martes, 8 de noviembre de 2011

Eduarda Mansilla: Una escritora argentina del siglo XIX

"Pablo o la vida en las pampas"

Por Irene Ch. Bauer

A qué se debe la reedición, a más de cien años de su primera aparición, de esta novela escrita por Eduarda Mansilla? Sabemos que desde la Colección Los Raros, la Biblioteca Nacional “se propone interrogar los libros clásicos argentinos que han corrido la suerte de la lenta omisión que trae el tiempo y el olvido de los hombres”.

En el caso de Pablo o la vida en las pampas se trata de un olvido que hasta el año 2000, momento de esta edición, acompañaba la suerte de su autora, Eduarda Mansilla, sobrina de Rosas y hermana de Lucio V., el autor de Una excursión a los indios ranqueles. Salvo especialistas, lectores académicos y raras excepciones(1), entre las que se cuenta la novela de marco histórico de María Rosa Lojo, que tiene a Eduarda Mansilla como protagonista: Una mujer de fin de siglo, los lectores desconocían la existencia de esta mujer que fue la primera en publicar en nuestro país un tomo de relatos para niños Cuentos (1880) –alabado en su momento por Sarmiento–, que junto con los de Creaciones (1883) se suman a sus novelas Lucía Miranda (1860), El médico de San Luis (1860) y a su novela de madurez: Pablo o la vida en las pampas (1869).

Además de su último texto conocido Un amor (1885) y de sus Recuerdos de viaje (1882), trabajados por David Viñas en De Sarmiento a Dios: viajeros argentinos a USA, se conservan algunas obras de teatro, en tanto según contó uno de sus hijos, se ha perdido un baúl con obra inédita.La infancia de Eduarda Mansilla transcurrió durante el gobierno de su tío, Juan Manuel de Rosas; temido por muchos pero del que recibía regalos –pesos fuertes, divisas coloradas y retratos del caudillo Facundo Quiroga–, y del que según se cuenta, fue traductora durante la visita del conde Walewsky, enviado por Francia para entrevistar a Rosas en tiempos del bloqueo al Puerto de Buenos Aires. La inteligencia de la niña que sabía idiomas y tenía un gran talento musical admiraba a su hermano Lucio –aunque tal vez lo que él más destacaba era la valentía nocturna de la que hacía gala Eduarda, cuando su ama negra les contaba cuentos de fantasmas–.

La caída de Rosas cambió el rumbo de la nación y el destino de los Mansilla. Contra la opinión de su familia, Eduarda se casó con Manuel Rafael García Aguirre, un diplomático de familia unitaria –la prensa comparó su unión con la de Montescos y Capuletos– al que acompañó a Europa y a Estados Unidos. Eduarda escribió Pablo… en francés, durante su estadía en Francia, donde se publicó la novela, primero por entregas en la revista L`Artiste, y luego editada como libro por Lachaud en 1869. Victor Hugo agradeció por carta a su autora: “Su libro me ha cautivado (…) Hay en su novela un drama y un paisaje: el paisaje es grandioso, el drama es conmovedor”. Lo cierto es que la experiencia mundana y cosmopolita no alejó a la Mansilla de su identidad criolla.

A pesar de su pertenencia a la alta burguesía argentina y su ideología señorial, David Viñas, inscribiéndola en una genealogía que culmina en Victoria Ocampo, dice que ellas muestran “cómo se puede ser gran burguesa sustrayéndose a los prejuicios de su grupo social”. Como señala Francine Masiello, la literatura de Eduarda Mansilla “sacaba la lógica binaria” de la fórmula Civilización y Barbarie, propuesta por Sarmiento, a la vez que “revaloriza la imagen que proclamó el deseo de la Argentina de entrar en la Modernidad”.

Es hora que haciéndonos eco de las palabras de María Gabriela Mizraje que acompañan esta edición de Pablo, aceptemos que “sus gauchos y sus indios no se parecen a los de Echeverría, llegan primero que los de José Hernández y acaso presienten los de su hermano Lucio”. De hecho fue Lucio quien se encargó de traducir Pablo… presumiblemente antes de escribir su Excursión, y hacerlo publicar como folletín en el diario La Tribuna en 1870.

En su novela, Eduarda Mansilla recurre a una historia de amor, la de un pobre gaucho unitario, Pablo, y de Dolores, la hija del federal, dueño de una estancia en las cercanías de Rojas; para debatir y persuadir, como lo hacían los escritores argentinos del siglo XIX. Introduce así a sus lectores franceses y europeos, a la problemática argentina que siguió a la caída de Rosas, cuestionando las polarizaciones: unitarios-federales, civilización y barbarie; pero también advirtiendo a esos lectores: “Los anales del viejo mundo nos muestran a cada paso ejemplos más terribles aún” (114); y agrega “sería injusto y poco generoso medir la civilización actual de nuestros campos, tan vastos, poblados recién ayer, con las medidas de que se sirven para apreciar hoy día el grado de civilización y de progreso de que gozaban los campesinos de naciones que cuentan tantos siglos de existencia política”. Además de de-fender al gaucho, tiranizado por una autoridad despótica que lo marginaliza, Pablo es forzado a la milicia a pesar, como luego ocurrirá con Martín Fierro, de tener la “papeleta” que lo exime; Eduarda Mansilla dibuja un paisaje de la pampa que si bien tiene puntos en contacto con el de-sierto descrito por Echeverría, también es un lugar de “Amor y fecundidad”. Para ella, tanto unitarios como federales deben repensar los abusos, el salvajismo de sus prácticas y proyectar un futuro de inclusión.Como contrapartida a una épica masculina, a través de la historia va surgiendo una heroína, la madre de Pablo, que intenta rescatar a su hijo del ejército gracias a la ayuda y solidaridad de mujeres tan desamparadas y alejadas del poder como ella.Como señala Mizraje: “Un destino fatal empieza a trazarse en el siglo XIX para llegar a su máximo grado de criminalidad y desesperación en el XX”. Micaela, la madre de Pablo, remite a otras mujeres: “La loca de la plaza, a quien viéramos con un pañuelo en la cabeza, guarda vivos los rasgos que serán un plural en las Madres de Plaza de Mayo. La plaza es la misma, la que mira a la Casa de Gobierno, la “locura” también, la de una mujer clamando por la desaparición y posterior fusilamiento de su hijo”.

