martes, 16 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla escribe en La Ondina del Plata.

La década que se extiende que se extiende de 1870 a 1880 es una de las más ricas en literatura periodística y una de las que han producido mayor número de publicaciones. Ello otorga al periodismo de esos diez años una característica especial y una singular importancia para conocer y comprender a una buena porción de los hombres significativos de la intelectualidad argentina con gravitación en el período posterior a 1880.

Pero hay, también, a nuestro entender, otra razón particular que otorga importancia a este período y ella se fundamenta en la aparición de las dos mas importantes colecciones de revistas literarias femeninas del siglo pasado.

Nos referimos a La Ondina del Plata (1876-1879) y La Alborada del Plata (1877-1878)Agreguemos finalmente, que ambas a la vez, poseyeron el carácter de revistas literarias sudamericanas, tanto por su contenido y colaboradores como por el ámbito geográfico de proyección, más notable en la primera que en la segunda.

Cabe a La Ondina del Plata el mérito singular de ser la revista literaria femenina más importante en los últimos cincuenta años del siglo pasado, mérito que le viene por la naturaleza de su prédica, su riqueza literaria, el número de mujeres que en sus páginas escribieron, la variedad de los temas tratados por sus colaboraciones femeninas, de la Argentina y América y su enorme repercusión. Fue un esfuerzo único y sobresaliente que vincula, como en ninguna otra época, a mujeres de vocación por las letras, formando un movimiento del espíritu femenino americanista.

La Ondina del Plata aparece en el periodismo porteño el 7 de febrero de 1876 y extiende su publicación hasta el 28 de diciembre de 1879. Alcanzará a editar doscientas cincuenta y cinco entregas semanales, agrupadas en cinco tomos anuales y un total de tres mil cien páginas impresas.

Una escritora de renombre, que de vez en cuando reaparecía en la prensa porteña, y cuya fama le venía desde muy joven, casi de los veinte años, también se asomó a las páginas de La Ondina del Plata. Nos referimos a la exquisíta Eduarda Mansilla de García, residente para ese entonces en Francia y a quién el director de La Ondina solicitara su contribución. La escritora cuyo estado de salud era precario, contestó afirmativamente remitiendo tiempo después algunos cuentos infantiles escritos durante su estada en ese país.

En tales relatos deja traducir su preocupación por ese género de literatura que, lamentablemente, no cultivó con mayor asiduidad. No fue Eduarda Mansilla una colaboradora abundante pues ella misma no cultivó con exceso sus naturales cualidades, quizás porque, como muchos otros escritores de su tiempo, estaba abrumada por el juicio que sobre su talento poseían sus contemporáneos.

Fuente: Néstor Tomás Auza. Periodismo y feminismo en la Argentina 1830-1930. Emece, Buenos Aires,1988.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla. “Una Mujer de fin de Siglo”.

En el año 1999 la talentosa escritora argentina María Rosa Lojo publicó una novela titulada “Una mujer de fin de siglo” (1) basada en la vida de Eduarda Mansilla.

Eduarda Mansilla en muchas cosas se adelantó a su tiempo y en su lucha por constituirse como individuo tomó decisiones que no eran habituales o previsibles y que generaron lógicas resistencias en su entorno familiar y en sus relaciones sociales, pero en ese ámbito sus acciones nunca dieron lugar a juicios que menoscabaran su persona, por el contrario, su memoria se resguarda con celo y respeto más allá del natural disenso y la disconformidad de algunos con relación al precio que debió pagar por construir su identidad femenina en una época donde tal propósito era una quimera. Si hubo maledicencia, murmuraciones, calumnias, prefiero no referirme a ellas y dejarlo para quienes se ocupan de las miserias humanas.

La autora de la obra al comentarme la misma, me decía que en la novela Eduarda es la escritora histórica, pero también es un personaje símbolo de los problemas que han enfrentado y enfrentan las mujeres creadoras, que aspiran a destacarse por ellas mismas. El alcance de su vida, lo que ello significa, creo que es ejemplar y universal.

