domingo, 6 de mayo de 2012

EDUARDA MANSILLA DE GARCÍA Recuerda "DESDE LA PATRIA" La legación Argentina en París.


          En general los escritos periodísticos de Eduarda Mansilla de García son poco conocidos y hasta el momento no se ha hecho, que yo sepa, compilación y estudio de los mismos. Sería de gran valía una obra académica que diera a conocer esta faceta de una de las escritoras fundacionales de nuestra literatura femenina.

La Ondina del Plata en el año 1875 poco antes del retorno a su patria, nos decía: " Sus artículos sueltos, su correspondencia y escritos de colaboración en periódicos, formarían volúmenes....Su chispa peculiar, su ternura de sentimientos, sus felices reminiscencias de viajera, y la femenina volubilidad de su estilo, delatarían a la autora, dado que el seudónimo de Daniel es un secreto a voces en la América Meridional

          Hoy queremos dar a conocer uno de sus tantos escritos que fuera publicado bajo el título "Desde la patria" el miércoles 26 de mayo de 1880 en la Sección Literaria del diario "El Nacional" de Buenos Aires en su número 10.140 con motivo de la conmemoración de la Revolución de Mayo. .

          Hay en París en el número 5 de la calle de Berlín, una mansión (mansión como dicen los ingleses), que bien conocen y nunca olvidan los argentinos que visitan a París: es ésta la Legación Argentina.

   
          La Legación del país á que uno pertenece, es para el viajero la patria en el extranjero, es el asilo seguro en los momentos de hastío, y no los tiene poco el que viaja, que como dice Madame de Stael «viajar es un triste placer». La Legación es un centro donde se reunen, donde se acogen lejos de su home los hijos del mismo suelo; es la fuente donde acuden los que ansían por noticias intimas ciertas, directas que llegan de esa patria, tanto más querida, cuanto más lejana. La Legación es el punto de reunión obligatorio de aquellos que divididos en el propio suelo por discordias, por rencillas, por mal entendus políticos, siempre transitorios, se unen, se estrechan y a veces hasta se aman pro fundamente en el extranjero. Cuántas veces he visto a hombres que parecían enemigos irreconcilliables en su país, empezar por darse el titulo de compatriota fuera de él y acabar por el de amigo. La Legación es la casa paterna de los que llegan á tierra extraña con frecuencia solos, a veces pobres, desvalidos y están empero seguros de ser comprendidos, casi queridos en aquel centro.

          Allí se habla la propia lengua, allí se ama la misma patria, se sienten las mismas amarguras, se recuerdan las mismas glorias. Qué son á la distancia, en la legación de la lejana patria, esas nubecillas que empañan de continuo el cielo azul de nuestra madre común.

          Díganlo los argentinos que han viajado, allá «allende los mares», como dice el poeta, argentino y hermano no son sinónimos? Gracias al cielo las desavenencias, las discordias que nos agitan por más vehementes, que ellas se manifiesten en la hora aguda de la fiebre, no son de esas desavenencias que llamaré trascendentales y que siendo la lucha de intereses opuestos, antagónicos que vienen desgarrando la humanidad desde su origen, y no es atrevido el decirlo, llegarán difícilmente á encontrar solución pacifica en el viejo mundo. Pero nosotros que tenemos todos "Meme coeur", como canta Victor Hugo, nosotros, lo repito, estamos siempre en camino de entendernos, de estrecharnos, por más que ello parezca estrafalario ó romanezco. Ceda el uno, consienta el otro hoy ó mañana, el tema es idéntico, amor á las instituciones republicanas y pasión por la patria común, las variantes van siempre siguiendo la grata melodía y solo se pierde tiempo, tinta y á veces lágrimas.

          Pero que los disidentes se encuentren en París á la reja de la calle de Berlín y me dirán si las pasadas miserias no les parecen como miradas por el reverso de un anteojo de teatro. Muy pequeñas!

          Todos saben que al penetrar en la Legación Argentina, esa mansión de paz y confraternidad, serán recibidos fraternalmente por un hombre de maneras afables y corteses que parece tener el don extraño de representar en su persona la patria madre con sus dulzuras y sin sus amarguras. Cómo no sentirse puramente argentino en aquel centro en donde todo es afabilidad, cultura y buen tono!

Mercedes Tomasa San Martín Escalada
Mendoza 1816- Brunoy, Francia 1875
          En otro tiempo había en los salones de la calle de Berlín una mujer amable y distinguida, que poseía como nadie el talento de poner á son aise, desde luego, á cuantos tenían la dicha de penetrar en aquel recinto. Doña Mercedes San Martín era por su cultura y distinción una notabilidad. Su trato, de una lady inglesa suavizado por la cortesía francesa, reunía ese no sé qué sud-americano que se siente y no se explica.