(1)Cabe destacar algunos de los trabajos precursores –década de 1980-1990– de Lily Sosa de Newton, Diccionario biográfico de mujeres argentinas, las jornadas internacionales de 1992 organizadas por Lea Fletcher, directora de la revista Feminaria, y los trabajos de Francine Masieelo Entre Civilización y barbarie, Mujeres, Nación y Cultura literaria en la Argentina Moderna y La mujer y el espacio público. El periodismo femenino en la argentina del siglo XIX. María Gabriela Mizraje, en tanto, intentó publicar Pablo… varias veces, hasta que finalmente, gracias a la gestión de Horacio González, Director de la Biblioteca Nacional, fue publicada en 2007.

Gentileza de la Revista El Arca.

Sarmiento crítico literario y promotor de mujeres escritoras: su lectura de Eduarda Mansilla



Por María Rosa Lojo
El gran objetivo: la educación femenina

Al igual que su gran adversario, Juan Manuel de Rosas, Sarmiento se apoyó en las mujeres de su familia y de su entorno. Se benefició de su adhesión entusiasta y a la vez prohijó y alentó sus capacidades. Si Rosas supo dirigir (y capitalizar) el talento femenino específicamente hacia la política, la esfera de acción de Sarmiento fue más amplia. La educación popular en general y la educación de las mujeres en particular, constituyeron sus declarados objetivos. Ya en San Juan, el 23 de marzo de 1839, firma el «Prospecto de un establecimiento de educación para señoritas», con el propósito de sacar a las niñas del «encierro en el seno de sus familias» y de proporcionarles otra instrucción más sólida y completa que la simple alfabetización elemental.

La estimación, por parte de Sarmiento, de la obra literaria y artística femenina estuvo esencialmente vinculada a esta meta. Así, daba por bueno el libro escrito por una mujer que apoyara su tesis. O -dicho de otro modo- una obra intelectual y estética producida por una mujer, se convertía para él en la prueba elocuente de los «talentos ignorados», de los «jéneros de mérito [...] desconocidos» que «podría desplegar esta parte interesante de la sociedad con el poderoso auxilio de las adquisiciones intelectuales», como sostiene desde su juventud. En su carta a la escritora Josefina Pelliza de Sagasta, Sarmiento dice haber abierto negligentemente, en medio de un tráfago de ocupaciones, el libro que ésta le había enviado. El azar lo detiene ante una frase que empieza así: «Sepa, ilústrese la mujer y caerá a ese toque de fuerza incontrastable, la ignorancia...». Le bastan esos renglones para incluir a Pelliza en la gran familia de las que llama «mujeres de Sarmiento», y para aclamar su obra: «Su libro, que aún no he leído, es admirable, porque se me traslucen sus páginas, y porque los diamantes no vienen nunca engarzados en vil metal». Termina invitando a la autora a visitar las «obras de arte femenil admirables, pinturas de pincel de mujer» que guarda en su casa, y que anuncian a la nueva mujer argentina.

Omnívoro lector, y aficionado especialmente a las «novelas», género hacía poco introducido en el Río de la Plata, que él reivindicaba frente a los reparos de otros, Sarmiento no se privó de dejar apuntes críticos de sus lecturas literarias, entre las que se contaron las obras escritas por sus compatriotas del «bello secso». Rosa Guerra, Juana Manso (su destacadísima colaboradora en la empresa pedagógica), Juana Manuela Gorriti. Pero Eduarda Mansilla ocupa en sus reflexiones un lugar especial.



Sarmiento, Manuel Rafael García y Eduarda Mansilla: historia de una amistad


La relación con Eduarda y su marido, el diplomático García Aguirre, era estrecha, y de ella dan testimonio las Cartas confidenciales (1866-1872)dirigidas por Sarmiento a Manuel Rafael García Aguirre, quien, en 1868 asumió el puesto de ministro plenipotenciario en los Estados Unidos que Sarmiento detentaba desde 1865, y que abandonó para hacerse cargo de la Presidencia de la República. Las cartas tratan, naturalmente, sobre todo de política, pero casi nunca faltan en ellas los recuerdos a Eduarda (su señora, su amiga y amiga mía, nuestra excelente Eduarda), cuyos méritos singulares no deja Sarmiento de tener en cuenta: «Los talentos de su señora deben servirle mucho en Washington donde deberá establecerse», recomienda a García en la carta del 20 de octubre de 1868. Eduarda estaba lejos, por cierto, de quedarse recluida en el encierro doméstico. Aunque durante el período de su estadía norteamericana, daría a luz un hijo más -Eduardo García-Mansilla, en 1871- se la ve siempre activa en las redes diplomáticas, como que al presidente argentino le llegan, por su intermedio, los saludos, consejos y también los cumplidos del presidente Grant (19/11/70; 14/01/1871); tampoco se inhibe de escribirle ella misma cartas a Sarmiento en pro de su polémico hermano Lucio Victorio, que aquel promete contestar en persona (julio 1872). Se hace ver, respetar y querer: «Sé que Me. [Madame] es la señora de Washington. ¡La felicito! Eso nos pone en predicamento»(12/04/1870), celebra Sarmiento. O bien, estando él en Nueva York, se despide de García: «con mil recuerdos para su señora, de quien he oído hablar aquí con mucho cariño» (28/11/1869). Sarmiento, además, informa en el diario El Nacional (14 de julio de 1870) al público argentino, que ha visto el retrato de Eduarda nada menos que en el Blue Room de la Casa Blanca.

Como apreciativo lector se refiere en varias oportunidades a la obra literaria de Eduarda Mansilla. Desde la mención ocasional (con motivo de haberse reeditado la Lucía Miranda en un artículo donde exalta otros aportes culturales femeninos en medio de la «barbarie» reinante en la vida política), hasta extensos comentarios de libros de la autora. Festeja, sin ambages, la exitosa tenacidad con que Eduarda «ha pugnado diez años por abrirse las puertas cerradas a la mujer, por entrar como cualquier cronista o reporter en el cielo reservado a los escogidos (machos), hasta que al fin ha obtenido un boleto de entrada, a su riesgo y peligro, como le sucedió a Juana Manso, a quien hicieron morir a alfilerazos porque estaba obesa y se ocupaba de educación»8, dice, en El Nacional (abril de 1885), el mismo diario donde Eduarda había comenzado por fin a publicar años atrás...

