jueves, 20 de agosto de 2009

Eduarda Mansilla. Una escritora olvidada de la literatura argentina reinvindicada en las Jornadas que llevaron su nombre.

Por Isabel Croce

A propósito de las Jornadas Eduarda Mansilla.

A fines del mes del mayo en la Biblioteca Nacional y con el tutelaje de la estudiosa Irene Chikiar Bauer se desarrollaron las Jornadas Eduarda Mansilla con el apoyo de la revista El Arca y La Caja de Ahorro y Seguro.

Con la presencia de los investigadores Lily Sosa de Newton, Maria Rosa Lojo, Tomas Auza, Hebe Beatriz Molina, Maria Gabriela Mizraje y Juan Maria Veniard, que participaron en diferentes mesas redondas, se accedió al, por así llamarlo, “identikit cultural de una escritora casi desconocida ” Todo finalizó en otro espacio, el Colegio de Escribanos de la ciudad de Buenos Aires, con la ejecución de obras para piano y canciones de la escritora, otra faceta de su personalidad, por el pianista platense Emiliano Turchetta, entonadas por la soprano Silvina Sadoly.



Conocer quién era esta mujer prácticamente olvidada en la historia de la literatura argentina es una necesidad para aquellos que prácticamente la ignoran.

Quien esto escribe conoció de su existencia en el año 1979, a través del libro “Las Argentinas de Ayer a Hoy” escrito por una de las charlistas de este encuentro, Lily Sosa de Newton, que con sus lúcidos 88 años es la autora del muy consultado Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas.

Eduarda Mansilla, hija de Agustina, la hermana menor de Juan Manuel de Rosas y del general Lucio Mansilla, nace en un hogar de privilegio y dedica su vida a la literatura, más allá de su condición de esposa, madre y anfitriona de las relaciones que convocaba un esposo diplomático.

En los primeros tiempos, utiliza seudónimo para sus escritos, refugiada en el anonimato de un nombre masculino que la escondía de la crítica que la gente destinaba a toda mujer no dedicada exclusivamente a la casa y los hijos.

A través de estas jornadas nos enteramos que esta mujer nacida en 1838, fue alabada como mujer de Letras por importantes figuras internacionales como Victor Hugo. Me ha hecho vivir en un país que jamás he visto y que probablemente no veré nunca (…) En su novela, se ve la pampa con su inexorable serenidad durante el día, con su animación durante la noche (…), recuerda Irene Chikiar Bauer a propósito de su novela “Pablo o La vida en las Pampas”, escrita en Paris en francés, publicada como folletín en “L Artiste” y traducida a distintos idiomas.



“Eduarda se adelanta a su hermano Lucio (“Una excursión a los indios ranqueles”) en cuanto a la consideración de esta obra como texto precursor del Martín Fierro”, afirma la escritora María Rosa Lojo. Críticas de costumbres, juicios morales, reseñas sociales, descripciones de la ciudad, apuntes sobre moda son temas aparecidos en distintos periódicos en Europa y Buenos Aires que hablan de la versatilidad de la autora.

Su Salón en Europa fue visitado por Dumas, Victor Hugo, Massenet y figuras como Lincoln, el general Grant, Longfellow y la realeza. Eduarda Mansilla alentó la educación y la cultura, la democratización de la enseñanza, la defensa del gaucho y tuvo el privilegio de ser pionera entre las escritoras de cuentos infantiles. Según contó durante estas jornadas Hebe Beatriz Molina (Universidad Nacional de Cuyo, Conicet), Eduarda es una de las primeras autoras de cuentos para niños, que publicados en1880, fueron escritos para sus seis hijos y que toman el modelo de La Fontaine, Andersen y la Condesa de Ségur, pero que son ubicados en Buenos Aires.

Y para completar una radiografía testimonial de sus acciones en el mundo de la cultura, la autora de “El médico de San Luis “ y “Lucia Miranda”, entre otras obras, fue también una apasionada de la música. Con maestros como Rubinstein, Gounod y Massenet, compuso piezas para piano y canto que luegointerpreta y ejecuta, mientras la Gaceta Musical recibe críticas de espectáculos a los que asistió, según conceptos de Juan Maria Veniard.

