada. Él (también escritor, aparte de diplomático como su padre), se entrevista con personajes que tuvieron acceso al mundo intelectual de Eduarda: el conde André Mniszech y la propia Alice Frinet. Este encuentro sobre todo colabora para que la estructura en espejo se complete. Efectivamente, Eduarda - Alice - Daniel diseñan una suerte de encaje de espejos que Daniel debe clausurar.

En la lírica evocación de la imagen de la madre muriente, llega hasta el presente del relato, la propia imagen (fantasmática) de Daniel cuando expresa: “Me arrodillo ante el cuerpo del que fui parte” (págs. 280 - 281).

Puede afirmarse, finalmente, que Lojo ha sabido aprovechar la oportunidad que su novela le ofrece, para plantear un notable paralelo crítico de la Argentina y del mundo respecto de fines de siglos (el XIX y el XX) que, dada su inherente incertidumbre, se establecen en el umbral de la inseguridad y la sospecha.

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