Consciente de ese «riesgo y peligro», don Domingo había salido a la defensa de la dama con un «Ne touchez pas à la Reine!», temeroso de que críticas arbitrarias pudieran arrebatarle esa posición tan costosamente alcanzada. En el texto «Literatura argentina» (El Nacional, 11 de julio de 1879), Sarmiento celebraba el ingreso de Eduarda en el diario, y comentaba con elogios sus primeros trabajos: uno sobre su visita a la Penitenciaría, y otro sobre el gran baile del Progreso.

A su vez, el mismo año, Sarmiento exhibe, como si se tratase de una condecoración, la carta entusiasta que Eduarda le ha enviado con motivo de un discurso suyo en el Coliseo. En este artículo, titulado «Literatura americana. Cartas de señoras» (El Nacional, 187910) vuelve sobre dos cuestiones que le son muy caras: una, la denuncia de la injusta exclusión de las mujeres de la vida cívica y política, y la urgencia de valorar la inteligencia y la sensibilidad femeninas, singulares e irremplazables. Otra, la simpatía que él mismo despierta en las señoras, al punto que no duda en presentarse, medio en broma, medio en serio, como el «candidato de las damas», el único que realmente podrá hacerles justicia. Y aborda el tópico de las «mujeres de Sarmiento», recurrente en sus escritos11.

Transcribe, a modo de prueba, el billete que le ha dirigido Eduarda con su «bella letra diplomática, grande y clara»: «Felices los pueblos, amigo mío, que tienen un guía como Sarmiento. ¡Qué admirable cuadro de la historia de las libertades modernas! Si usted no es nuestro Presidente, será que no lo merecemos. ¡Y es lástima! ¡Qué brío, qué vigor, y permita a la literata, qué sal ática! ¡Bravo! Mil veces bravo. Con un abrazo repito: ¡Sarmiento for ever!12».

Las otras «cartas de señoras» allí citadas pertenecen, una a Mary Mann y otra a Aurelia Vélez (no nombrada pero sí fácilmente adivinable13, ya que trata del dolor por la muerte de su hermana, Rosario Vélez).

Críticas texto a texto

Sarmiento se ocupa pormenorizadamente de dos libros de Eduarda Mansilla: sus Cuentos (1880) escritos para niños, y sus Recuerdos de viaje (1882), que se refieren a una experiencia vivida por ambos: el viaje y la estadía en los Estados Unidos.

Los Cuentos pudieron absorber la atención de un crítico educador, como era el caso, por motivos que iban más allá de lo estético, en el sentido de «arte por el arte». Ante todo, no era éste un concepto propio de una época de fundación republicana, donde lo literario se subordinaba a lo didáctico, y la fantasía se colocaba al servicio de la formación de los futuros ciudadanos. En este sentido, una obra destinada a los niños resultaba ante todo encomiable por su implícito poder pedagógico.

Sin embargo, Sarmiento destaca que en todo caso los relatos educan apelando a las mejores armas de la imaginación, «saliendo de la rutina de las cosas prácticas», «absurdas y enojosas a fuerza de querer ser racionales». Señala en este sentido Graciela Beatriz Cabal que Sarmiento es, de los pedagogos de su tiempo
«el más cercano a una concepción moderna de lo que hoy llamamos "literatura infantil". Así, en Recuerdos de Provincia, habla de los "librotes abominables", como la Historia crítica de España, en cuatro tomos, que le hacía leer su padre, "ignorante pero solícito de que sus hijos no lo fuesen". Y rememora, en cambio, con indudable placer, la "preciosa" historia de Robinson que durante unos días su maestro había contado en clase»14.

El animismo que domina en los cuentos de Eduarda reproduce -advierte Sarmiento- esas condiciones de la «infancia de la raza humana» que crearon los dioses, al personificar las fuerzas y seres naturales y que se conserva especialmente en el alma de las madres, y en el niño «representante hoy, de los hombres niños, nuestros padres primitivos, que castigaban la mar como Xerjes, o se casaban con el Adriático como el Dux de Venecia»15.

El mérito de la escritora, bien que apoyado en esa condición natural que Sarmiento atribuye a la maternidad, radica en su habilidad para hacerse niña, para pensar desde y con el alma infantil, para dotar convincentemente de pensamiento y sentimientos a una jaulita dorada o a una laucha aventurera. También él, como padre que antes ha sido niño, y ha pasado por situaciones similares, recupera, al leer esos textos, su propia infancia:

«Los cuentos son varios. El tío Antonio, Pascual, Flor, son petits chefs d'oeuvre de artística niñería, contados con galanura y simplicidad. Para estimarlos en su valor, como decía Jesús que era necesario para entrar en el reino de los cielos, "es preciso hacerse pequeño como estos párvulos", y pequeñuelo se hace el autor para escribir, y si bien el crítico no puede achicarse tanto que lo crean niño, los chicos pueden a su turno llamarle papá crítico, y asociarlo a sus juegos, ficciones y cuentos infantiles. En prueba de ello, que este papá, el que lee los cuentos de Eduarda, ha pasado por aquellas alucinaciones que han creado los mitos y dejado sus rastros en la fábula y en la historia»16.

El ejemplo viene a continuación. Sarmiento relata cómo creyó haber presenciado, siendo niño, la llegada de las andas de la Virgen del Carmen ante el jefe militar Urdininea, que debía recibir de la imagen sagrada el bastón de mando para enfrentarse a las montoneras de José Miguel Carreras. Sólo al hablar del tema con un testigo de los mismos sucesos, pero adulto en aquella época, llegó a convencerse de que la escena supuestamente presenciada había sido sólo (o nada menos) que una construcción imaginaria. Que el hecho no hubiese ocurrido en ese tiempo y lugar (Sarmiento presume que pudo tratarse de una confusión con otra situación similar, la de Manuel Belgrano y la Virgen de las Mercedes) no quitaba un ápice, empero, a su poder significativo, a su verdad simbólica. Como en el cuento «Emma Zunz», todo era verdadero, salvo el lugar, la hora, y uno o dos nombres propios...

