viernes, 12 de diciembre de 2014

Sarmientinas.

Por Soledad Vallejo. 

Fueron 61 y casi todas llegaron a Argentina sin saber una palabra de español, aunque decididas a convertirse en lo que les habían prometido: pioneras en un país recién fundado. La gesta fue parte del proyecto más ambicioso de Sarmiento y tuvo por aliadas activísimas, además de a las docentes viajeras, a Mary Peabody Mann y otras norteamericanas con cierto poder. Increíblemente, hubo que esperar hasta ahora para que la experiencia fuera investigada: acaba de publicarse Las maestras de Sarmiento, de Julio Crespo.

En la escena inaugural hay una mujer y dos varones. Uno de ellos chapurrea francés, otro habla en su inglés nativo. Entre ellos habría un abismo si no fuera por ella: Mary Peabody de Mann, esposa de Horace Mann y, relación epistolar mediante, futura amiga y activista fervorosa de los planes pergeñados por el otro, Domingo Faustino Sarmiento. Es 1847, están en East Newton, cerca de Boston. Es la primera visita que el padre del aula hace, casi por azar, a Estados Unidos (el chileno Santiago Arcos – el mismo a quien Mansilla dedica su Excursión a los Indios Ranqueles –, con quien se encontró en Liverpool, le facilitó los fondos para el viaje), pero más puntualmente al laboratorio político, social y cultural que era Boston al promediar el siglo XIX. Sarmiento sentía, más que admiración, devoción por Horace Mann desde que conoció su Informe de un viaje educacional en Alemania, Francia, Holanda y Gran Bretaña, y lo primero que hizo fue presentarse en su casa. Mann, gracias a la mediación de Mary –que hizo posible la comunicación entre ellos–, le habló y lo llevó de paseo. En Viajes por Europa, Africa y América 1845-47, Sarmiento hace constar su asombro infinito por la obra de Mann, pero más por las mujeres que veía: “Creaba allí, a su lado, un plantel de maestras que visité con su señora, y donde no sin asombro vi mujeres que pagaban una pensión para estudiar matemáticas, química, botánica y anatomía, como ramos complementarios de su educación, debiendo pagarlo cuando se colocasen en las escuelas como maestras; y como los salarios que se pagan son subidos, el negocio era seguro y lucrativo para los prestamistas.”

Que en el inicio haya un trío, que ese trío esté conformado por dos varones reconocidos por los resultados de sus afanes (demasiado innovadores, demasiado utópicos, demasiado optimistas en el papel, y evidentemente productivos en lo real) y una mujer que hace posible, acomodándose en el lugar de intérprete cultural, que el intercambio fluya y las ideas se asienten, no es casual. Algo parecido pasará, años más tarde, cuando Sarmiento llegue a la cima del poder en Argentina y comience a poner en práctica lo que parecía un delirio y resultó tan básico para el proyecto de país que sus sucesores en la presidencia tomarían la posta: la importación de maestras norteamericanas que fundaran, poniendo en juego el cuerpo y un saber específico, un sistema educativo nacional.

Esa escena, ese momento del viaje es el gran disparador del proyecto más ambicioso de Sarmiento –que terminó por realizarse en dimensiones más modestas–, y también de Las maestras de Sarmiento (Grupo Abierto), el libro fundamental en que se convirtió una extensa, profunda investigación cuya pertinencia Julio Crespo comenzó a notar hace más de 20 años, aunque la publicación vea la luz ahora.