Las Jornadas Eduarda Mansilla, ricas en contenido y asistencia de público, finalizaron con una brillante velada musical, donde se interpretaron al piano, composiciones de la escritora y de Eduardo García Mansilla. Esto ocurrió en el Colegio de Escribanos con la presencia de Sivina Sadoly y Emiliano Turchetta. Es altamente positiva para la cultura el desarrollo y ejecución de este tipo de emprendimientos emanados de la actividad privada, en este caso desarrolladas en espacios públicos como la Biblioteca Nacional y el Colegio de Escribanos con entrada abierta. El Homenaje a Julio Cortazar organizado por la Municipalidad de Buenos Aires a través de la Subsecretaria de Cultura este año, el dedicado a Marechal en el Museo Saavedra, apoyados por la Fundación del mismo nombre, las Jornadas dedicadas a Silvina Ocampo y Norah Lange en el Malba, así como los eventos y publicaciones sobre San Juan de la Cruz, Cortazar, Felisberto Hernández, Juan L Ortiz, generados por la Fundación Banco Mercantil entre los años 1993 y 1996, a los que también estuvo asociada la estudiosa Irene Chikiar Bauer son arquetipos de esfuerzos que revalorizan un autor y lo dan a conocer exhaustivamente a través de distintos medios de expresión, desde el libro al cine, el teatro, la música. Eventos que no sólo implican un esfuerzo canalizado hacia la ejecución del hecho, sino a canales de investigación y difusión para completar el círculo de la comunicación.

Las Jornadas Eduarda Mansilla ponen en exhibición estos logros para dar a conocer una autora argentina pionera, no suficientemente valorada hasta ahora y que a través de estos encuentros, se acercan al conocimiento popular

En 2007, hace menos de dos años, fue presentada “Pablo o la vida en las Pampas” de Eduarda Mansilla, edición crítica de Gabriela Mizraje, una de las investigadoras expositora en las recientes jornadas de junio. El libro fue editado por la Biblioteca Nacional y la Editorial Colihue en su colección Los Raros.

Publicado en Leedor el 14-07-2009

domingo, 9 de agosto de 2009

¿QUIENES SON LOS "DUEÑOS" DEL PASADO?

MARÍA ROSA LOJO

No encuentro mejor consigna, para unirme a este homenaje a Gregorio Weinberg, que la propuesta en un debate reciente, planteado en la Feria del Libro de Buenos Aires.

Varios escritores e historiadores fuimos reunidos para discutir, a partir de nuestra propia práctica, este lema provocativo: "¿Quién se adueña del pasado: el historiador, o el novelista?". Creo, por cierto, que pocos estudiosos se han ocupado tanto y tan brillantemente del pasado en la Argentina, como Gregorio Weinberg. Y ninguno ha tenido la inmensa generosidad intelectual de consagrar años de su vida a una empresa como la colección "El pasado argentino", que brindó a tantos estudiantes lo mejor de la producción literaria, filosófica e histórica de nuestras letras, que reeditó textos inhallables y exhumó autores desaparecidos. Aunque hubiera deseado presentar un trabajo de mayor envergadura, el breve plazo de entrega fijado no me lo permite.

Espero pues, que una reflexión sucinta –y ojalá oportuna- sobre esta cuestión, no esté de más. Ante todo, cabe adelantar que la pregunta convocante me parece un falso dilema: nadie puede "adueñarse" del pasado, ni los historiadores, ni los novelistas, ni los psicoanalistas siquiera, aunque muchos de ellos seguramente lo desearían. En todo caso, los narradores/as argentinos de estas últimas décadas, que nos hemos volcado con particular interés a la ficcionalización del pasado nacional –y en ese sentido nos cruzamos en el camino de los historiógrafos- vemos los mismos hechos desde un ángulo no rival, sino complementario, y conviene recalcarlo, con distintos fines.

Es cierto que –desde la teoría y desde la práctica- se han acercado cada vez más los itinerarios de la ficción histórica y de la historiografía. Ésta se hace cargo de áreas que se abandonaban preferentemente a las ficciones, como la de la vida privada y la vida cotidiana, la del sujeto colectivo que ha "hecho la historia" sin figurar en sus ilustres anales. Trabaja asimismo con creciente intensidad en el territorio fronterizo de la biografía, en el lado íntimo y oculto de personajes célebres y llega a utilizar a veces técnicas y estrategias propias de la novela.