Los Recuerdos de viaje reciben una crítica no menos extensa donde el primer tema que se toca es el limitadísimo papel de las mujeres en la sociedad argentina, que las condenaba a no ser otra cosa que bellos adornos. Algunas de estas frases, por cierto, describen condicionamientos y valores que están lejos de haber desaparecido:

«Las diez tiranías que pesan sobre nuestra sociedad han reducido la condición de la mujer a creerse una flor o un gigot, de manera que si no huele a azahares o está gordati, si no tiene bellas apariencias, o se ha pasado de punto, o no lo estará jamás, ¿nada más le queda en esta vida? ¡Quédale la murmuración y el confesionario!

»Vayan estos requiebros para hacer honor a la actividad mental de una dama que honra las letras con sus escritos y a su país con lo único durable y exportable, sus letras, muchos de sus libros excelentes, y todos inspirados por una razón madura, un corazón joven, y el sentimiento de la belleza y la solicitud de lo artístico».

La valoración que hace Sarmiento de estos Recuerdos, apunta sobre todo a destacar su carácter reflexivo, incisivo y erudito, en la mejor acepción del término. Los Viajes de Eduarda -observa- son «históricos, razonados y retrospectivos». Nada de impresiones superficiales y fugaces, sino apuntes medulares, dimanados del serio conocimiento de una historia política y cultural, y de sus figuras egregias.

Por eso sus textos se vuelven tanto más recomendables para el futuro viajero. Lejos de los «silbiditos, bullonados, volados y frunces» de una escritora frívola de la vida social, Mme. Vigneau, las crónicas de Eduarda están en las antípodas de lo ornamental. Contienen ciertamente descripciones memorables por su belleza (y Sarmiento acompaña la cita como ejemplo) pero, no menos, por su profundidad, que dan al lector, tout fait, «el juicio que debe formar de lo que no se alcanza a ver, bajo las apariencias primeras, sino después de una larga residencia»18.

La especificidad femenina: no un demérito sino un «plus»

¿Escriben las mujeres igual que los hombres? ¿Ven el mundo de la misma manera? Sarmiento reivindica, para ellas, una diferencia meliorativa, que no se basa ciertamente en un defecto de la inteligencia, sino en un exceso (bienvenido) de la sensibilidad. «La mujer -dice- es la sensitiva humana»19. Sin restarle capacidad intelectual, esta riqueza sensitiva es un sustrato básico, un don de naturaleza exacerbado en parte por las difíciles condiciones históricas a que ha sido sometida, y que ilumina y matiza (no anula) el poder de reflexión. «A esta naturalidad bíblica del dolor que solo enseña el corazón de la mujer, no llegan los grandes escritores sino por un largo estudio, señala cuando se refiere a la carta de Aurelia Vélez». Y concluye: «No hemos querido condenar al olvido estas escapadas que en circunstancias extraordinarias como la muerte de una hermana, hace la capacidad, inteligencia y gusto esquisito de una pluma condenada á hacer solo la lista de la ropa para entregar á la lavandera, su único público»20.

Sarmiento repetirá estas ventajas de la posición femenina cada vez que hable de Eduarda Mansilla. Si le reconoce a la autora «una razón madura», alaba por otra parte su ductilidad para volverse deliberadamente niña desde la aptitud que para ello le da la maternidad, un estado que acerca a las fuentes de la infancia con una espontaneidad que resulta tanto más costosa para los varones. Aun en lo que se consideran frivolidades Eduarda está un paso más adelante, como cuando describe el gran baile del Progreso, porque es,

«a mas de escritor versado, mujer, muy mujer, y lo que es mas, habituada á los refinamientos del High Lifeeuropeo, en cuyo medio ha brillado muchos años en París y Estados Unidos. En materia pues de gasas, flores, brillantes, en "elegancia del vestir" en las reglas del bon ton ha de poseer su paleta de colorista, tintes que nosotros escritores de hacha y tiza, no sabríamos combinar. ¿Quién habría por ejemplo, descubierto que las mujeres se visten para examinarse y criticarse mutuamente, si alguna grande autoridad, salida de sus elegantes filas no revelase el secreto, para nuestro desencanto?»21.

¿Franco apoyo o insidiosa condescendencia?

No obstante los elogios que Sarmiento expresa siempre que se refiere a Eduarda, hay quien ha visto en su actitud más bien una complacencia desdeñosa («patronizing», para usar el difícilmente sustituible término inglés), una forma desviada (tiro por elevación) de la competencia entre varones (en este caso Sarmiento y el brillante hermano escritor de Eduarda, Lucio Victorio) y un instrumento mediante el cual cada uno de los rivales reafirma su figura y encuentra apoyo para sus propias tesis. Para avalar su posición Eva-Lynn Alicia Jagoe22 acude a dos de los textos de Sarmiento sobre Eduarda que hemos comentado: el que exhibe la carta de alabanza (Sarmiento for ever!) a él dirigida (donde, según Jagoe, Sarmiento habría destacado la condición femenina de Eduarda sólo para lucirse y reforzar, por contraste, su propia masculinidad23), y el que reseña extensamente su artículo sobre el baile del Progreso. En este último caso, dice Jagoe, la intención de Sarmiento sería minimizar la condición de escritora seria de Eduarda al tomar como único objeto de su interés crítico un texto menor de la autora referido a algo tan frívolo como un baile, en vez de concentrarse en las obras realmente importantes, como el Pablo, ou la vie dans les Pampas (1869) que expresa opiniones y teorías políticas (disidentes en buena parte respecto de las suyas) sobre la organización nacional. Sarmiento (según Jagoe) asestaría el mazazo final al considerar que las escritoras deben ser eximidas de ser juzgadas con los mismos parámetros que los varones (de este modo las desconoce como pares, y las excluye de la pelea por el espacio canónico de la literatura argentina digna de tal nombre).