GENEALOGÍA DE UN VACÍO

En los ’80, Julio Crespo trabajaba como corresponsal de La Nación en Estados Unidos, una tarea que le permitió ver por primera vez algunas de las fotografías de las 61 norteamericanas que, entre 1869 y 1898, viajaron para poner en marcha el sueño de las escuelas normales argentinas. El tiempo pasó. En alguna cena con ocasión del Festival de Cine de Toronto, en 1986, Crespo comentó el tema y lo poco investigado que estaba (había dado sólo con dos libros que lo trataban, ambos son citados en su propio trabajo), el interés que le despertaba; Julie Christie exclamó: “that’s Hollywood material”. Pero el tiempo otra vez pasó, hasta que dar con un editor interesado (Eduardo Meyer, bibliófilo apasionado) lo puso nuevamente en el camino y lo dotó de un pequeño equipo (María Flores en la investigación iconográfica, Beatriz Cabot en la reproducción de fotos) con el entrenamiento necesario para lo que Crespo define como “sacar agua de las piedras”: dar con testimonios gráficos, foto, grabado, dibujo o lo que sea, de la existencia de esas mujeres, de esos lugares, de las transformaciones. La dificultad estribaba en la ausencia: la aventura de esas mujeres que mudaron de país, de idioma, de mundo político, social y cultural, apenas si solía ser registrado en los anales de la historia como una etapa anecdótica, ¿a qué volver sobre él? En caso de que alguien le formulara esa pregunta, Crespo está en condiciones de responderla: “por un lado, sirve para poner en contexto –con sus circunstancias personales y los momentos políticos de Argentina– el proyecto de Sarmiento, a quien admiro muchísimo; por otra, para ver el encuentro entre culturas que se da: Nueva Inglaterra, el lugar del que provienen las maestras, era una región en ebullición cultural, donde se dieron pensamientos políticos, sociales, económicos y culturales de los que salieron movimientos como el antiesclavismo, el sufragismo y también las pioneras del feminismo norteamericano. Sarmiento admiraba lo que pasaba en Nueva Inglaterra. De allí son también las hermanas Peabody, una de las cuales, Mary, luego viuda de Horace Mann, se convierte en su amiga y pieza fundamental para el proyecto. Las Peabody eran tres, y todas eran casos muy especiales: la madre quería salvarlas de la frustración que ella había vivido (había debido abandonar una carrera literaria prometedora para colaborar en el sostenimiento económico familiar), y las educó en consecuencia; para ellas, el matrimonio no era algo fundamental, por lo que eran algo raro no en el medio en que se movían pero sí en el conjunto de la sociedad. Ese es el mundo con el que se encuentra Sarmiento. Mi objetivo, con el libro, era plantear esos temas, no necesariamente desarrollarlos todos porque es una tarea inmensa, pero sí señalar las conexiones entre la situación personal de Sarmiento, el momento de la cultura norteamericana y la situación de las mujeres ahí, y el proyecto que había de esa Argentina para armar, que implicaba formarla sobre la base de la modernización, la inmigración, la educación, y la importancia que tuvieron esas escuelas normales para la tarea de asimilar a los inmigrantes.”

LA GRAN INTÉRPRETE

Mary Peabody Mann es la que hace posible el encuentro: de ella depende la traducción activa en todo momento, desde el inicial, en que Sarmiento conoce a Horace Mann (y ella es la intérprete que hace posible la conversación), hasta el que se abre en 1865, cuando Sarmiento retorna a tierra norteamericana y concluye en que lo más razonable, para importar en Argentina el modelo educativo, es empezar por importar maestras capacitadas. Mary algo sabía del asunto. Había enviudado de un hombre que había armado el sistema educativo de Nueva Inglaterra, una tarea en la que ella misma había trabajado; era hermana de Elizabeth, la eterna soltera a quien se conoce como la inventora de los jardines de infantes en Estados Unidos (también fue activista de la liberación de los esclavos y feminista; aparece retratada satíricamente en "Las bostonianas", de Henry James); y, si se aburría de esos temas, también podía ir y venir por los círculos literarios, de fácil acceso teniendo en cuenta que su hermana Sophia (artista plástica que criticaba a las “mujeres cuyo principal deseo es casarse” y a las que buscaban maridos poderosos para “brillar con luces prestadas”) estaba casada con Nathaniel Hawtorne. Mary hablaba español porque había trabajado dos años, como institutriz, en Cuba, y llevaba publicado un par de libros (Christianity in the kitchen, sobre la importancia moral de la nutrición; otro en colaboración con su hermana Elizabeth, Moral Culture of Infancy and Kindergarten Guide; la novela con pasajes autobiográficos Juanita se publicó tras su muerte, en 1887). Tenía todos los contactos y toda la voluntad, por lo que lo primero que hace, cuando Sarmiento le escribe preguntándole si podía visitarla, es ofrecerle su mediación para contactarlo con el mundo académico. Con el tiempo, hizo mucho más que eso.