Desde nuevas teorías de la historia (Hayden White) se insiste en el carácter eminentemente subjetivo y valorativo de un relato de los hechos que no puede ser sino interpretación, partiendo de un "recorte" elegido por el intérprete. La coyuntura del siglo, que pone en crisis los conceptos tradicionales de "razón" y de "verdad", promueve el diseño de un nuevo tipo de "verdad comprensiva" que se articula en la trama simbólica del relato. "Poesía" e "historia" se aproximan así, sutilmente. Pero también existe, entre historiador y novelista, una irreductible diferencia intencional. Mientras que el historiador se propone como prioridad el conocimiento del pasado y a esta empresa subordina su obra, el novelista somete su elaboración del pasado al universo de sentido de su propio mundo estético, que se despliega en una escritura con vocación predominante de autorreferencialidad y autonomía.


La novela aspira a situarse más allá de toda sumisión a un referente externo, aunque opere también, con respecto a lo real, como "ficción heurística" (Paul Ricoeur), como "modelo metafórico de conocimiento"

Permítaseme una anécdota ilustrativa y, ¿por qué no?, "histórica". Media la década de 1860. Estamos en París, en los salones quizá demasiado brillantes de la emperatriz Eugenia de Montijo.Una señora joven, bonita, inteligente y desconocida, se acerca a un señor maduro, ni bonito ni feo,inteligente también, y él sí, sobradamente conocido por su fama literaria. La señora parece inofensiva, pero tiene punzantes intenciones vindicatorias ocultas en cada golpe de su abanico y en cada una de las frases ingeniosas que le dedica al caballero maduro. La exhibición de talentos no persigue, como podría pensarse, fines de conquista amorosa. Es parte de una sutil venganza de la dama, aunque el hombre célebre no lo sospecha aún. Por fin, ya segura del efecto producido, ella se decide a preguntarle:

"-Dígame, maestro, ¿a usted le parece que mi característica es la de una persona
excepcionalmente exótica que revela muy distinta cultura y civilización?"

"-¿Por qué me lo dice, señora?" –le contesta el aludido, nada menos que Alejandro Dumas, el de Los tres mosqueteros.

"Simplemente porque en su libro Montevideo ou la nouvelle Troie, violentamente sugestionado por los implacables enemigos de mi tío Rozas, me describe usted a mí como una salvaje que trepa a los árboles con el pelo suelto, profiriendo gritos desaforados, a modo de india brava. Todo ello es falso, maestro, ha sido sorprendido en su buena fe."

Dumas debe de haberla mirado con una buena dosis de ironía, y por qué no, de simpática fascinación también: tan seria, tan enojada bajo la sonrisa, tan aguda. Tan linda, en fin. Y así le contestó, sin perder la calma:"-L’histoire, Madame, n’est qu’un clou auquel j’accroche mes tableaux" .

La dama era Eduarda Mansilla, a quien yo también he tenido la insolencia de pintar en un cuadro propio,colgada del clavo de la Historia. Creo que la trato mucho mejor de lo que la trató Dumas, desde luego. Es más, siento por ella, bajo todos los cruces posibles del debate, una profunda solidaridad de género y profesión. Pero la respuesta del padre de D’Artagnan –maestro de todos los que jugamos con el pasado, aunque lo hagamos desde una estética diferente- me atañe, claro, como la atañía a Eduarda misma, que ya había escrito para ese entonces una novela tan histórica como bellamente fantasiosa: Lucía Miranda, publicada en Buenos Aires en 1860. ¿Qué hay de cierto, nos preguntamos, en la boutade de Dumas? ¿Qué es la historia, entonces?
¿En qué sentido chocan los derechos y los límites de la historiografía y de la novela? ¿Qué es, en fin, el pasado? ¿Existe algo más paradójico, a la vez más irreparable y más cambiante? ¿Algo más definitivo y más efímero? ¿Algo de más extraña consistencia que esa huella de lo ya vivido que empero parece modificarse y crecer y madurar con nosotros mismos? Sin duda, se nos dirá, no son los intocables, y en definitiva incognoscibles "hechos en sí", lo que cambia. Va cambiando, junto con nosotros, su interpretación. "¿No le parece a usted que en la vida sólo nos pasan dos o tres cosas, y que éstas nunca acaban de transcurrir? Aunque uno crea que vive de otra manera y que es otra persona y que habla en otro idioma. Durante años, señor Victorica, el pasado queda a nuestra custodia, como un documento cerrado que antes no se podía abrir, ni descifrar, hasta que lo vamos comprendiendo, y en esa comprensión lo modificamos." , eso dice Manuela Rosas, no la real, sino la que imaginé y que también es real, de otra manera.