Todos los que á ella se acercaron con intimidad, saben que su padre el General San Martín dirigió casi exclusivamente la educación de su hija amada y que ésta fue la compañera fiel y asidua del anciano hasta su hora postrera. Misia Merceditas, como los argentinos la llamábamos, no hablaba nunca de tatita sin que sus ojos se arrasaran en lágrimas. Bello modelo de piedad filial! Me parece verla secundada por la dulce Pepita y el distinguido señor don Mariano, hacer con sencillez encantadora los honores de esos salones suntuosos, en donde el arte y el buen gusto han coleccionado tantas bellezas. 

          Qué argentino no recuerda con grata emoción las soirées de la Legación Argentina, punto de reunión de lo más escogido de la colonia americana y en las noches diplomáticas de cuanto de más encumbrado reúne París. No puedo sin enternecimiento recordar desde la patria el salón cuadrado adornado con copias magistrales de los mejores cuadros del mundo; algunas de ellas obra de Misia Merceditas, eximia artista.

General don José de San Martín
Acuarela pintada por su única hija
Mercedes San Martín
          Quién de mis compatriotas no recuerda ese retrato colocado en un costado del salón, representando un hombre de más de treinta y cinco años, de tez morena, nariz lijeramente aguileña y ojos negros centellantes.

En el fondo se verá los pliegues del estandarte azul y blanco tan caro a todos los argentinos, y en un ángulo aparece una rama de laurel. Aquel hombre no es otro que el General San Martin retratado por su hija. Con un talento digno de un gran maestro, la artista amorosa ha logrado estampar en el lienzo los rasgos característicos del héroe.

Aquellos ojos lanzan rayos y en la frente luminosa aparece la majestad del triunfo y del sufrimiento. No es posible apartar la mirada de aquel semblante severo y bueno á la vez. Se ve que el hombre nació para imperar, el respeto y la admiración se imponen á su vista.

En el salón cuadrado está colocado el piano, que en aquella casa se cultivan todas las artes. Más de una vez, el caro representante de nuestra patria, me dijo con esa sonrisa amena que todos le conocen:

«Eduardita: Aquí canta vd. mejor que en ninguna parte».

«Es cierto, le respondí, miro ese retrato y me inspiro»

          Que los escépticos no crean, hoy no trato con ellos; pero nunca ha resonado mas pura mi voz, que en aquel salón cuadrado.

Mariano Balcarce
Buenos Aires 1807- Brunoy 1885
          Pobre amigo querido, que me leerá en esa Francia su segunda patria, de donde acaban de arrancarle un pedazo del corazón. Lo proclamo bien alto, el Senor. don Mariano Balcarce al desprenderse de esas cenizas ilustres, para él tan queridas, ha hecho un sacrificio inmenso, que los argentinos todos deben retribuirle con agradecimiento ferviente y si es posible con mayor suma de respeto. Díganlo todos aquellos que pisaron aquella mansión hospitalaria, es posible ser mas afable, más benévolo, mas patriota?

          No. Yo que tantas consideraciones debo a esa familia modelo, que fue para mí y mis hijos un centro cariñoso; invito a las damas argentinas a enviar al hijo del General San Martín una palabra de reconocimiento. Sé que mi viejo amigo la recibirá con dulce enternecimiento y profunda gratitud. Propongo la idea para que la lleven a cabo mis compatriotas en la forma que les sea más agradable. El General San Martín amó mucho á Balcarce.

          Ya que el pueblo argentino va a rendir homenaje al héroe, que las madres y las esposas, cumplan con la tarea de dulcificar la pena de un corazón enlutado, donde han debido luchar sentimientos generosos y encontrados; pero en el cual venció el patriotismo."

Eduarda Mansilla de García

Mayo 21 de 1880

martes, 1 de mayo de 2012

Eduarda Mansilla, Lucía Miranda (1860). Edición de María Rosa Lojo y equipo.


El libro "Lucia", firmado con el seudónimo de "Daniel"
que identifica a  Eduarda Mansilla de García se editó
en el año 1860 y no era conocido por quienes
estudiaron su obra literaria.  

          En 1860, Eduarda Mansilla, una mujer de procedencia patricia, publica un folletín que reescribe el mito de la cautiva blanca: Lucía. Novela sacada de la historia argentina, que será reeditado definitivamente en forma de libro en 1882 con el título Lucía Miranda. Novela histórica. (1)

          En 2007, María Rosa Lojo, una reconocida investigadora y escritora que ya en 1999 escribiera una novela dedicada a Mansilla (Una mujer de fin de siglo), edita aquella obra prácticamente olvidada. De este modo, Lojo rescata la figura de la mujer culta e intelectual que escribe y publica en el contexto de los procesos independentistas de la Argentina del siglo XIX, y rememora el simbolismo que el mito de la cautiva blanca instauraba en ese ámbito.