Por empezar, se encargó de detectar candidatas para viajar a Argentina, tarea para la que ganó a Kate Doggett, dama de la sociedad de Chicago, quien no conforme con ser sufragista, fue la primera mujer miembro de la Academia de Ciencia en 1869, el mismo año en que asistió como delegada a la Conferencia de Mujeres, en Berlín. Por no aburrirse, Mary también operó para que la academia norteamericana concediera a Sarmiento una de las cosas que él, autodidacta voraz, más deseaba en el mundo: reconocimiento (no lo logro con Harvard, pero sí con la Universidad de Michigan: un doctorado honoris causa). Finalmente, por practicar el español y dar a conocer algo de la obra del que consideraba “el Horace Mann de América del Sur, con diez mil veces más dificultades que las que nosotros hayamos tenido que vencer jamás”, tradujo Facundo y fragmentos de Recuerdos de Provincia, que logró hacer publicar. Mary es también la que hace malabarismos políticos (personales, públicos) y escribe, a Sarmiento, cartas en las que dice: “últimamente he estado muy ocupada en la muy poco interesante ocupación de la costura, pero no hay mejor tiempo para la ensoñación, y mientras hacía girar mi máquina de coser, me entretenía imaginando lo que haría con diez millones dólares si yo, en lugar del señor George Peabody, fuera su feliz poseedora. Los millones, en mi imaginación, los dediqué a la América del Sur, para fundar bibliotecas, inspeccionar terrenos o cualquier cosa que usted, con su buen juicio, pudiera considerar más aconsejable. Su carta llegó en medio de mis divagaciones, pero, ¡ay! ¡Dónde estaban los diez millones!”

LAS PRIMERAS AVENTURERAS

“Emigración femenina” era el artículo del New York Times que comentaba, en 1865, la hazaña: en Nueva York, 700 mujeres habían abordado un vapor que, para llegar a Seattle (es decir, ir de la costa este a la oeste), ¡debió pegar toda la vuelta por el Cabo de Hornos! Era la manera más segura, en pleno período far west, de hacer llegar chicas casaderas a territorios en proceso de colonización. Poco después, Sarmiento ponía en marcha su proyecto: soñó con mil docentes (sólo llegaron 65: 61 mujeres y 4 varones), que debían ser –como sintetiza Crespo– “maestras normales, jóvenes pero con experiencia docente, de buena familia, conducta y morales irreprochables y, en lo posible, de aspecto agradable”. El dinero que se ofrecía no era despreciable, los contratos tendrían una duración de tres años y podrían ser renovados llegado el caso, las maestras también podrían dar cursos públicos de inglés o lecciones de manera particular. (Las gestiones finales dependían del encargado diplomático argentino en Estados Unidos, Manuel Rafael García Aguirre, a la sazón marido de Eduarda Mansilla.) Para terminar de tentarlas, Sarmiento escribía a Mary que “sus relaciones serían las primeras familias del país” (“por el prestigio que las acompañaría de ir tan poderosamente recomendadas, ser norteamericanas y personas de saber”).

Con las noticias (pocas y desastrosas) que llegaban de Argentina, no resultó tan fácil hallar candidatas convencidas de viajar, en especial teniendo en cuenta que Mary sólo prestaba atención a las de mejores calificaciones. En octubre de 1869 llegó a Buenos Aires la primera escogida: Mary Gorman. En los planes de Sarmiento, ella sería la responsable de fundar la primera escuela normal de San Juan (para la cual había enviado planos sobre los que construir, semillas con las que sembrar el jardín, piano, libros y cuatro máquinas de coser cuando aún estaba en Nueva York), pero la realidad se impuso. Aconsejada por la colectividad extranjera porteña, alarmada por rumores sobre lo infernales que podían ser los 15 días de viaje, Gorman se negó redondamente a emprender el camino. Juana Manso no sólo le dio la razón, sino que intercedió por ella ante Sarmiento (que estaba más que ofuscado) y logró que fuera designada al frente de una primaria porteña (en la que luego abrió el primer jardín de infantes del país). Claro que pasaron largos meses antes de que la norteamericana pudiera cobrar su primer sueldo. “Me dijeron –escribió Manso a Mann– las razones (...), primero, que no le pagaban por ser gringa; segundo, que esa gringa son los ojos de Juana Manso, esa mujer que para oprobio del país está en el Consejo de Instrucción Pública.” (Poco después, Gorman vio morir a su prometido, John Bean, víctima de la epidemia de fiebre amarilla, de la que ella, aunque enfermó, logró salvarse. Al tiempo, se casó con otro inglés, y permaneció en Argentina hasta su muerte, en 1924.) El affaire San Juan no fue breve ni sencillo, y otras de las emigradas, a quienes el propio Sarmiento recibió en el muelle en abril de 1870, se retobaron ante la idea. El presidente acusó de la sublevación a Gorman, luego a Manso, quien alegó inocencia ante Mann: ellas habían ido a visitarla, “me preguntaron qué tal era San Juan. No sé, les contesté, porque no he tenido oportunidad de visitarlo. Pero, en los días de llegada de estas niñas, fue bárbaramente asesinado el general Urquiza (...) y el mismo Presidente suspendió mandarlas”; poco después, Sarmiento volvió a su idea primera, y Manso, a su pedido, intercedió por él pero sin éxito. Sarmiento mandó llamar a las sublevadas y “les dijo lo que un caballero no debe decirle jamás a una señora”.