Sin embargo Jagoe -a su vez- no toma en cuenta varias cosas: 1) que Sarmiento ha escrito otros textos sobre Eduarda, uno de ellos (el del 29 de diciembre de 1882 sobre Recuerdos de viaje, que ya hemos citado) donde no sólo hace referencia explícita a la madurez de la razón y la profundidad del juicio de la autora, sino que la opone directamente al tipo de literatura frívola de sociedad (la de Madame Vigneau) que sólo ve lo superficial y lo agradable. 2) que en este artículo no deja de mencionar sus otras obras de mayor envergadura como ejemplos de literatura de calidad «La última página trae las "obras del mismo autor". El Médico de San Luis;Pablo ó la vie dans les Pampas, Lucia Miranda, La Marquesa de Altamira, Cuentos, etc., amen de los Recuerdos de viaje y los cien artículos de ocasión que suelen aparecer en los diarios. ¿Qué contienen todos estos libracos? Casi es nada. Contienen el trabajo diario de una inteligencia, de un cerebro, como dirán los modernos, que está en actividad seis, diez horas al día, recapacitando hechos y buscándole á la prosaica vida argentina alguna esquina por donde darle relieve ó imaginarla bella»24. 3) Que debe ponerse en su adecuado contexto su pedido de suspender la crítica sobre las escritoras. No hacía tantos años que ellas habían ingresado a la palestra pública de las letras y su situación seguía siendo precaria y discutida. ¿O no se le habían dedicado al periódico femenino La Camelia (1852) fundado por Rosa Guerra, los siguientes versos agraviantes: «Y hasta habrá tal vez algunos/ Que por que sois periodistas/ Os llamen mujeres públicas/ Por llamaros publicistas». Con este mismo artículo que tanto exaspera a Jagoe, está festejando Sarmiento el ingreso de Eduarda a las páginas de El Nacional que le había costado (según recordará el mismo escritor en 1885) diez años de sostenidos empeños. La caballerosidad masculina, expresada como respeto hacia la creatividad y la autonomía de las mujeres era un artículo muy escaso y altamente necesario en momentos en que esas manifestaciones eran aún incipientes y necesitaban de aliento entusiasta para florecer. Y en que, también hay que decirlo, la mayoría de las señoras no estaban aún a la par de los hombres en lo que a educación respecta. El caso de Eduarda, políglota, cosmopolita, sofisticada y versadísima en literatura e historia, era realmente excepcional. De ahí que Sarmiento insista, preocupado: «... una autora, cualquiera que sea la medida de su talento, su instrucccion, ó su estilo, nunca deja de ser una mujer, una dama que escribe bajo la ejida de la cultura, de la caballerosidad, y del respeto de los hombres. Así andan solas en las calles, asi escriben en libros, y diarios». Más que una displicente condescendencia, sobre todo en lo que hace a Eduarda, cabría ver otra cosa en su invocación final (Ne touchez pas à la Reine!), como bien señala María Gabriela Mizraje: «Lo que aquellas palabras del ex-Presidente en el otoño de 1879 lograban, era pedir (y ordenar) que la dejaran ser. Y hacer. Hacer periodismo y alcanzar las luces de las letras»25.

Muchos años más tarde, otra dama de letras, Victoria Ocampo, reinvidicará el derecho de escribir, bien o mal, pero ante todo como una mujer, sin traicionar la voz propia de un género que es la mitad de la especie humana y que el largo monólogo de la voz masculina no había dejado oír en largos siglos de expresión literaria26. Sarmiento, también hay que reconocerlo, es uno de los que tienen real interés en escuchar esa voz particular, y alzar la punta del velado misterio femenino que tantos de sus congéneres preferían dejar, indiferentes, en la oscuridad y el silencio. ¿Qué sienten las mujeres, cómo piensan, qué desean? Las escritoras pueden hablar para todos y de todas las materias, pero sobre todo, están en óptimas condiciones para hablar de ésas, que pasan inadvertidas a los varones centrados en sí mismos, aunque tal nunca fue el caso de Sarmiento. «Don Yo», tan dispuesto a jactarse de la genialidad que en efecto poseía, sin embargo estuvo especialmente atento, desde siempre, a la psicología femenina, y a la inicua situación de inferioridad en que se colocaba a todo el género. Como que, en su etapa temprana de periodista, en el diario chileno El Progreso (entre noviembre y diciembre de 1842 y enero de 1843), abrió una sección de Cartas de mujeres, firmadas por unas tales Rosa y Emilia que denunciaban en estas limitaciones y que escribía... ¡él mismo!, hasta provocar en el público lector todo un revuelo. Como apunta María Teresa Mortarotti: «... el apoyo brindado a la mujer periodista por El Progreso lo convierte a éste (o lo que es lo mismo, a Sarmiento) en ente vaticinador del papel de la mujer en la sociedad y protector de la escritura femenina por lo interesante y novedosa [...] Apunta aquí Sarmiento, aunque todo sea ficticio, a otro papel de la mujer que aquel de estar a la moda»,«implica, también, un conocimiento profundo de la psicología de la mujer y la aptitud literaria de Sarmiento para mostrar su visión de ese mundo».

En suma, si las escritoras argentinas (las pioneras y las contemporáneas) siguen aún sin ocupar un lugar que merecen en el canon de la literatura nacional, difícilmente sea por culpa de varones como el hijo de doña Paula Albarracín y el amigo y admirador de Eduarda Mansilla. Pensemos, más bien, en el retraso histórico de otros escritores argentinos actuales, que no sólo no leen a sus compatriotas y contemporáneas, sino que se ufanan de no haberlo hecho. O de críticos y críticas que siguen colocándolas en los bordes de las historias de la literatura o directamente fuera de ellas.

FUENTE: Visiones de Sarmiento. Miguel Ángel de Marco y Javier Roberto González . Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Letras, Universidad Católica Argentina, 2010: 121-131.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Reeditan, "Recuerdos de viaje" de Eduarda Mansilla.

Los primeros seis libros de la colección "Las Antiguas", que rescata títulos de escritoras argentinas nacidas en los siglos XIX y publicadas hasta mediados del siglo XX, se presentarán el miércoles 9 de noviembre a las 19,30 en la Casa de la Lectura de Buenos Aires, sita en Lavalleja 924, con la participación de las escritoras que han prologado los libros, Mariana Docampo directora de la colección y Daniela Mac Auliffe, responsable de la editorial.

