Por Nestor Tomás Auza
El propósito de dotar a Buenos Aires de una revista femenina vuelve a resurgir después del último intento de Juana Manso con el Álbum de Señoritas y de Rosa Guerra con La Educación. Diez años han pasado desde que vieron luz esas publicaciones y, en el interin, los intereses femeninos han carecido de expresión propia, apenas insinuados en las páginas de diarios y revistas de dominante tono informativo y político. La ciudad de las agrias disputas de partidos no logró apagar el sentimiento literario de algunas mujeres de excepción que, a despecho del predominio masculino que se enseñoreaba en la prensa, cultivaban con esmero y ejercían una función ejemplar de independencia y valor moral. Les faltaba, sin embargo, una sociedad más comprensiva de su vocación, que les diera respaldo moral y apoyo en sus empresas literarias. ¡Cuan distinto hubiera sido el panorama de la mujer porteña, en cuanto a desarrollo espiritual e intelectual, si hubieran prosperado los ensayos iniciados una década atrás¡ Pero aquellas inteligentes mujeres comprendían que áun era época de sembrar, y que más tarde llegaría la hora de la cosecha. Mientras tanto brillaban como una lámpara en el seno de las familias y de las amistades, alimentando con sus enseñanzas a quienes les rodeaban.
No obstante, ese largo silencio femenino sería quebrado nuevamente, aunque no por mucho tiempo, por un fugaz ensayo periodístico,frágil como ella, en el que se expresarían en armonioso consorcio un hombre y dos escritoras, y de éstas, una joven aún pero brillante y madura la otra, cargada de esperanzas y deberes tras mucho deambular. De esa asociación de voluntades nacería, presumido, el semanario La Flor del Aire. Una vez más, un nombre es un mensaje. ¿Podría corresponder ese nombre a una revista escrita por manos masculinas? Rotundamente no. Una revista literaria femenina no podía ser una flor de almácigo, de vivero. Debía ser como era, una flor que se le alimentaba sólo del ambiente, sin raíces en la Tierrra. Su mismo nombre daba carácter al periódico: sería breve y aromático como la misma flor: La Flor del aire.

Hemos hablado de una asociación literaria de tres personas, diciendo que la primera correspondía a un hombre. Mencionaremos ahora que ese hombre decía llamarse Lope de Río y figuraba como director.
Dejemos ahora al director y pasemos a quienes le acompañaban, ya que es compañía no deja de ser interesante a los propósitos que nos guían. Lo primero digno de mencionar es que, exluyendo los artículos escritos por Lope de Río, el resto de la revista estaba en manos femeninas, lo cual correspondía a la declarada vocación feminista de la revista. Lo segundo, no menos importante, es que la colaboración femenina estaba reducida a sólo dos figuras, muy distintas por sus respectivas experiencias personales así como dispares por su su condición social y por el origen de su vocación de escritoras. Las dos, sin embargo, poseían múltiples afinidades y no pocas coincidencias que, lejos de aproximarlas, más bien ocasionó una fría relación. Y si bien ninguna tenía razones profundas para ocultar su nombre las dos lo hicieron tras un seudónimo breve y expresivo. La una, además de recurrir a ese subterfugio utilizó como seudónimo un nombre de varón y la otra en cambio, trocó su verdadero nombre de mujer, eligiendo uno que tenía cierta alusión a los sufrimientos y pesares que padecía. Descubramos pues, la verdadera personalidad de las dos escritoras convertidas en periodistas.
La más joven eligió el seudónimo masculino de “Daniel” y ese nombre no era totalmente desconocido por el público porteño, ya que con él, se había iniciado, o más bien ingresado en la literatura nacional hacía cuatro años, y correspondía a la inteligente y hermosa joven conocida como Eduarda Mansilla. Veinte años tenía cuando en 1860 (1) con el nombre de Daniel dio a publicidad su novela El médico de San Luis, escrita en un estilo y con un fondo desconocido hasta entonces en la escasa producción novelística argentina. Daniel entró así por la puerta ancha, sin anuncios previos, brillante con luz propia, que no se extinguiría. El éxito alcanzado le alentó a seguir escribiendo y poco después retomando por Lavardén incursionó por la historia en la breve novela Lucia Miranda. Diversos artículos periodísticos, reproducidos por distintos diarios dieron alas a su nombre postizo, aunque a la sociedad culta porteña no le era extraña la verdadera identidad de la autora.
Dejamos ahora a Daniel para ir en procura de la segunda colaboradora femenina, la que se ocultaba bajo el seudónimo de Dolores. ¿Y quién era Dolores, esa escritora que, luego de Lope del Rio, ocupaba con sus escritos el mayor espacio de la revista? Ese nombre ocultaba a la escritora y pedagoga Juana Manso, siempre incansable, con la pluma en la mano……….
(1) Cabe aclarar que este dato es un error involuntario del autor. Eduarda Mansilla, nació el 11 de enero de 1834 y cuando comenzó a a escribir en La Flor del Aires, tenía 26 años, estaba casada con Manuel Rafael García Aguirre y tenía dos hijos.
Fragmentos de la obra: PERIODISMO y FEMINISMO EN LA ARGENTINA 1830-1930 cuya autoría pertenece al distinguido literato Dr. Nestor Tomás Auza, publicado por la editorial EMECÉ, en Buenos Aires, en el año 1988.
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