Entre episodios que registran incluso el arribo de aventureros en busca de la oportunidad (una tal Reina Zaba llegó con un supuesto conde polaco exiliado, a quien presentaba como su padre; cuando se descubrió que la relación era otra, que ella no iría a San Juan y que el conde era un vivillo cosmopolita, Sarmiento los hizo embarcar de regreso, pero otorgándoles –¿para salvar el honor de la república?– una indemnización de mil pesos fuertes) y más negativas para llegar a la tierra natal del presidente, las maestras fueron llegando. Pero Sarmiento no estaba solo: de alguna manera, la Sociedad de Beneficencia había empezado a emprender acciones semejantes (como traer a la polaca Emma Nicolay de Caprile, quien luego fue contratada por el gobierno porteño y fundó el Normal Nº1 –que sigue en pie en Córdoba y Riobamba–, y a Emma Trégent), en otro paso de la loca competencia que Mariquita Sánchez de Thompson había iniciado al fundarla y reclamar para sí la responsabilidad en la educación de las niñas. (Parte de esa polémica puede seguirse en Intimidad y política, la recopilación de textos de Mariquita que María Gabriela Mizraje publicó por Adriana Hidalgo en 2004.)

Por otra parte, aunque los planes contemplaban la importación casi exclusiva de mujeres, fue un varón quien abrió la primera escuela normal: John Stearns, fundador de la Escuela Normal de Paraná, que se convirtió en centro modelo y dividía sus tareas en dos áreas, la enseñanza de las normalistas (hacia allí se dirigían las maestras recién llegadas al país, para aprender español en cuatro intensos meses) y la escuela de aplicación, donde funcionaban la primaria y la secundaria.

EL CRUEL OLVIDO

Cada una de ellas fue pionera. Con su país, dejaban un mundo conocido y previsible para trasladarse a la aventura en toda la acepción de la palabra. Algunas lo detestaron; otras lo adoraron; algunas permanecieron en Argentina hasta su muerte, y otras dejaron el país apenas terminado el contrato; algunas se casaron –notablemente, ninguna de ellas con un criollo– y otras entablaron amistades de larga duración –como Mary Morse y Margaret Collord, quienes se conocieron en el barco que las trajo, trabajaron juntas en Mendoza y, jubiladas a la vez, compraron una bodega que administraron y luego vendieron; salvo un breve interludio, vivieron en Mendoza hasta su muerte, en 1945 y con diferencia de días, y fueron las últimas sobrevivientes de la cruzada–; muchas de ellas fueron sufragistas y activistas del feminismo del momento. Todas marcaron a fuego el diseño del sistema educativo que, a principios de siglo XX, permitió el funcionamiento del gran dispositivo integrador que fue la Argentina con la llegada masiva de inmigrantes. Sarah Eccleston fundó los jardines de infantes (para lo cual siguió la línea de Elizabeth Mann) y luego fundó la Sociedad Froebeliana Argentina, además de representar al país en la Conferencia Mundial de Educación de 1897. Frances Armstrong y Frances Wall debieron enfrentar toda la efervescencia católica cordobesa, exasperada por la conformación de un estado que se declaraba laico. Wall dejó el lugar, y fue reemplazada por Jennie Howard, aliada ideal para Armstrong en la lucha que seguía, y había ganado para ellas el apodo de “las masonas” y para sus alumnos la amenaza del castigo divino encarnado en el verbo de la jerarquía eclesiástica (aunque eso no las dejó sin dar clases). Luego, en San Nicolás, Armstrong y Howard volvieron a complotar y el resultado fue un establecimiento modelo.