“Calumniada por ojos y murmullos, sospechosa tanto para algunos colegas varones, como para los árbitros de las “buenas costumbres”, Eduarda Mansilla de García (Buenos Aires, 1834-1892) se empeña apasionadamente en una tarea que las normas de su tiempo juzgan antinatural para la condición femenina: acceder a los frutos prohibidos de la creación.

Está dispuesta a pagar, incluso, el precio de poner un océano de por medio entre esta vocación y su núcleo familiar (marido y seis hijos) a los que dejará en Europa durante varios años para volver a la Argentina y dar a conocer su obra.

Sobrina preferida de Juan Manuel de Rosas, hija de Agustina y hermana de Lucio Victorio, esposa de Manuel Rafael García Aguirre, Eduarda quiere existir por mérito propio. Aspira a trascender tanto los parentescos prestigiosos como los roles permitídos al “segundo sexo”; ícono de belleza y maternidad, decide ser una artista y no un mero adorno ocasional de los salones.

Una mujer de fin de siglo narra así, en tres etapas, una aventura vital y los deseos de quién no está dispuesta a aceptar resignadamente los mandatos sociales.

Esta intensa novela de María Rosa Lojo diseña, desde el trabajo del lenguaje y el debate del pensamiento, un personaje inolvidable que, como su contemporánea Nora Helmer, la heroína de Ibsen, también se verá enfrentada a una decisión extrema: abandonar su “casa de muñecas” para poder cumplir con el primero de los deberes: el que todo ser humano tiene consigo mismo”.

(1) María Rosa Lojo. Una mujer de fin de siglo.Novela. Editorial Planeta, Buenos Aires. Año 1999.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla y su nieta Guillemette Marrier.

De tal palo, tal astilla.

Eduarda Mansilla tuvo una nieta también escritora: Guillemette Marrier, hija de Eduarda García-Mansilla, apodada "Eda" y del Barón Charles Jules Marrier de Lagatinerie. En un delicioso libro titulado "Nous n'irons plus au bois", Guillemette evoca la experiencia de su viaje a la Argentina en 1887, luego de la muerte de su abuelo Manuel Rafael.

En su relato emerge una Pampa inmensa,inimaginable para unos ojos habituados a la montaña, donde Rodrigo, el primo de Maman, refinado dandy de salón, se ha vestido sin embargo para guiarlos como un "cavalier de la Pampa". Guillemette conoce ahora de primera mano el asado y el mate, come y duerme en un rancho de estancia, se sienta en una cabeza de vaca, escucha a la puestera contar historias que se vinculan estrechamente con las leyendas bretonas que le son familiares: en ambas hay espíritus que flotan sobre las lagunas, o los saltos de agua, y en ambos casos también son los de las razas autóctonas vencidas: celtas o guaranies. La Pampa que Guillemette testimonia ya no es la tierra dramática que narrara su abuela. No es un enigma violento explicado para europeos, sino un bello, interesante objeto exótico, casi ornamental, depositado con exquisita precaución en un estuche de terciopelo, como una joya de familia.

Ya no hay partidas predatorias a la vista, los gauchos rebeldes son pacíficos trabajadores rurales, aunque conserven sus ropas típicas. Mucha sangre ha corrido entre ambas Pampas, pero eso la niña extranjera no puede percibirlo. Emnellecida por la nostalgia, traducida en ficción feérica y heroica, su Pampa se aproxima, paradójicamente, la que forjarán Rafael Obligado y los hombres del Centenario, cuando los ecos del dolor y del espanto, del sonido y la furia tan presentes en la polém ica escritura de Eduarda, se hayan diluido en la moderada lejanía como las imágenes de un cuento de infancia.

FUENTE: María Rosa Lojo, "El imaginario de las Pampas en francés"

sábado, 13 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla y Juana Manuela Gorriti.

Afinidades y rechazos.

Por María Rosa Lojo

Pionera sobresaliente de las letras, Eduarda no estuvo sola. Un variado registro de escritoras dejó su huella en diarios y revistas de la época, con relatos ensayos y poesías. Ciudadana de tres patrias: su Argentina natal, Bolivia y Perú, la prolífica Juana Manuela Gorriti (¿?1816-1892) fue la decana de estas voces, entre las que destacaron también Juana Manso, Josefina Pelliza, Rosa Guerra. Sabemos, por sus propias palabras, que tuvo grandes deseos de trabar amistad con Eduarda Mansilla, cuando ambas coincidieron en Buenos Aires, y que ésta mantuvo reticencias para estrechar esa relación.