           El volumen es el resultado del proyecto de investigación radicado en la Escuela de Letras de la Universidad del Salvador, “El pasado colonial en la novela hispanoamericana”, que la Doctora Lojo formara junto con el equipo integrado por la Doctora Hebe Molina y las licenciadas Marina Guidotti, Claudia Pelossi, Laura Péres Grass y Silvia Vallejo.

           Una obra de producción enteramente femenina pero que, no obstante, excede ampliamente ese marco de recepción. En la introducción al libro, Lojo explica que, contemporáneamente a la primera publicación de Lucía (1860) en el diario La Tribuna, otra escritora, Rosa Guerra, da a conocer en ese mismo medio su Lucía Miranda (1860). Esta llamativa coincidencia es una prueba de la importancia simbólica que adquiere el personaje aludido, ya que recrea un “mito de origen” en el que se expone la discordia entre aborígenes y conquistadores, la posibilidad o no de integrar las etnias y el papel que juegan las mujeres en la fundación de una nueva sociedad. Lojo decide reeditar la obra de Mansilla por “su complejidad literaria y el alcance de su reconstrucción histórica y porque, de cuantos escritores varones y mujeres abordaron el tema (antes y después de 1869), es la voz de Mansilla la que más interés detenta en la literatura nacional de la que forma parte fundadora” (pp. 11-12).

           En el primer capítulo del estudio crítico (“Eduarda Mansilla”), la editora presenta un apartado minucioso en el que estudia el carácter polifacético de la figura de Eduarda: es hermana de Lucio V. Mansilla (cuya obra también ha sido ampliamente estudiada por Lojo), sobrina de Juan Manuel de Rosas y esposa de Manuel Rafael García Aguirre, un joven perteneciente a una familia antirrosista, con quien Eduarda tendrá seis hijos. Además de escritora y lectora asidua, Eduarda es crítica de arte, periodista, cantante, compositora y traductora. Desde muy temprana edad, escribe y lee en francés; más tarde adquiere el dominio del inglés y del latín. Su vida cosmopolita se desarrolla entre el ámbito de las cortes europeas y de la alta diplomacia internacional. Sin embargo, su identidad y la de su literatura se expresa en la conjunción de lo foráneo y las profundas raíces criollas e hispanas que la devuelven una y otra vez a su país de origen. Mansilla es una mujer culta, sensible e inteligente que supo imponerse en un contexto político e ideológico enteramente masculino.

          De hecho, la primera edición de Lucía está firmada bajo el seudónimo Daniel, con el que Eduarda intenta eludir, por un lado, las críticas de los círculos intelectuales que, sensibles a las escritoras mujeres, las rechazan; y, por otro, de las acusaciones de los sectores más tradicionales, que ven como una transgresión amenazante cualquier otra actividad realizada por mujeres fuera del compromiso exclusivo con la vida doméstica.

          El siguiente capítulo del estudio crítico (“Entre historia y literatura. El mito de Lucía Miranda”) pretende rastrear la historia y reelaboración del mito de Lucía Miranda desde la primera versión conocida.

          Es en La Argentina manuscrita o Anales del descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata de Ruy Díaz de Guzmán (concluida hacia 1612) donde ese mito se da a conocer por primera vez (capítulo VII, Libro I): Lucía Miranda era la esposa del conquistador Sebastián de Hurtado.

          Mientras residen en el fuerte Sancti Spiritus, a orillas del Paraná, dos hermanos timbúes (Marangoré o Mangoré y Siripo o Siripó) se enamoran de la muchacha. Uno de ellos traiciona a los españoles, esclaviza al esposo y rapta a la joven que ha tratado de evangelizar y educar a los aborígenes. La muerte trágica de Lucía redime el amor que despierta frente al cacique y sella su figura como ejemplo de virtud y fidelidad.

           Para Lojo, la versión de Ruy Díaz explica la violencia interétnica y legitima la conquista, a la vez que crea un espacio de ambigüedad que posibilita la aparición de sucesivas reelaboraciones: el drama El charrúa de Pedro Bermúdez (escrito en 1842 y publicado en 1853), las refundiciones que realizan los historiadores jesuitas entre los siglos XVII y XVIII (Del Techo, Lozano, Charveloix, Guevara), las versiones decimonónicas de los españoles Félix de Azara y del deán Gregorio Funes y el drama perdido de Lavardén, Siripo, de fines del siglo XVIII. Además, Lojo prueba la presencia de la saga en lengua inglesa: supone que Shakespeare debió conocer el mito de Lucía Miranda y que lo presenta en La Orbis Tertius, 2008, XIII (14)

          También Sir Thomas Moore lo introduce en la tragedia Mangora, King of the Timbusians, or The Faithful Couple (1718). Sin embargo, la singularidad de la obra de Mansilla frente a todas las variantes reside en la construcción de la protagonista ya que, al proporcionarle un pasado y una genealogía, recrea una “novela de formación femenina”.