Los nombres y las hazañas se multiplican, la lista es extensa. Curiosamente, muy pocas investigaciones se acercaron a ellas: una es Sesenta y cinco valientes. Sarmiento y las maestras norteamericanas –editado en 1959–, de Alice Houston Luiggi, quien logró entrevistar a una de las argentinas que trabajaron con una de las maestras en su juventud; otros son estudios y memorias necesariamente fragmentarias, habida cuenta de que toman experiencias particulares (una escuela normal en particular, etc). (No es el único olvido: Crespo tiene el tino de señalar que también están pendientes estudios integrales sobre el papel de Juana Manso en este período, además de una edición completa de las cartas que intercambiaron Sarmiento y Mary Mann –existen ediciones parciales y que sólo recopilan las misivas de uno de los corresponsales cada una–). La única de todas las emigradas que relató la experiencia fue Jennie Howard, quien a los 80 y pico de años publicó In Distant Climes an Other Years (hay edición en español de 1951), un relato de su llegada y primeras andanzas, en 1883, donde la modestia la lleva a escribir en tercera persona y subrayar cuánto hubo de experiencia en común para estas maestras. Aquí, para su asombro, se encontraron con que “las jóvenes eran mantenidas en parcial reclusión desde su más temprana doncellez. Nunca se las veía en público sino bajo la custodia de algún familiar de más edad o de alguna dama de compañía y eran estrictamente vigiladas en lo referente a sus amistades con el sexo opuesto. Resultaba difícil imaginar la diferencia existente entre la vida social libre de una muchacha soltera en los Estados Unidos de América y la vida sujeta de otra del mismo estado en la Argentina”. Así y todo no sólo vinieron sino que también muchas se quedaron. “Algunas de estas mujeres –escribió Howard– aceptaron el ofrecimiento inducidas por un espíritu de aventura o por el deseo de cambiar de escenario y de ambiente; otras se sintieron atraídas por la perspectiva de llevar a cabo un trabajo mejor en tierras menos cultivadas, donde los resultados podían ser reconocidos más rápidamente; mientras que otras lo hicieron animadas por un elevado ideal de ampliar horizontes, en un impulso por ayudar a aquellos menos favorecidos en los adelantos educativos.”

Fuente: Página 12. Las 12. Viernes, 2 de mayo de 2008.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Eduarda Mansilla de García. Hoy se cumplen 180 años de su natalicio.

Eduarda Mansilla de García, fue un ser de talento excepcional, una precursora de nuestra literatura femenina que forma parte indisoluble de nuestra tradición cultural.Ostenta el título junto a Juana Manuela Gorriti y Juana Manso de fundadoras de la literatura argentina escrita por mujeres; el privilegio indiscutible de ser la primera escritora argentina de cuentos infantiles y el mérito de haber sido la primera literata argentina en publicar una novela en idioma francés.

Los vientos de la historia y políticas culturales que priorizan otros intereses contribuyeron a sumirla en el olvido. Hoy felizmente, hombres y mujeres de letras y reconocidos investigadores están revalorizando sus obras y se han abocado a la tarea de reparar esta incomprensible omisión para brindarnos la posibilidad de acceder al talento de esta mujer de maneras exquisitas que dio muestras al mundo de las luces de la mujer argentina.

Pese a esta reparación, sorprende que las autoridades de Buenos Aires, ciudad que la vio nacer una mañana del 11 de diciembre de 1834, aún no le hayan tributado el homenaje que sin duda merece, imponiendo su nombre a una plaza o a una calle con el fin de resguardar su memoria. Estamos a tiempo, nunca es demasiado tarde para propósito tan loable. Instamos al gobierno de la ciudad autónoma a comprender que como expresara, la destacada literata peruana Clorinda Matto de Turner, ante la fantástica Eduarda nadie puede permanecer indiferente.

Sabedores que la peor de las muertes es el olvido, nosotros su familia, queremos dar a conocer su vida y su obra, por ello hemos querido ofrecerle este pequeño pero sincero homenaje, creando estas páginas que la recordarán para siempre, reproduciendo en ellas las voces de todos aquellos que saben comprender y entender el genio de nuestra antepasada.

Invitamos a todos sin excepción a enriquecer con sus artículos y escritos este eapacio, cuyo fin se resume en las palabras de Eduarda publicadas en la Flor del Aire "Nosotros quisiéramos redimir al pueblo argentino de esa codicia escéptica y egoista que envejece a la Europa, despertando su amor a la gloria a lo bello, a lo sublime"

Por último queremos rememorar las palabras sinceras y sentidas que le brindó el diario "EL Nacional" como despedida el 21 de diciembre de 1892. Ellas reflejan el sentir de quienes tuvieron el privilegio de su trato y el respeto que le dispensaron sus contemporáneos.

“Deber es de la prensa argentina, dedicar un recuerdo a la gentil Eduarda, que tantas veces engalanó con sus charlas literarias, las columnas de los diarios.

¡Que espíritu el suyo, tan artístico, tan refinado, tan Mansilla!

Era abundosa, picaresca, intencionada, para escribir sobre la sociedad, sus costumbres y sus debilidades; pero tenía una bondad patriarcal, una bondad que nada ni nadie – ni recuerdos ingratos, ni trabajos, ni reveses – consiguieron jamás apagar o disminuir.

