jueves, 21 de enero de 2010

Otra excursión al país del norte: sobre Recuerdos de Viaje (1882) de Eduarda Mansilla (1838-1892)

Por Vanesa Miseres.


Tanto los viajes antiguos como los modernos han demostrado que el recorrido por diversos espacios y tiempos permite a un sujeto y su sociedad la construcción de una mirada sobre otras culturas y sobre sí mismos. Crónicas, diarios, notas, mapas y grabados, todos ellos como formas de registro del viaje, han revelado aquellos espacios en donde se establece una “zona de contacto” (Pratt 26, 27) con el otro. A propósito de la apertura de las denominadas “literaturas fundacionales,” el análisis del relato de viaje ha cobrado en las últimas décadas, un particular protagonismo como objeto de investigación de diversas disciplinas que analizan en estas representaciones el contraste entre culturas y la existencia de modos atípicos de enunciación de la subjetividad en la escritura. Es así como, dentro del corpus de la literatura fundacional latinoamericana, hoy en día es posible pensar a los relatos de viaje (como los de Humboldt, La Condamine o los viajeros ingleses en Sudamérica) como parte integrante—en su lectura y reelaboración del sector criollo—de la materia literaria del continente. Se hace visible así cómo el género ha funcionado como referente para la creación de los tropos y metáforas que dieron forma a Latinoamérica en el imaginario de las naciones ya independizadas (Prieto 37, 165).

Al mismo tiempo, dentro de este imaginario, el relato de viajes fue sentando normas de escritura que privilegiaron una perspectiva predominantemente masculina, en tanto toda narración de un viaje suponía como punto de partida a un sujeto encargado de observar, investigar o explorar su propia subjetividad en nuevas dimensiones geográficas y espirituales, generalmente alejadas del espacio privado de la propia cultura y del hogar, es decir, lejanas a las esferas de acción del género femenino (Paatz 67). Como resultado de esta experiencia, es entonces el hombre (quien puede emprender estas aventuras), el único sujeto al que se considera capaz de aportar conocimiento para la construcción de una identidad nacional propia. Indefectiblemente este imaginario dejó un espacio complejo de acción para aquellas mujeres que no obstante, emprendían viajes y escribían sobre ellos.

Aunque de modos menos “visibles” para esta perspectiva masculina canonizada, éstas han hecho uso de la literatura de viajes. Este género discursivo resultaba particularmente atractivo a las mujeres del siglo XIX por tratarse de una literatura que, pese a todo intento de categorización, es esencialmente heterogénea, permitiendo la fusión de un registro privado (la forma y el tono del diario o las cartas) con aspectos de la escritura de carácter público (la transmisión de datos objetivos y fidedignos para un propósito colectivo). A través de una escritura de este tipo, las mujeres tenían la posibilidad de atravesar esferas a las que por principio estaban privadas: la escritura como profesión, la vida intelectual pública.

Eduarda Mansilla—una de las figuras más representativas de la “mujer viajera” en el siglo XIX en Sudamérica—resulta ejemplar para el análisis de esta dinámica. A través de un breve estudio de su obra Recuerdos de viaje de 1882, intentaré poner en evidencia su singular modo de lidiar con la estructura discursiva del relato de viajes, de manera tal que ésta le permite construir su propia autoridad en la escritura, al mismo tiempo en que la narración de su itinerario funciona como una plataforma desde la cual enunciar un juicio individual sobre el territorio americano y nacional.

Como quise señalarlo con el título de este trabajo, será obvia en la lectura de Recuerdos de viaje la resonancia de Una excursión a los indios ranqueles, canónico texto de su hermano Lucio Mansilla, cuando la escritora reflexiona sobre el futuro de los indígenas norteamericanos, “hijos del desierto,” como de hecho los llama. También saltará a la vista de muchos lectores que este viaje, no puede ser sino otro viaje más dentro de la serie de los viajeros escritores gentleman de la denominada generación del ‘80; u otro viaje más los Estados Unidos, después del de aquel gran iniciador Domingo Faustino Sarmiento y sus Viajes, que lo conducen al país del norte en 1847. Si bien las lecturas críticas existentes hasta el momento han recuperado al texto destacando este juego de similitud-diferencia con intelectuales canónicos y cercanos a Mansilla (en su vida y contexto), para mi análisis considero que estas lecturas sólo pueden funcionar como punto de partida para analizar a Recuerdos de viaje como texto que aporta singulares perspectivas sobre la mujer y los mecanismos retóricos a través de los cuales ésta reflexiona sobre su posible inserción dentro de la figura convencional del viajero y su relato, en medio dentro de una tradición cultural que, como mencioné antes, se vale de este género para pensar a las naciones emergentes.