Esta colección, donde autoras contemporáneas prologan a cada libro y a cada "antigua", tiene como fin "ampliar lo que se conoce de la literatura argentina, y de reponer una genealogía de escritoras que pareciera han sido olvidadas en la historia literaria de nuestro país, es una oportunidad de leer los textos a la luz de una nueva época, explican las responsables de esta serie de libros cuidadosamente editados.

Como un nuevo diálogo en el tiempo, María Rosa Lojo anticipa "Recuerdos de viaje", de Eduarda Mansilla; Cristina Piña es la prologuista de "Stella", de César Duayen y Emma de la Barra, Paula Jiménez hace lo propio en "Lucía Miranda", de Rosa Guerra ; Carolina Esses antecede "La tierra natal", de Juana Manuela Gorriti ; Vanesa Guerra se sumerge en "El lujo", de Lola Larrosa y Mercedes Araujo retoma "Los misterios del Plata", de Juana Manso.

RECUERDOS DE VIAJE

Estados Unidos en el siglo XIX: los viajes en transatlánticos, las ciudades de Nueva York, Washington, Filadelfia, las cataratas del Niágara, la aristocracia y sus salones de fiestas, las galas, el poderío económico, la guerra de secesión, la noción de hogar, de familia y, especialmente, la condición social de las mujeres. Recuerdos de viaje es un libro único en su tipo: las impresiones de una escritora argentina del siglo xix sobre los Estados Unidos de aquel tiempo.

Como dice María Rosa Lojo en el prólogo para esta edición: “La Eduarda narradora que pisa los Estados Unidos se adueña sin pedir permiso de un género mayoritariamente frecuentado por los varones, y se presenta como una viajera cultivada y consumada.” Y más adelante: “De la mano de Eduarda Mansilla recorremos un país donde los dulces no son dulces, los niños no parecen niños porque los disfrazan de adultos y los obligan a comportarse como tales(…)”.

La autora EDUARDA MANSILLA: 

Nacida en Buenos Aires, un once de diciembre de 1834, hija de Agustina Rosas y del general Lucio Norberto Mansilla, fue educada en el círculo íntimo de Juan Manuel de Rosas, hermano de su madre. Como su hermano Lucio Victorio, desde muy joven se sintió atraída por las letras y las manifestaciones artísticas. Casada con el diplomático Manuel Rafael García Aguirre, se trasladó con él a los Estados Unidos y más tarde a Europa. Con el nombre de Daniel,  firmó su primer novela El médico de San Luis, que apareció en 1860 y fue muy elogiada. Con igual firma, publicó Lucía Miranda en el mismo año. Hallándose en Europa, escribió una novela en francés, Pablo ou la vie dans les pampas, que apareció primero como folletín y luego en libro. Fue también periodista y con el pseudónimo de Alvar publicó gran número de crónicas entre 1871 y 1872 en ” El Plata Ilustrado” , de Buenos Aires. Otros libros fueron:  Recuerdos de viaje, Un amor, Cuentos, destinados a los niños y Creaciones publicado en 1883 con trabajos diversos. En 1881 se estrenó una obra de teatro, La Marquesa de Altamira, que se dio más tarde en italiano. Permaneció en París en tanto su marido era trasladado a Austria, donde falleció en Viena en abril de1887. Dos meses después, regresó a Buenos Aires. Falleció el 20 de diciembre de 1892*.

La prologuista MARÍA ROSA LOJO: 


Nació en Buenos Aires, hija de padres españoles, exiliados tras la Guerra Civil. Es autora de cuatro libros de microficciones y poema en prosa (Visiones, Forma oculta del mundo, Esperan la mañana verde y Bosque de Ojos, que recoge los tres anteriores más Historias del Cielo, inédito), cuatro de cuento (Marginales, Historias ocultas en la Recoleta, Amores insólitos, Cuerpos resplandecientes) y siete novelas (Canción perdida en Buenos Aires al Oeste, La pasión de los nómades, La princesa federal, Una mujer de fin de siglo, Las libres del Sur, Finisterre, Arbol de Familia). En el campo de la microficción publicó también el álbum ilustrado O Libro das Seniguais e do único Senigual (Vigo: Galaxia, 2010), bestiario fantástico cuyas imágenes pertenecen a Leonor Beuter. Obtuvo, entre otros, el Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires (1984), Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento (1985), y en novela (1986), Segundo Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires, Primer Premio Municipal de Buenos Aires “Eduardo Mallea”, en narrativa (1996), por la novela La pasión de los nómades. Recibió varios premios a la trayectoria: Premio del Instituto Literario y Cultural Hispánico de California (1999), Premio Kónex (década 1994-2003), Premio Nacional “Esteban Echeverría” 2004, por toda su obra narrativa, la Medalla de la Hispanidad (2009) y la Medalla del Bicentenario otorgada por la Ciudad de Buenos Aires (2010).

FUENTES: Editorial Buena Vista.
* Datos consultados en el Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas de Lily Sosa de Newton (Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1980) y corregidos por el administrador del blog.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Eduarda Mansilla, una escritora para la Nación moderna..





Eduarda Mansilla, una voz singular. 

Por María Rosa Lojo.

Escritora viajera entre mundos y lenguas, Eduarda supo reconocer y enriquecer la propia a partir de la 
mirada comprensiva sobre los otros pueblos. 


Corren los años del segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas. Se ha hecho de noche en Buenos Aires y es hora de acostar a los niños. 

Aquí se trata de dos hermanitos, varón y mujer, que duermen en el mismo cuarto, con las camas decorosamente separadas por una mampara. Dos antiguos esclavos de la casa, el tío Tomás y la tía María, se ocupan de la tarea. Nunca ha sido fácil convencer a los chicos para que se duerman, ni siquiera en tiempos que desconocían las tentaciones televisivas o cibernéticas. La tía María apela a la persuasión de los terrores políticos presentes: “Dormite, dormite hijita, mirá que si no ahí viene Lavalle a comerte”; el tío Tomás prefiere recurrir a la ultratumba, y evoca a los fantasmas que han quedado presos en las mazmorras de la vieja ciudad colonial. Cuando ambos se van, la niña pregunta, como si tal cosa, “–¡Che, Lucio! ¿Estás durmiendo? Yo no he oído nada”. Su hermano mayor, con la cabeza bajo los cobertores, contesta, sin embargo: “–Callate....no hablés, que tengo miedo y me ahogo, y ahora no más entra mamita (esto era lo más temible)”. El niño miedoso de esta anécdota (recogida en sus Memorias por Lucio Victorio Mansilla, el de los indios ranqueles), terminó convertido, muchos años más tarde, en consumado duelista, y construyó con empeño una autoimagen heroica y una brillante literatura por sobre los fantasmas, siempre latentes, de sus angustias infantiles. 