Tenía una alma fuerte, enérgica, independiente; pero sin aristas ni asperezas.

Lo que muchas gentes hacen con enojo, hacíalo ella con aparente resignación o indiferencia. Elogiaba, elogiaba mucho, siempre mas bien dicho; era buena, sencilla y de un corazón en que no cabían los rencores.

Valía mas como amiga, como mujer del hogar y de la familia que como literata. Pobre Eduarda! si ella pudiera escucharnos, quizá se ofendería por breves minutos, porque tenía la pasión de las letras y el culto de su memoria, alhajada con primor.

Pero es un ejemplo de bondad, el que se vá, va con su cuerpo, para siempre, de entre nosotros; y es justo que alcemos en la hora suprema sobre su natural vanidad literaria muy justificada en cierto modo, la figura de la mujer, dulce, cariñosa, fina inteligente y amable.

Ha hecho las delicias, durante muchos años, de la sociedad que la frecuentaba; ella no distinguía ni la clase, ni el nombre, ni la edad; amaba la buena educación, la cortesía, y jamás negó las gracias del espíritu a nadie.

Era caritativa; tenía pasión por la filantropía, y hasta sus últimos momentos se ocupó de los pobres. Formando parte de una sociabilidad que se modifica violentamente, como la nuestra, su figura brilló y se oscureció muchas veces, así en la sociedad como en la literatura; pero no por eso dejó de ser buena con sus amigos y de conservarles una lealtad que hacía contraste con la veleidad contemporánea.

En fin, Eduarda – y plácenos recordarla por su nombre periodístico – fué un gentil corazón lleno de dulce y sabia filosofía. Había leído mucho; era una de las mujeres mas ilustradas de su país, y mejor informada sobre hombres y cosas, así de aquende como de allende el mar.

Había conocido y trabado amistad con muchos grandes hombres públicos y con las principales celebridades literarias de la Europa.

Ha luchado y sufrido mucho. No fue precisamente la diosa Fortuna, quién dirigió su animosa nave sobre la tierra. Pero ha vivido valerosamente, estoicamente, recibiendo la vida como una carga a la que no se tiene derecho a renunciar, y a la que nada es extraño ni superior.

Su recuerdo, como la vibración de una nota simpática, estará siempre presente en EL NACIONAL, de la que fue asidua é inteligente colaboradora."

NOTA: La foto inédita que embellece esta nota, fue sacada por el reconocido fotógrafo F. Gutekunst en Filadelfia, EE.UU, el 24 de octubre de 1861 y enviada por Eduarda Mansilla de García a su madre Agustina Ortíz de Rozas a Buenos Aires. El original de la misma esta en poder de la familia García-Mansilla.

jueves, 13 de febrero de 2014

CREACIONES (1883), de EDUARDA MANSILLA de GARCÍA


CREACIONES (1883), de EDUARDA MANSILLA de GARCÍA



Portada de la primera edición de Creaciones
editada en 1883. El sello que se puede observar
más abajo corresponde al "ex-libris"
de Luis Felipe de Orleans, Conde de París
a quién la autora le obsequió su libro.
Edición crítica con Introducción y notas de Jimena Néspolo (investigadora del CONICET- UBA)

El libro de relatos Creaciones, publicado originariamente en Buenos Aires, en 1883, contiene las piezas: “Similia Similibus”, “El ramito de romero”, “Dos cuerpos para un alma”, “La loca”, “Kate”, “Sombras”, “Beppa”. En el estudio introductorio, además de analizar la importancia de la figura de Eduarda en su época, siguiendo los pasos de estudiosas como Hebe Molina, María Gabriela Mizraje y María Rosa Lojo, se abordará su obra en tanto precursora del género fantástico en el Río de la Plata, en particular, del “gótico rioplatense”. Estos textos, como los de Sade, trabajan en el límite.

Fue, precisamente, el Marqués de Sade quien presintió en el gótico la existencia de un impulso subversivo, un síntoma de la situación social en la Europa de fines del siglo XVIII; ya en el año 1800, afirmaba que estos relatos habían fructificado y a la vez propiciado “los temblores revolucionarios detectados en toda Europa”. Por su parte, El castillo de Otranto, la breve novela de Horace Walpole ambientada en la Italia medieval y publicada en 1765 es –de común acuerdo entre los historiadores de la literatura– el hito que marca el nacimiento de este fenómeno literario. A fines del siglo XVIII el culto por lo gótico resultaba imparable y era tema frecuente en las revistas alertar sobre los peligros de su “ingestión”, destacando sus efectos corrosivos comparables a los de la ginebra o el láudano, particularmente entre los jóvenes. Jane Austen en su novela La abadía de Northanger –escrita posiblemente entre 1799 y 1801, pero publicada póstumamente en 1818– da cuenta (paródicamente) de la magnitud de este fenómeno. El mismo año en que se publica esta novela, aparece otro clásico del gótico, Frankenstein de Mary Shelley.