“Una viajera distinguida”

Es la propia Mansilla la que insiste en su carácter distintivo como viajera a lo largo de Recuerdos de viaje. Afirmaciones como “gracias al pasaporte diplomático,” “en mi calidad de lady” (11), o “sin más títulos que el de extranjera distinguida” (50) nos introducen a una mujer que se presenta a sí misma como avezada y privilegiada en la práctica de viajar. Recuerdos de Viaje narra el arribo y estadía de la escritora en Estados Unidos en la década de 1860, traslado que realiza luego de otra larga estadía en Europa. En ambos destinos, Europa y los Estados Unidos, Mansilla se encuentra acompañando a su esposo (Manuel Rafael García Aguirre), quien desempeñaba funciones diplomáticas en representación del Estado argentino (Szurmuck 58). Su estadía en Estados Unidos abarca cuatro años, tiempo en el cual recorre diferentes lugares tales como Washington DC, Philadelphia, las Cataratas del Niágara, parte de Canadá y Boston.

El texto que hoy conocemos fue publicado 20 años después de la fecha del viaje, primero por entregas en el periódico La Gaceta Musical y dos años más tarde (Paatz 69), en 1882, en forma de libro. Aunque por esta razón no sea posible medir el grado de reelaboración del mismo, Recuerdos de viaje parece indicar la intencionalidad de alcanzar a un público definido—la aristocracia porteña—y funcionar dentro de éste como una guía para aquellos que como ella, poseían el privilegio de viajar a los centros culturales y económicos del mundo: El relato describe los pormenores que componen el ritual del viajero, las ventajas y desventajas, las diferencias y similitudes entre viajar hacia un lugar u otro, las incomodidades, los tiempos, y los sujetos que intervienen en el proceso casi como “trabajadores del turismo.”

Esa mujer viajera distinguida que se enuncia desde las primeras páginas de su libro de viajes, ya se delineaba como tal mucho tiempo antes dentro de la escena nacional argentina. En primer lugar, su figura había cobrado relevancia por ser la hija de un héroe de la independencia, sobrina de Juan Manuel de Rosas, el gobernador de Buenos Aires, y hermana del destacado escritor y militar argentino, Lucio Victorio Mansilla. Proveniente de un hogar culto e intelectual, tuvo acceso a una educación inusual para las mujeres, hecho que la llevó al ejercicio de la escritura, destacándose con novelas como El médico de San Luis (1860), Pablo o la vida en las pampas (en francés) de 1869, y sus Cuentos de 1880, uno de los primeros referentes de la literatura infantil hispanoamericana. Ya reconocida públicamente por su labor intelectual al momento de publicación de los Recuerdos, había participado también, en la prensa de su tiempo, colaborando en numerosos diarios y revistas porteños (La Ondina del Plata o la mencionada Gaceta Musical, por ejemplo).

En todos los textos de Mansilla es posible identificar una actitud que caracterizó a las mujeres escritoras de la época a pesar de sus diferencias, esto es, su deseo de unir la perspectiva femenina a un nuevo discurso nacional, al mismo tiempo en que ellas mismas cobrarían protagonismo como autoras/escritoras dentro de la esfera pública cultural (Masiello 35).

Reforzando el perfil que se ofrece en Recuerdos de viaje, se ha leído recurrentemente a Mansilla como “mediadora cultural.” Con una habilidad en los idiomas que la lleva desde niña a ser la traductora de Rosas al francés, la escritora se convirtió—para su época y la crítica—en una mujer políglota que se desenvuelve sin problemas tanto en América como en Europa, o los Estados Unidos. Sin embargo, encuentro en este texto más que una afirmación de esta imagen, un proceso de búsqueda y construcción de la autoridad de Mansilla como viajera, el cual presenta sus momentos críticos de quiebre y cuestionamiento. Estos vaivenes en la construcción de un yo autorizado pueden percibirse ya cuando Mansilla narra la escena de su llegada a New York. La viajera se sincera y afirma:

"Ha llegado el momento de hacer aquí una confesion penosa, que hará derramar lágrimas, no lo dudo, al digno don Antonio Zinny, mi maestro, á quien su discípula favorita, debia en ese entónces todo el inglés que sabia. Y este resultó ser tan poco, que con gran vergüenza y asombro mío, el intérprete natural de la familia, la niña políglota, como me llamaron un dia algunos aduladores de mis años tempranos, no entendia jota de lo que le repetian los hombres mal entrazados y el laconico expresivo empleado.
<> preguntaban mis compañeros, volviéndose a mí como á la fuente. Y la fuente respondia: <> y fuerza era responder la verdad, porque mi turbacion era visible." (11)


Aquí, justamente, aquella capacidad de traductora atribuida ya desde niña, se ve amenazada ante la presencia de un otro desconocido, y frente al cual se reconoce abiertamente una falta, una carencia que se acentúa al considerar al otro como inferior al yo (mal entrazados y lacónicos). Esta confesión, dentro del espacio privado que constituye la escritura del viaje—y donde la autora se siente cómoda para hablar de sí misma—rompe con una imagen de su persona previamente forjada. Esta idea de mujer conocedora, “de mundo,” es un concepto creado sobre Mansilla en un espacio que si bien es público (la aristocracia porteña), en el encuentro con el Otro (y en el espacio del otro) es una noción que se reduce al ámbito de la propia cultura y lo conocido.

La mujer políglota, mediadora cultural, no puede funcionar como tal. Así, la confesión de Mansilla no sólo redefine la idea que de sí misma se tenía públicamente, sino que sitúa como punto de partida de su experiencia una problemática en torno a la cuestión de la autoridad, aspecto central de la construcción de todo relato de viajes. Recuerdos de viaje nos marca en su inicio que si tradicionalmente se concebía a la figura del viajero como la autoridad capaz de “traducir” lo ajeno a términos de la cultura propia casi linealmente—algo que ella misma parece asentir en algunos pasajes—, este gesto no es más que una construcción histórica, retórica y discursiva con la cual cada sujeto se relacionará de modos individuales, ambiguos, y hasta incómodos.

Como segunda instancia en la cual Mansilla socava esta noción de la autoridad en su texto de viaje, es posible mencionar aquellos pasajes en que la escritora introduce referencias a la historia norteamericana. La misma autora afirma que “no es posible hablar de los Estados Unidos, sin penetrar un tanto en su vida política” (26). Al plantear esta especie de “necesidad” de la nota histórica en una narración de viaje, Mansilla demuestra estar consciente de las expectativas de un lector de dicho género, pero sugiere al mismo tiempo que no habla de la Historia por voluntad propia, sino en cumplimiento de este requisito de fondo y forma del relato. La escritora reclamará su autoridad como narradora/testigo (siguiendo el modelo tradicional del viajero), pero sin dejar de plantear su incomodidad frente a este lugar de enunciación. Advierte así a su público: “aquellos lectores que de la Historia no gusten, pueden saltarlo; no por eso comprenderán ménos de mis impresiones de viajera” (26). Esta cita nos muestra que aunque conoce las normas y requisitos de un relato de viajes, Mansilla vuelve a sentir esa carencia que sentía frente a los yanquis “malentrazados,” ahora frente a una tradición literaria en la no que parece sentirse totalmente inserta. En consonancia con esto, afirma en otra ocasión en la que decide hablar de las oposiciones entre el Norte y el Sur: No es posible estudiar, como simple viajero á los Estados Unidos, ni dar una idea de los móviles del Sud, al levantarse contra la Union, sin echar una mirada rápida sobre su historia y forzosamente tambien, estudiar los elementos que formaron en su origen la Union Americana.

De nuevo Mansilla, antes de hablar de la Historia, cuestiona su autoridad como “mediadora cultural” entre lo propio y lo ajeno: aquella viajera distinguida de las primeras páginas, al tocar el carácter histórico del espacio que recorre, se enuncia incapaz de transmitir acertadamente al público lector una idea de las oposiciones y circunstancias que habían desencadenado en la lucha entre la Unión Americana del Norte y el Sur de los Estados Unidos.

De esta manera, se puede afirmar que si ser una viajera distinguida le permite a Mansilla viajar de manera socialmente aceptable (en tanto acompañante de su esposo, en cuidado y sostén de una familia), esta misma condición “regula” aquello que de ese viaje ella misma pueda narrar. Hacia finales del siglo XIX, siendo escritora famosa, reconocida entre porteños y europeos, y habiendo dejado atrás la recurrencia a los seudónimos, Mansilla cree aun necesario cierto encubrimiento del “acto de autoría” estableciendo estratégicamente el carácter prescindible de sus notas históricas, campo que no se suponía de incursión de la mujer: habla de la historia pero dice hacerlo sólo un tanto; le dedica un capítulo especial en su libro, pero sólo porque es necesario y puede ser saltado.