Su hermana y compañera de cuarto, la valerosa Eduarda, también futura escritora, no lo necesitaba. Nunca temió ni al general Lavalle -ogro de los niños federales, por lo que se ve-, ni a la imponente belleza y firme carácter de Mamita, esto es, doña Agustina Ortiz de Rozas de Mansilla: “–¡Zonzo, flojonazo!–continuaba ella”. Quizá por eso sus libros, que juegan con el miedo y lo desafían, abundan en mujeres de coraje. Como su Lucía Miranda, que -siguiendo el mítico episodio de Ruy Díaz de Guzmán, entonces considerado histórico- llega a las Indias con la expedición de Sebastián Gaboto, desarma las argucias de un hechicero timbú y enfrenta la muerte con ánimo inquebrantable. O Micaela, la madre de Pablo, que marcha sola a Buenos Aires para pedir justicia y evitar que el único de sus hijos que ha sobrevivido a las guerras civiles sea, también, ejecutado. 

No es casual tampoco que, en El médico de San Luis, su primera novela publicada en 1860, incluya una verdadera proclama a favor de la “autoridad maternal”. No era, por cierto, esa clase de autoridad lo que había faltado en la familia materna de Eduarda Mansilla. 

Ante su abuela, doña Agustina López de Osornio, se arrodilló para pedir perdón por una falta nada menos que Juan Manuel de Rosas, su hijo mayor, cuando ya era omnímodo Gobernador de Buenos Aires (así lo cuenta Lucio V. en “La madre y el hijo”). Criada en un entorno de mujeres fuertes, con opiniones propias, capaces, algunas (como su tía Encarnación y su prima Manuelita), de una eficaz ingerencia en los asuntos públicos, Eduarda, a diferencia de Victoria Ocampo (con quien tantas otras afinidades tiene, empero), no parece haber padecido mayores “complejos de género”, ni tampoco de “inferioridad geopolítica”. Criolla y cosmopolita, como su hermano Lucio, pudo sentirse tan cómoda en los campos de Buenos Aires como en los salones neo imperiales de París, y logró escribir, desde una novela de costumbres, de innovador lenguaje coloquial (El médico de San Luis), hasta una novela rural argentina en un francés impecable (Pablo, ou la vie dans les Pampas) para que los franceses (y con ellos todos los europeos) comprendieran que la “barbarie” no era privativa de la América del Sur, sino de la condición humana, también en el Viejo Mundo. Polemizó constantemente en sus textos -para desacreditarlas- con las series de oposiciones positivo-negativas “civilización/ barbarie”, “unitarios/ federales”, “ilustrados/ bárbaros”, “europeos/ americanos”, “ciudad/campaña”.

Nota completa en Todo es Historia edición Mayo de 2007

viernes, 9 de septiembre de 2011

"PABLO O LA VIE DANS LES PAMPAS"


 









Para aquellas personas interesadas en la obra de Eduarda Mansilla de García, ponemos a disposición de todos, la primera edición de "Pablo o la vie dans les Pampas" editada en París por la editorial Lachaud en 1869, posibilidad que nos brinda la Biblioteca Nacional de Francia, quién conserva en sus anaqueles tan valiosa obra.


La publicación de esta obra convirtió a Eduarda Mansilla de García en la primera novelista argentina que escribió una novela en francés en la noble tierra de San Luis. Nos alegramos que Francia la haya conservado y valorado como es debido. Hay otro otro ejemplar de esta primera edición en la Biblioteca de Berlín. 


Sin embargo debemos decir con pena que en nuestra Biblioteca Nacional Argentina, no hay un solo ejemplar original de esta pionera de las letras argentinas. Lamentamos que nuestras autoridades culturales no tengan mayor celo en el cuidado de nuestro patrimonio literario.


NOTA: Tengan un poco de paciencia porque el libro tarda unos minutos en bajar completamente. Primero el recuadro se pone celeste luego gris y finalmente podrán ver el libro que se presenta abierto en dos hojas.
Pueden bajarlo a sus computadoras en formato PDF.

viernes, 26 de agosto de 2011

Eduarda Damasia Mansilla Ortiz de Rozas de García y Lucio Victorio Mansilla Ortiz de Rozas.



Miniatura de  Fernando García del Molino ( 1838) 
 Me interesa particularmente destacar a comienzos de los 80 las voces y figuras de estos "dos hermanos transgresores". Nacidos en una familia de rancio abolengo, hijos del héroe de la Vuelta de Obligado: el general Lucio Norberto Mansilla combatiente contra la Invasiones Inglesas y junto al ejército de San Martín, y de la bella hermana menor de Juan Manuel Ortiz de Rosas: Agustina Ortiz de Rosas, criados y educados en el seno de una familia tradicional, culta y adinerada gozaron de todos los privilegios de su clase pero sin embargo se constituyeron en testigos de los hechos políticos y sociales de su época, advirtiendo contradicciones, errores e injusticias que si bien fueron desoídas y silenciadas en ese momento, hoy resultan a todas luces un aporte valioso para conocer los hechos y el pensamiento imperante.

Lucio Victorio, "un dandy" hombre culto, refinado, galante, viajero por el mundo, compartió junto a su hermana la amistad de nobles europeos de entonces: Napoleón III y Eugenia de Montijo, el duque de Orleáns y de escritores y poetas notables de los salones parisinos: Víctor Hugo, Verlaine y Flaubert entre otros. 

Desempeñó distintos cargos en los gobiernos de Sarmiento, Avellaneda y Roca pero es conocido por su obra "Una Excursión a los Indios Ranqueles" la que entrega en capítulos que escribe luego de haber sido designado como comandante de frontera en Río Cuarto, y de realizar un viaje a las tolderías de Mariano Rosas con quien traba entrañable amistad. Esta es una obra imperdible en todo sentido porque rescata no sólo la ubicación geográfica de la Nación Ranquel, sino su reconocimiento, sus costumbres, organización social, lenguaje, la particular "cultura del caballo". 