Es preciso, por tanto, analizar el abanico temático desplegado en los relatos de Eduarda Mansilla (la lectura como peligrosa ensoñación, la locura, los misterios del amor y las transmutaciones de la materia, los trances de la percepción, el arte como obsesión y anormalidad) a la luz de la literatura gótica de su tiempo, rastreando, a su vez, las complejidades y particularidades formales de su escritura.

Jimena Néspolo es autora, entre otros textos, del ensayo Ejercicios de pudor. Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto (Adriana Hidalgo editora, 2004) premiado por el Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2002.


miércoles, 12 de febrero de 2014

EDUARDA MANSILLA. La mujer que se atrevió a escribir y pensar por su cuenta en el Siglo XIX


Irene Chikiar Bauer, autora del primer libro dedicado íntegramente a Eduarda Mansilla.

Eduarda Mansilla Entre-ellos es una exhaustiva investigación sobre la vida de la escritora que desafió los prejuicios de su época y su clase social. Eclipsada por su hermano Lucio Victorio Mansilla, fue entre otras cosas, la primera escritora de cuentos infantiles de la Argentina.

Eres en extremo original. Tienes más talento que yo, escribes mejor que yo, y sin embargo, pretendes que yo puedo hacer mejor que tú el elogio del artista que ha pintado tu retrato y el de tu hijo. Complaciéndote me vengaré", escribió Lucio V. Mansilla, el autor de Una excursión a los indios ranqueles, un halagador artículo en la sección literaria de El Nacional a su hermana Eduarda. Ella, que además de ser hermana de, era hija de Lucio Norberto Mansilla , el héroe de la Vuelta de Obligado, sobrina de Juan Manuel de Rosas, fue una mujer que brilló por sí misma aunque no encajó en su tiempo. 

En sus tempranos veinte años empieza a publicar sus primeras novelas. Los temas excedían las historias de amor que se suponía eran patria de las señoritas de la época –las pocas que se animaban a escribir– y se metía con temas políticos, con asuntos diplomáticos, de planificación urbana. Incluso, hasta arriesgando la elaboración de un mito originario de la identidad nacional.

Esta y otras son las hipótesis de trabajo con las que la escritora y docente Irene Chikiar Bauer –autora de Virginia Woolf la vida por escrito (2012), la más importante biografía en español de la autora inglesa– regresa con Entre-ellos. Una escritora argentina del siglo XIX, el primer libro que se le dedica íntegramente a Eduarda Mansilla (1834-1892). Con un análisis crítico e histórico de su obra basado, en una exhaustiva investigación que incluye trabajos de otros investigadores que comenzaron a principios de los noventa con el rescate de esta autora. Como María Rosa Lojo, o Hebe Molina. Eduarda fue una representante de la oligarquía terrateniente que, se dijo, desajustaba en su tiempo. Fue compositora musical, periodista y escritora. Es, entre otras curiosidades, la autora del primer libro para niños escrito por una argentina y publicado en el país.

Amiga de Sarmiento, pone empero en duda en sus escritos las ideas sobre civilización y barbarie. En 1860 su marido, Manuel Rafael García Aguirre, es comisionado para estudiar el sistema de justicia de los Estados Unidos. Allí hacen amistad con él, que entonces se desempeñaba como embajador argentino. Eduarda publica su novela El médico de San Luis y en el diario La Tribuna su novela Lucía Miranda, basada en un episodio extraído de la historia argentina. Lo hace bajo el seudónimo de Daniel.

Sarmiento escribió sobre su labor como escritora: "Eduarda ha pugnado diez años por abrirse las puertas cerradas a la mujer para entrar como cualquier cronista o reportero en el cielo reservado a los escogidos (machos), hasta que al final ha obtenido un boleto de entrada a su riesgo y peligro, como le sucedió a Juana Manso, a quien hicieron morir a alfilerazos, porque estaba obesa y se ocupaba de la educación."