La escritoras salteña dice haberse interrogado, sin éxito, acerca de los posibles motivos, barajando rumores muy dispares que iban desde la coquetería a la política: que Eduarda no deseaba ser amiga de una mujer de mayor edad para que no la considerasen igualmente vieja. O que la manifiesta enemistad de Juana Manuela por la figura de su tocayo Juan Manuel de Rosas (protagonista siniestro y bello, empero, de muchas ficciones) , hacía imposible una cercanía mayor.

Sea ello como fuere, pocas veces la distancia, si en verdad la hubo, deber haberse expresado con mas deferencia que en la carta de Mansilla agradeciendo los elogios de Gorriti: "Usted lo reúne todo y yo soy muy feliz, si he conseguido inspirarle la simpatía de que me habla. Pocas veces me ha sido mas grato el valer algo, ya que eso me acerca a un alma como la suya"

Fuente: Juana Manuel Gorriti, Lo íntimo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Falleció el destacado editor francés Christian Bourgois, tataranieto de Eduarda Mansilla.

Christian Bourgois,falleció a los 74 años, producto de una larga enfermedad.

El editor francés que publicó las obras de Salman Rushdie, Christian Bourgois, murió luego de una larga enfermedad, según informó la editorial que fundó y a la que dio su nombre.

Además del escritor británico de origen indio, Bourgois dio a conocer en Francia la obra de autores estadounidenses de peso como Allen Ginsberg, William Burroughs, Jim Harrison o Susan Sontag.

La ministra francesa de Cultura, Christine Albanel, celebró la “elegancia, lucidez, distancia y curiosidad” de este “señor de la edición” al resumir el “estilo Bourgois”, construido por un hombre de aspecto y temperamento clásico pero “decididamente moderno en sus elecciones e intuiciones editoriales”.

El ex ministro de Cultura Jack Lang rindió en particular homenaje al hecho de que Bourgois difundió la obra de Rushdie cuando el escritor había sido condenado a muerte en 1989 por una ‘fatwa’ y otros colegas suyos no se lanzaban a hacerlo.

Nacido el 21 de septiembre de 1933 en Antibes (sureste),Christian Bourgois (1) entró en el mundo de la edición en la década de los años 50 del siglo XX, tras haberse diplomado en Ciencias Políticas y estudiado en la prestigiosa Escuela Nacional de Administración (ENA) y creó su propia editorial en 1966.

(1) Era hijo de Pierre Bourgois Marrier de Lagatinerie y de Elisabeth Salvy. Nieto de Louis Marie Bourgois y de Guillemette Marrier de Lagatinerie García-Mansilla, Bisnieto de Eduarda García-Mansilla y de Charles Jules Marrier de Lagatinerie y tataranieto de Eduarda Mansilla y Manuel Rafael García Aguirre.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla y su Lucía Miranda. Rescataron una parte olvidada del patrimonio nacional.

Por Horacio Semeraro. INVESTIGACION.

LUCIA MIRANDA (1860)

Eduarda Mansilla (edición de Maria Rosa Lojo y equipo), (Iberoamericana - Bs. As.)

El presente libro está encuadrado dentro del proyecto de investigación sobre el pasado colonial en la novela hispanoamericana, realizado por la Escuela de Letras de la Universidad del Salvador (Buenos Aires). Con una introducción y notas a cargo de María Rosa Lojo, el libro demandó largos años de investigación a la escritora, quien fue asistida por un equipo compuesto por profesionales de dicha casa y del Conicet en la reedición y estudio correspondiente del libro de Eduarda Mansilla.