Frente a la versión oficialista del ranquel que hace Estanislao Zeballos, la crónica de Mansilla muestra el aspecto humano del hombre que se ve obligado a negociar con el gobierno para no perder sus tierras sabiendo que al final no podrá vencer. "Peñi, cuando los cristianos puedan nos matarán a todos…" de Mariano Rosas a Lucio V. Mansilla. En vano Mansilla trata de defender los acuerdos realizados y para acallar su voz se lo envía a Francia donde muere anciano y ciego "abrazado al poncho pampa que le regalara el cacique de Leuvucó".


Eduarda Damasia, una mujer que en su época no se resigna al único papel asignado por la sociedad: ser madre, y se convierte en escritora, también viajera, pianista y cantante de ópera. Contrae matrimonio con Manuel Rafael García, diplomático, de familia unitaria (adversaria de Rosas) del que nacen seis hijos, pero su vida no se limita al cuidado del hogar únicamente.

Lucio Victorio Mansilla Ortiz de Rozas ( 1831-1913 )
Colección privada de su sobrino tataranieto.
Manuel Rafael García-Mansilla
Comparte como su hermano la amistad de la nobleza francesa y el acceso a los salones literarios y artísticos donde se reúnen los escritores y pensadores del momento. Vive durante muchos años en París desde donde escribe prácticamente toda su obra y también en Estados Unidos en donde puede comprobar y admirar la independencia de la mujer norteamericana; es una mujer cosmopolita, viaja, habla cuatro idiomas; confronta sus ideas con Sarmiento, quien por otra parte elogia su labor literaria y su inteligencia, destacando que su capacidad intelectual estaba unida además a una exquisita belleza física. 

Ella, antes que José Hernández denuncia la situación del gaucho, y de las mujeres de la campaña siempre olvidadas, calladas y sufrientes y siempre defendiendo las vidas de sus hombres y sus familias. Tal es así en su novela "Pablo o la vida en las pampas" donde nos hace ver que la barbarie y el salvajismo es común tanto en unitarios como en federales. Escribe un primer alegato a favor de la mujer en "Lucía Miranda" y muestra la vida del interior de provincias en "El Médico de San Luis". 

Comparte junto a su hermano los ideales del Romanticismo, pero también como él su prosa tiene mucho del Realismo cuando actúa como observadora que describe con minuciosidad y a veces con crudeza la realidad que quiere mostrar. Y como su hermano, no está de acuerdo con la oposición "Civilización o Barbarie" trata de encontrar una visión superadora de esta contradicción, diciendo que aún los más civilizados: los europeos, muestran rasgos de violencia o de barbarie desde que millares de ellos deben emigrar a otros países, víctimas del hambre, la pobreza y las persecuciones. En definitiva se coloca del lado de lo que tendremos que llamar la Barbarie: gauchos y aborígenes son motivo de su mirada humanitaria. 

Es dueña de su vida personal y no actúa atada a las convenciones sociales como las mujeres de su época. Ella, como Lola Mora o Cecilia Grierson, inicia el camino de la independencia y la valoración de lo femenino en los distintos ámbitos de la actividad humana. Decepcionada quizás por no ser considerada en su propia tierra, se llama a silencio recluyéndose en su hogar, y dejando al morir la última voluntad de que su obra no sea publicada.

Eduarda Damasia Mansilla Ortiz de Rozas ( 1834-1892)
Retrato propiedad de su tataranieto
Manuel Rafael García-Mansilla
Rescatada de ese olvido que eligió, por la investigadora y escritora María Rosa Lojo, entre otras, la voz de Eduarda Mansilla, desde la Generación del 80, toca a nuestro corazón con la poderosa fuerza de una inteligencia refinada e intuitiva. Podemos observar en ella a la mujer que elige el arte y la libertad, caminos más solitarios y peligrosos para una mujer; antes que la "neurosis" en la que se refugiaban tantas matronas de entonces resignadas a la seguridad de sus "casas de familia" donde solo eran esposas y madres. "La locura - advierte trágicamente Eduarda- es el camino que le espera a la mujer que no acepta ni se resigna al único papel que se le reconoce: ser madre".

No nos olvidemos que en Europa, Sigmund Freud inaugura el Psicoanálisis como método para tratar las enfermedades mentales, y en la Argentina del 80, el Dr. Ramos Mejía y José Ingenieros(médico y farmacéutico) comienzan con estudios profundos referidos al tema.

Si bien los gobernantes del 80 construyeron un modelo de país que indudablemente sirvió a los intereses económicos de Gran Bretaña respondiendo al papel y lugar que le habían asignado "los amos del mundo" en ese tiempo y siguiendo los dictados de la "división internacional del trabajo"; es importante destacar la tarea de todos aquellos que aportaron a la evolución del conocimiento y de la ciencia en nuestro país, y que justamente vivieron en esta época. Rescatar lo "positivo" del Positivismo es no olvidar que en estas décadas se establecieron no sólo las estructuras necesarias para construir la vida civil e institucional de la Nación Argentina, sino también los cimientos de la Medicina, la Psicología Científica, la Psiquiatría, Las Ciencias Naturales (Botánica, Zoología, Geología y Química),la Paleontología, el Derecho…cada rama del conocimiento adquirió categoría de Ciencia al ser determinado su objeto específico, sus principios y su autonomía respecto de las demás.

Más allá de las consideraciones y las críticas que hoy, a casi ciento treinta años de los hechos, podamos realizar a los políticos y economistas de esta Generación, hay una realidad que nos muestra a intelectuales y científicos que incursionaron en distintas ramas del saber; la mayoría de ellos trabajadores incansables que no acumularon bienes materiales y tuvieron una vida modesta, muriendo en la pobreza o en la mayor austeridad.
En una segunda etapa: "Revolución del 90 a Gobierno de Hipólito Irigoyen" veremos cómo junto a los cambios políticos y sociales también aparecen nuevos movimientos literarios, nuevas corrientes artísticas y musicales y por supuesto descubrimientos científicos y grandes inventos.-





María Echave .- Coronel Moldes, 17 de Junio de 2008 - Charla /Debate organizada por Rotary Club.-