En resumen, los pasajes aquí analizados demuestran que existe en Recuerdos de viaje una relación ambigua entre la narradora y su posición frente a la figura del yo autorizado del viajero, la cual expone la serie de condicionamientos (sociales y genéricos) de los cuales Mansilla es consciente y afronta. Si bien el yo se “somete” a la norma patriarcal, en tanto “encubre” su autoridad en el campo histórico, al mismo tiempo está abriendo la puerta a una reflexión en torno a los fundamentos ideológicos que sostienen la figura de la autoridad en el relato. Esos mecanismos se exponen, se reconocen, y la voz narradora se ajusta a ellos de manera magistral. Si Mansilla es mediadora, traductora, y distinguida, no lo será tanto por su manejo de las lenguas o su capacidad o no de adaptación a un espacio diferente, sino por su habilidad de leer e insertarse dentro de una tradición literaria, abriendo el campo cultural decimonónico a la participación y protagonismo de la mujer escritora.

“Trazando fronteras”

Así como su condición de mujer y viajera aristocrática dejan ver en el texto de Mansilla estos planteamientos del género en relación con la construcción de un yo, su condición afecta, al mismo tiempo, la enunciación de la opinión y escala de valores propias frente a la realidad de su época. María Rosa Lojo, una de las críticas que más se ha ocupado de la vida y obra de Mansilla, afirma lo siguiente en uno de sus artículos sobre Recuerdos de viaje: Llama la atención que Eduarda no elija el escenario europeo que le es tan afín y en cuyos salones ha brillado, para convertirlo en objeto de sus recuerdos, y prefiera, en cambio, a los vecinos del Norte. Quizá lo hace precisamente porque el nudo de conflicto que entraña su experiencia norteamericana despierta en ella un mayor interés polémico y literario: sentimientos ambivalentes de atracción y rechazo por una república a la vez hermana (en tanto parte de América) y distante en cuanto a la lengua, la cultura, las costumbres. (Lojo, “Eduarda Mansilla, entre la barbarie yankee y la utopía de la mujer profesional” 15)

Lojo apunta acertadamente a un aspecto del texto de Mansilla, que no sólo sienta las bases de las preferencias de la autora, sino que también articulará el aparato ideológico de los Recuerdos de viaje. De Muchas maneras, Estados Unidos se constituye para Mansilla, en “un espejo a su medida.” En primer lugar, resulta mucho más factible para ella servir de guía escribiendo sobre Estados Unidos que sobre Europa, ya que el Viejo Continente para la clase y generación a la que la escritora pertenece, forma parte integrante de lo propio, en tanto terreno común que todos conocen y transitan. En segundo lugar, se trata de una nación nueva, que comparte tiempos y circunstancias con los países hispanoamericanos, pero que al perfilarse como potencia, es una nación que despierta la pregunta sobre el futuro e identidad de América frente al avance de esta región.

Aunque encontrará diferencias radicales entre el Norte y el Sur de los Estados Unidos, especialmente por referirse al país en plena guerra civil, las evaluaciones de Mansilla serán contundentes frente a determinados aspectos fundacionales del país. Afirma por ejemplo: En la América del Norte, como en la nuestra, el viajero no halla esos preciosos recuerdos históricos, revelados por los monumentos, por la fisonomía misma de las ciudades. Todo es allí obra del presente, nuevo, novísimo y exento de ese encanto misterioso que el tiempo imprime á las piedras, á los edificios, á las cosas.

La historia de ese país, como sus monumentos, es toda de ayer, de ahí la pobreza relativa que impresiona desagradablemente al viajero que llega de Europa, si bien comprende toda la riqueza y poderío que esa parte del Nuevo Mundo encierra. Halla mucho que lo sorprende; pero poco que lo seduzca. (15)