Pablo o la vida en las pampas apareció publicada primero por entregas en la revista L’Artiste en francés y luego como libro editado por Lachaud en 1869. En Argentina fue publicada en folletín en el diario La Tribuna, traducida por su hermano Lucio Victorio. entre noviembre y diciembre de 1870. Irene Chikiar Bauer escribió Entre-ellos en paralelo con otra esta investigación a su exhaustivo trabajo sobre otra mujer, Virginia Woolf.

– ¿Inició el rescate de esta autora por tratarse de otra de las desconocidas escritoras del siglo XIX? ¿Por tratarse de una mujer?

–No me interesó hacerla desde el lugar del cupo femenino, esto de "la rescatamos porque es mujer". Hay una teoría del cupo en todo. Sobre todo en la literatura del siglo XIX, donde algunas de las mujeres que escribían quedaban ocultas. Algunas trascendieron, como Juana Manuela Gorriti; otras quedaron en un cono de sombras, como fue el caso de Eduarda. Hay en su obra una serie de elementos que la vuelven original.

Ella va a discutir la noción civilización y barbarie de Sarmiento, va a proponer en Pablo la vida en las pampas, una noción distinta sobre unitarios y federales. Es muy gracioso leer allí cómo ella se burla de los periodistas, en esa época en la que el periodismo y la política estaban muy imbricados. Eduarda no sólo está tratando historias de amor, está sentando postura. Y no se queda solamente en esto, sino que es interesante ver cómo se esmera en el cuidado de lo literario. Escribió teatro, José Martí hizo una elogiosa crítica de su obra La marquesa de Altamira. También fue la primera autora de cuentos infantiles.

Irene Chikiar Bauer
Fotografía de Damián Benetucci
–Sin embargo, a pesar de esta formación con institutrices europeas y de sus viajes, ella hizo una bandera de la identidad criolla.

–A pesar de su pertenencia a la alta burguesía argentina y su ideología, ella como otras mujeres, tal el caso de Victoria Ocampo por ejemplo, muestra cómo podía sustraerse a los prejuicios de su propio grupo social. En mi trabajo sobre su novela Lucía Miranda, lo que me interesó mostrar es cómo ella toma la herencia de la cultura española, tiene epígrafes de grandes escritores. Ella tiene veinticinco de años, quiere mostrar qué piensa de la Conquista, qué piensa de la unión del español con el indio e incluso hace un mito fundacional que es el español que se junta con la india y nace el criollo. Hay una preocupación por ver a la Argentina. No sólo se adelanta al Martín Fierro al hacer una defensa del gaucho, sino que se adelanta también a su hermano. Todos hablaron de Lucio V. Mansilla, pero ella escribió Pablo… antes. En francés. Lucio lo empieza a traducir y lo publica como folletín y luego saca él la Excursión a los indios ranqueles.

– ¿Por qué cree que dejó dicho en su testamento que luego de su muerte no volvieran a publicarse sus libros?

– Si bien ella venía de una familia patricia, bien posicionada económicamente, sus hijos tuvieron que luchar para hacerse un lugar en la Argentina. Una mujer que escribía, y en esa clase social, no era bien vista. Imagino que lo que ella hizo en vida fue hacer lo que quiso –entre otras cosas, escribir–, pero pidió que no se siguieran publicando sus obras luego de muerta. Supongo que, haciéndose eco de los prejuicios de la época, quiso evitarle problemas a la familia. O tal vez lo hizo por no tener el absoluto control de lo que harían con su obra. Ella era muy prolija, muy cuidada con sus textos.

Hombres necios

Lucio V. Mansilla, ese mismo hermano que tradujo la novela de Eduarda, Pablo o la vida en las pampas del francés y que según propone Chikiar Bauer "tal vez allí encontrara el disparador de su propia escritura ya que publicó Excursión a los indios ranqueles después de la aparición de aquella", con una gran misoginia propia de la época se refería a la escritura de las mujeres: "Otra mujer ¡literata y poetisa! ¡y argentina, por añadidura, al parecer! –se queja Lucio Victorio– ¿Cuándo se convencerán, nuestras familias, que en América es precario el porvenir de las literatas, y que es mucho más conducente al logro de ciertas aspiraciones que escribir con suma gracia, saber coser, planchar o cocinar? ¡Y cuándo se funda un gran establecimiento de Educación en el que estas cosas se enseñen científicamente bien! ¿O son de poco momento, cuando nueve décimas partes de los disgustos del marido con la mujer provienen de que le falta un botón a la camisa, que ya tiene más almidón que el necesario y de que el puchero está aguado y el asado ahumado."

Fuentes: Natalia Páez. Publicado en Tiempo Argentino el 31 de enero de 2014