Nuestra vida, al fin de cuentas, no sería sino una constante, frágil, móvil y maleable lectura del pasado sobre la que apoyamos la escritura de nuestro presente. Seguiremos leyéndola hasta que la muerte nos deje ciegos. Sólo del otro lado de la muerte –pretende la fe-, alcanzaríamos la luz de un conocimiento absoluto: "Ahora vemos por espejo, oscuramente, mas entonces veremos cara a cara.

Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.", creyó San Pablo. Pero lo cierto es que vivimos, tan sólo, de este lado. Esa luz meridiana, si la hay, no es de este mundo. Cuando dejemos de leernos, otros nos leerán, si hemos logrado interesarles lo suficiente, si las obras logran romper las puertas de esa pequeña casa de silencio y olvido donde involuntaria e inexorablemente
encerramos a los que nos precedieron.

¿Qué leeremos, entonces, en esas vidas pasadas, y por qué? ¿Qué buscaremos en ellas? ¿Una reconstrucción minuciosa e imposible a partir de huellas parciales, de restos mutilados? ¿La también imposible penetración en las motivaciones y los pensamientos secretos de seres desaparecidos? ¿La "verdad" de ese pasado? Más bien creo que nos buscamos en el agua inestable de aquellos espejos.

Buscamos la patria presente entre los sueños y las traiciones del ayer, buscamos el rumbo de nuestro futuro en ese inmenso salón de los pasos perdidos que es la memoria de la comunidad, donde aun lo extraviado, lo ilegible, lo inútil, parece cobrar sentido y razón si logramos colocarlo en el marco creativo de la mirada. Queremos encontrar, acaso, lo que permanece en aquello que cambia, los valores que en cada momento histórico dan espesor y orientación a la existencia. Volviendo a Dumas: ignoramos si en realidad Luis XIII era un pelele en manos de un inteligente y siniestro cardenal Richelieu, si de verdad el duque de Buckingham estuvo alguna vez enamorado de la seductora Ana de Austria -bastante fea y desabrida, a juzgar por nuestro gusto actual y por sus retratos-. Nadie creerá que el duque inglés fue asesinado por instigación de la inexistente Milady de Winter, ni que cuatro mosqueteros cruzaron de París a Inglaterra para traer unos herretes de diamantes que hubieran podido probar la infidelidad de la Reina de Francia. Pero además, ¿importa
todo eso? Es otra cosa lo que generaciones de lectores hemos hallado en la saga de Dumas.

Cuando concluimos con Los tres mosqueteros y Veinte años años después, tal vez no hayamos averiguado mucho sobre la economía francesa de la época, sobre las causas de las guerras, sobre la Fronda o el regicidio de Carlos I. Pero nos llevamos otros saberes y experiencias que no pueden darnos los meros documentos: conocemos un poco mejor las mudanzas de la fortuna, la ingratitud de los poderosos, la lealtad, la traición, y la venganza, el tránsito de los ideales juveniles al escepticismo melancólico de la madurez. Comprendemos algo más sobre las malas pasiones, el amor loco, los sueños de gloria, la amistad varonil, el conflictivo afecto entre padres e hijos, el bien y el mal en cada uno de nosotros, los valores del siglo XVII y los del romántico siglo XIX en el que Dumas ideó las aventuras de su magnífica imaginación retrospectiva, usando muy bien -sin competir los historiadores porque lo suyo era otra cosa- el clavo de la Historia para colgar los cuadros de sus grandes novelas. Y sin duda, conoceremos, sobre todo, la transfigurada experiencia vital, la cosmovisión y la poética de un escritor.

