
Los vientos de la historia y políticas culturales que priorizan otros intereses contribuyeron a sumirla en el olvido. Hoy felizmente, hombres y mujeres de letras y reconocidos investigadores están revalorizando sus obras y se han abocado a la tarea de reparar esta incomprensible omisión para brindarnos la posibilidad de acceder al talento de esta mujer de maneras exquisitas que dio muestras al mundo de las luces de la mujer argentina.
Pese a esta reparación, sorprende que las autoridades de Buenos Aires, ciudad que la vio nacer una mañana del 11 de diciembre de 1834, aún no le hayan tributado el homenaje que sin duda merece, imponiendo su nombre a una plaza o a una calle con el fin de resguardar su memoria. Estamos a tiempo, nunca es demasiado tarde para propósito tan loable. Instamos al gobierno de la ciudad autónoma a comprender que como expresara, la destacada literata peruana Clorinda Matto de Turner, ante la fantástica Eduarda nadie puede permanecer indiferente.
Sabedores que la peor de las muertes es el olvido, nosotros su familia, queremos dar a conocer su vida y su obra, por ello hemos querido ofrecerle este pequeño pero sincero homenaje, creando estas páginas que la recordarán para siempre, reproduciendo en ellas las voces de todos aquellos que saben comprender y entender el genio de nuestra antepasada.
Invitamos a todos sin excepción a enriquecer con sus artículos y escritos este eapacio, cuyo fin se resume en las palabras de Eduarda publicadas en la Flor del Aire "Nosotros quisiéramos redimir al pueblo argentino de esa codicia escéptica y egoista que envejece a la Europa, despertando su amor a la gloria a lo bello, a lo sublime"
Por último queremos rememorar las palabras sinceras y sentidas que le brindó el diario "EL Nacional" como despedida el 21 de diciembre de 1892. Ellas reflejan el sentir de quienes tuvieron el privilegio de su trato y el respeto que le dispensaron sus contemporáneos.
“Deber es de la prensa argentina, dedicar un recuerdo a la gentil Eduarda, que tantas veces engalanó con sus charlas literarias, las columnas de los diarios.
¡Que espíritu el suyo, tan artístico, tan refinado, tan Mansilla!
Era abundosa, picaresca, intencionada, para escribir sobre la sociedad, sus costumbres y sus debilidades; pero tenía una bondad patriarcal, una bondad que nada ni nadie – ni recuerdos ingratos, ni trabajos, ni reveses – consiguieron jamás apagar o disminuir.
Tenía una alma fuerte, enérgica, independiente; pero sin aristas ni asperezas.
Lo que muchas gentes hacen con enojo, hacíalo ella con aparente resignación o indiferencia. Elogiaba, elogiaba mucho, siempre mas bien dicho; era buena, sencilla y de un corazón en que no cabían los rencores.
Valía mas como amiga, como mujer del hogar y de la familia que como literata. Pobre Eduarda! si ella pudiera escucharnos, quizá se ofendería por breves minutos, porque tenía la pasión de las letras y el culto de su memoria, alhajada con primor.
Pero es un ejemplo de bondad, el que se vá, va con su cuerpo, para siempre, de entre nosotros; y es justo que alcemos en la hora suprema sobre su natural vanidad literaria muy justificada en cierto modo, la figura de la mujer, dulce, cariñosa, fina inteligente y amable.
Ha hecho las delicias, durante muchos años, de la sociedad que la frecuentaba; ella no distinguía ni la clase, ni el nombre, ni la edad; amaba la buena educación, la cortesía, y jamás negó las gracias del espíritu a nadie.
Era caritativa; tenía pasión por la filantropía, y hasta sus últimos momentos se ocupó de los pobres. Formando parte de una sociabilidad que se modifica violentamente, como la nuestra, su figura brilló y se oscureció muchas veces, así en la sociedad como en la literatura; pero no por eso dejó de ser buena con sus amigos y de conservarles una lealtad que hacía contraste con la veleidad contemporánea.
En fin, Eduarda – y plácenos recordarla por su nombre periodístico – fué un gentil corazón lleno de dulce y sabia filosofía. Había leído mucho; era una de las mujeres mas ilustradas de su país, y mejor informada sobre hombres y cosas, así de aquende como de allende el mar.
Había conocido y trabado amistad con muchos grandes hombres públicos y con las principales celebridades literarias de la Europa.
Ha luchado y sufrido mucho. No fue precisamente la diosa Fortuna, quién dirigió su animosa nave sobre la tierra. Pero ha vivido valerosamente, estoicamente, recibiendo la vida como una carga a la que no se tiene derecho a renunciar, y a la que nada es extraño ni superior.
Su recuerdo, como la vibración de una nota simpática, estará siempre presente en EL NACIONAL, de la que fue asidua é inteligente colaboradora."
NOTA: La foto inédita que embellece esta nota, fue sacada por el reconocido fotógrafo F. Gutekunst en Filadelfia, EE.UU, el 24 de octubre de 1861 y enviada por Eduarda Mansilla de García a su madre Agustina Ortíz de Rozas a Buenos Aires. El original de la misma esta en poder de la familia García-Mansilla.

2 comentarios:
Me encanta Eduarda, me gusta mucho su estupor al observar como las jovencitas norteamericanas se besan en los labios con sus parientes. toda la descripcion de como se diveirte mas en un barco frances pero es mas seguro andar en uno ingles. una genia, espero haber heredado algo de ella... fijense en mi blog.
Venus, nos alegramos de vuestro interés por Eduarda Mansilla, una mujer argentina que nos representó dignamente en todos los ámbitos donde le tocó actuar. Visitaremos tu blog para ver tu trabajo. Saludos cordiales.
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