          En el tercer capítulo del estudio crítico (“Las Lucía Miranda de Eduarda Mansilla y de Rosa Guerra”), se expone un análisis comparativo de las versiones de Eduarda Mansilla y de Rosa Guerra. Estas escritoras comparten una visión particular del mito que, a diferencia de otras versiones, no localiza en el círculo de los aborígenes los conceptos de maldad y barbarie, sino que (siguiendo la versión del deán Funes) rescata el valor humano del grupo. En ambas novelas se destaca el cuerpo femenino que, en tanto objeto de disputa, provoca violencia pero que, en términos simbólicos, opera como lugar de mediación y, en la Argentina del XIX, expresa el protagonismo de la mujer como mediadora entre los opuestos (entre Naturaleza y Cultura), como educadora y transmisora de valores morales. Sin embargo, la Lucía de Guerra presenta como valor femenino la capacidad de sufrimiento y sumisión, en tanto que, la de nuestra autora es activa: inteligente, astuta, heroica.

          Para Lojo, la Lucía Miranda de Mansilla es una novela que “narra el crecimiento intelectual y moral de su heroína, que reúne la educación, el prestigio y el coraje considerados masculinos (pero no la violencia épica) a las llamadas virtudes tradicionales de su sexo” (pp. 65-66). Sobre el tema del protagonismo femenino resulta interesante el estudio que realiza Hebe Beatriz Molina y cuya lectura es recomendada por Lojo: “Femenino/Masculino en Lucía (1860) de Eduarda Mansilla” (Alba de América, nº 45-46, 2005).

          En el capítulo cuatro del estudio crítico (“Después de 1860. Continuidad del mito”) se abrevian las refundiciones del mito de Lucía, que van desde 1860 hasta mediados del siglo XX. Entre ellas se destacan los poemas “Mangora” de Alejandro Magariños Cervantes (incluido en Brisas del Plata de 1853) y Lucía Miranda. Episodio Nacional de Celestina Funes (1883); las obras de teatro Lucía de Miranda: drama histórico en cinco actos y en verso de Miguel Ortega (1864) y Lucía de Malaquías Méndez (1879); las novelas Lucía de Miranda o la conquista trágica de Alejandro Cánepa (1916) y Lucía Miranda de Hugo Wast (1929). En cada una de estas refundiciones se pondrá nuevamente en primer plano la representación de los dos agentes sobre los que versa este mito original: las mujeres y los aborígenes. La insistencia en estos grupos se convierte en síntoma de la necesidad de debatir y redefinir las implicancias políticas e ideológicas que subyacen en torno a ellos, y de revisar una y otra vez el pasado y el presente nacionales.

          A continuación, la cuidada edición de Lojo y su equipo presenta, a modo de glosario, un estudio en el que se relevan algunos nombres, espacios y conceptos históricos presentados en la Introducción.
          Además, ofrece un exhaustivo análisis ortográfico, morfosintáctico y léxico sobre la lengua que reproduce la novela, es decir, el castellano del siglo XIX con moderada tendencia arcaizante. En la sección de
apéndices se reproducen documentos de relevancia: notas periodísticas que expresan la recepción de Lucía Miranda hacia 1860, dos cartas que enviara Eduarda Mansilla a Vicente Fidel López referidas a su obra y un gráfico del árbol genealógico de la autora, entre otros.

          El libro que nos ocupa reproduce “fielmente” la edición de 1882 que es cotejada con la publicación en folletín de 1860, de la cual se anotan las variantes estructurales. El aparato de notas es vasto y de suma utilidad: se refiere a los epígrafes que Eduarda toma de diversas fuentes (francesas, inglesas, latinas, italianas, españolas), reúne datos históricos y geográficos de suma relevancia para el lector, aporta saberes de teología y artes y proporciona información lingüística tanto de vocablos en lengua castellana como en lenguas aborígenes.

          En suma y para concluir, con esta obra María Rosa Lojo y su equipo recuperan una joya excepcional que es parte fundante de nuestra historia. De esta manera, las autoras contribuyen a mantener viva la memoria colectiva de un esfuerzo doble: el que rescata a la figura femenina que transgrede los cánones sociales y literarios de su época, Eduarda Mansilla; y el que rememora en nuestro presente el simbolismo original de la heroína de papel, Lucía Miranda.
Fuente: Giselle Rodas

(1) NOTA DEL EDITOR DEL BLOG: Cabe consignar, para conocimiento de todos que antes de ser publicada como folletín ya existía una publicación de esta novela editada en libro en el año 1860, que evidentemente no se conocía al momento de editar esta versión académica del libro "Lucía Miranda" de Eduarda Mansilla.