Al hablar de la configuración reciente de los Estados Unidos, Mansilla nos brinda de nuevo esta sensación de que se encuentra frente a “un espejo a su medida.” Norteamérica tiene las mismas carencias del país del que Mansilla proviene: es nuevo, sin historia, sin carácter distintivo ni en su arte ni en su arquitectura, todo esto juzgado desde los parámetros estéticos y culturales que, a falta de propios, se buscan en Europa, ese espacio que la escritora ostenta como fuente de su propio capital cultural. A partir de este posicionamiento Mansilla destacará las “conveniencias” o “utilidades” de los norteamericanos, pero el país será figurado de forma grotesca frente al insuperable refinamiento europeo: tropezará con “séres groseros, feos, mal trazados” (10) y enunciará juicios tales como “París es mas tentador” (2) o “yo prefiero hasta naufragar con los Franceses” (4). De esta forma, antes que discutir la civilidad frente a la barbarie—tropos organizadores de la experiencia de muchos viajeros—Mansilla propondrá una dicotomía diferente: lo moderno y lo bello. Así, si dice no poder valerse ni del conocimiento de una lengua a la perfección ni de la historia del país, la escritora se valdrá entonces del gusto, mecanismo de evaluación que no sólo conoce a la perfección, sino que es la herramienta por excelencia de la mujer para insertarse en una tradición y su literatura. Encontramos por ello reflexiones en como la siguiente:
Pocas cosas hay más susceptibles de crecer y educarse que la admiratibilidad. El salvaje no se da cuenta de los edificios que ve por vez primera; los ve mal, los juzga con su criterio estrecho de salvaje. Para comprender lo bello, es forzoso tener en nosotros un ideal de belleza, y cuanto más elevado es éste, mayor es nuestro goce, por mucho que el reverso de la medalla, produzca en nosotros, cierta insaciabilidad estética, si la palabra es permitida, y nos incline un tanto al pesimismo. (12)

El gusto que ha conseguido Mansilla tras su larga experiencia de viajera que visita y revisita los centros de la cultura, se constituyen en la formación alternativa que le permitirá, a través de su texto, redimir aquel desconocimiento sobre el que insistía en otros pasajes analizados. Si Mansilla no entiende el inglés de los yankees, no será finalmente porque ella no tenga las herramientas necesarias para el encuentro con el otro, sino porque ese otro es en realidad quien carece de la educación, los valores y el gusto europeo que ella se atribuye. Mansilla crea retóricamente situaciones que la desplazan entre el saber y no entender, entre el querer decir y no poder, de manera tal que esto le sirva no solo para enunciar su autoridad de forma menos chocante a los parámetros de su época, sino también para elaborar su propio juicio sobre Norteamérica. Bajo la perspectiva del gusto, los Estados Unidos quedarán para Mansilla del lado de lo que “no se debe ser” en contraposición a los valores que la escritora encuentra en Europa, y en consecuencia, dentro del sector criollo hispanoamericano allí formado.

Esta apreciación explícitamente subjetiva de los Estados Unidos, conduce a la escritora a la consecuente configuración de un “nosotros” hispanoamericano definido en términos opositivos. Los Estados Unidos son un país mercantilista, calculador, sin linaje, ignorante de sus vecinos (dice por ejemplo “la raza que se da a sí misma el nombre de Americana”, o “algo saben de México porque día a día han ido apropiándose algún pedazo del antiguo imperio de Moctezuma”). Por el contrario, “los Latinos … que hemos también formado nuestro mundo, en este hemisferio,” afirma Mansilla, seremos conocedores del mundo y el gusto europeo (“el buen gusto”), educados, cálidos y espirituales, a pesar de que estas características, que también ella encuentra en el Sur de Estados Unidos, tengan por destino el fracaso (Viñas 68).

En conclusión, la evaluación de la escritura de Mansilla que he ensayado en este estudio propone recrear el diálogo e interacción que esta misma obra sugiere entre la mujer escritora-viajera y su contexto, de manera tal que Recuerdos de viaje puede ser leído no ya como un complemento útil de la obra de su hermano o de la de Sarmiento, sino, como un trazo más que se incorpora a una tradición literaria en continua reelaboración. Eduarda Mansilla se vale de las herramientas que tiene a su alcance como mujer (que no tiene la educación del letrado, que tiene restricciones aun como viajera distinguida, pero sí logra un acceso a los códigos socioculturales de su tiempo) para construir una visión propia tanto de sí misma como de su nación y continente frente a un espacio que comenzará a definir, por oposición, al ser latinoamericano, y logrará su forma más acabada en propuestas como las de Martí en Nuestra América o Rodó en Ariel. Las estrategias discursivas aquí analizadas, si bien no desmienten la mirada autorizada masculina, reclaman sin embargo su singular espacio dentro de la compleja y polifónica cultura decimonónica sudamericana.

Fuente: Extracto de un trabajo publicado por Vanesa Miseres. Profesora de Letras, quién actualmente se encuentra escribiendo la tesis de su doctorado en la Universidad de Vanderbilt en Estados Unidos.

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