Mis libros de ficción han diseñado "dobles" de varones y mujeres que alguna vez estuvieron afuera, en la pared, del lado de la Historia. No sé si se "parecen" a sus modelos: si Lucio Victorio Mansilla y su hermana Eduarda, si Manuelita Rosas y don Pedro de Ángelis responden a cómo los he imaginado. Sería un exceso pretender sobre ellos ese conocimiento total que no tenemos ni siquiera de nosotros mismos. Lo importante no es, para mí, "re-construir" sus personas empíricas, sino "construir" su imagen novelesca a partir de la huella o estela de sentido que sus vidas ya inasibles
dejaron en la Historia. En sus figuras conjeturales he querido pintar el mapa de la condición humana, y también el mapa profundo de nuestro país. Otros mucho más ilustres nos han precedido en esa extraña tarea que tiene tanto de atrevida hechicería: Sombra terrible de Facundo! Voi a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta i las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: revélanoslo!" Sarmiento, acaso nuestro primer novelista (si hubiese acuerdo en clasificar a su Facundo como una novela, y si hubiese acuerdo, también, en cuanto a lo que es una novela) manejaba magistralmente las magias de la reverberación simbólica. De su parcial y apasionado Facundo Quiroga está excluido el militar y gran señor riojano que sabía escribir y también pensar de acuerdo a razones e intereses fundados, y que bailaba contradanzas en los salones de Buenos Aires. Pero gracias a Sarmiento, su enemigo político, Facundo llegó mucho más lejos: se convirtió en el centro simbólico de un mito nacional, en uno de esos brillantes coágulos de significado y valor que interpretan y congregan los sentimientos y deseos de la comunidad: un eslabón identitario en la cadena de la memoria. Ese núcleo "bárbaro" ambivalente, fascinante e irreductible, que atraviesa todas las lecturas –aun las revisionistas- de la vida del caudillo, y que Sarmiento relevó y proyectó –
con fortuna que dura hasta hoy- en el imaginario argentino. A través del personaje histórico Juan Facundo Quiroga, transformado en personaje literario, se articulan y traslucen, pues, los fantasmas de la comunidad, las tensiones en pugna de la vida argentina, sus terrores y sus sueños.

Lucio y Eduarda Mansilla, Manuela Rosas, Pedro de Ángelis, son también para mí eslabones identitarios, cifras humanas del drama secular que continuamos actuando hoy: la civilización y la barbarie, los vínculos complejos entre el poder y el erotismo, las luchas de las mujeres por ampliar y transformar los estrechos "roles de género". Volver a tramar sus vidas en la novela, junto a personajes que jamás existieron "del lado de afuera", o a seres irreales del mundo maravilloso (como
en el caso de Lucio), ha implicado para mí crear vasos comunicantes entre el hoy y el ayer, para que la voz presente pueda hablar desde ellos, para que sus sombras retornen en una nueva carnadura luminosa que nos muestre, por la visión poética, los cuartos oscuros de historias olvidadas y nos incite a comenzar lecturas inéditas de lo que ya creíamos conocer.

Si bien lo pensamos, Eduarda Mansilla, colega de Dumas, se enojó con él injustamente: no sólo porque Dumas tenía derecho a dibujar con libertad a su doble imaginaria en un mundo paralelo, sino porque acaso vio en ella, con otras intenciones y sin conocerla, un aspecto de sí misma que la propia Eduarda aún no había descubierto: la violencia y la salvaje voluntad de esta transgresora talentosa que años más tarde alertaría a próximos y ajenos sobre la "barbarie de la civilización", en Pablo, ou la vie dans les Pampas,y que terminaría cruzando el océano sola (dejaba a marido y seis hijos
en Europa) para intentar cumplir, como Nora Helmer –a un precio inhumanamente alto- su elegido destino de artista. Por lo demás, en el cuadro donde la he atrapado para invocarla, estamos incluidos nosotros también. En este fin de siglo, como en el anterior, sigue abierto el debate para diseñar una "identidad de género" que permita un juego más flexible a las opciones y vocaciones individuales. Y sigue abierta, dolorosamente, la construcción de un lugar en el mundo para la Argentina, colocada en la "barbarie" y la "periferia" –como lo vio muy bien la lúcida y nómade Eduarda- por la mirada de los poderosos.

Nosotros, los lectores y autores del presente, somos el último avatar del tiempo y de sus novelas. Después de todo, del clavo de la Historia cuelga siempre el cuadro de un pasado inconcluso que las generaciones tienen la ilusión de terminar, cada una a su turno, con un estilo propio.

FUENTE: * Texto publicado originariamente por Agustín Mendoza, compilador, Del Tiempo y las Ideas. Textos en honor de Gregorio Weinberg, Los hijos de Gregorio Weinberg, Buenos Aires, 2000, pp. 285-292. Tomado de http://www.mariarosalojo.com.ar/dela/capitulos_dela.htm.

Formato de cita electrónica (ISO 690-2)
Lojo, María Rosa. ¿Quiénes son los "dueños" del pasado?. En publicación: e-l@tina: Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 4, no. 15 : : .abril-junio 2006. [Citado: 9/8/2009]. Disponible en:
http://www.iigg.fsoc.uba.ar/hemeroteca/elatina/elatina15.pdf ISSN: 1666-9606.