El personaje de Lucía Miranda aparece por primera vez en La Argentina manuscrita (1612) de Ruy Díaz de Guzmán, inspirando a innumerables autores; entre ellos, a Eduarda Mansilla (1860). Según la mítica historia referida por él, Lucía y su esposo, Sebastián Hurtado, formaron parte de la expedición de Sebastián Caboto en 1526, quien incursionó en el Río de la Plata. Se erigió un fuerte, el que quedó a cargo de Núñez de Lara cuando Caboto regresó a España. Lucía y Sebastián quedaron en él. La lucha emprendida por dos caciques indios -hermanos-, Mangoré y Siripó, contra los españoles produjo el cautiverio de Lucía y la sentencia a muerte de Sebastián por parte de Mangoré, quien se enamoró de ella. Lucía negoció su vida a cambio de la promesa de no acercarse más a su esposo. Cuando la promesa fue incumplida, los cónyuges fueron sacrificados en martirio. Hasta aquí la leyenda.

Entre el mito y la historia.

La versión de Lucía Miranda publicada por Eduarda Mansilla en 1860 fue escogida por María Rosa Lojo y su equipo. La elección resultó inmejorable. Eduarda Mansilla fue una de las mujeres rioplatenses más cultas de su tiempo. Sobrina de Rosas y hermana de Lucio V. Mansilla, viajó por Europa desde joven. Residió en Estados Unidos en 1860 (y con posterioridad, entre 1868 y 1872). Ello le permitió escribir una versión de la mítica Lucía totalmente verosímil -remontándose a dos generaciones atrás-, en escenarios europeos. Murcia, Valencia, Nápoles, Capri, retratadas en sepia, semejan hojas de un archivo histórico interrelacionado y erudito, en el que la protagonista recrea la novela romántica desde una fértil imaginación, detallista y sutil, no exenta de drama.

El impecable trabajo académico sobre el libro efectuado por Lojo y equipo, está acompañado por tres planos: gráfico, morfosintáctico y semántico, e incluye un exhaustivo análisis del contexto histórico, notas historiográficas y dos cartas de Eduarda Mansilla a Vicente F. López sobre Lucía Miranda. Se destacan, entre otras cualidades: la minuciosidad con la que efectúa parangones con otras versiones; el resalto de la testimonialidad de la obra deteniéndose exhaustivamente en cada personaje, fuente y versión; la mirada crítica -justiciera y aclaratoria- lanzada sobre las etnias, las situaciones y los comportamientos sociales; el trazado del perfil psicológico de los protagonistas desde su subjetividad, con solvencia de criterio interpretativo. En suma, un libro que rescata con probidad una parte del patrimonio nacional olvidado, allá en la frontera temperamental entre la literatura hispanoamericana, los mitos y los tiempos históricos.

Publicado por LA GACETA de Tucumán, el domingo 4 de noviembre de 2007.

martes, 9 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla y Lucio Victorio Mansilla. Textos inéditos y olvidados.

Proyecto de la Facultad de Filosofía, Historia y Letras
Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas
Año 2007

Este proyecto se inserta también en el marco de un PIP (Proyecto de Investigación Plurianual del CONICET). Su objetivo principal es la reedición crítica de la obra desconocida, inédita y olvidada de los hermanos Lucio Victorio y Eduarda Mansilla.


Este año se ha trabajado especialmente con El médico de San Luis (1860) y con los Cuentos (1880) de Eduarda Mansilla, primera obra en este género escrita en nuestro país. Después de la digitalización y transcripción, se ha avanzado en la preparación de notas y estudios preliminares.

Con respecto a la obra de Lucio Mansilla, se ha realizado la digitalización completa y lectura interpretativa de su primer diario de viaje, que hasta el momento permanecía inédito. Se proyecta realizar la edición académica de este texto, junto con "Recuerdos de Egipto" y "De Adén a Suez", otras dos crónicas de viaje de Lucio V. Mansilla, de las cuales este manuscrito es el primer antecedente registrado. En todos dos casos se hacomplementado la tarea con la consulta pertinente de bibliografía literaria, histórica y crítica.

También se han cotejado las obras editadas en libro de ambos hermanos con las que aparecieron en publicaciones periódicas.Durante el año 2007 los resultados de esta investigación se volcaron en:

Directora del proyecto (Dra. Lojo Calatrava)Curso "LA FICCIÓN HISTÓRICA: OPCIÓN ESTÉTICA, MEMORIA CRÍTICA Y RESISTENCIA. Panorama argentino", dictado en el Instituto Universitario de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, en marzo de 2007. Abordó allí la obra de Eduarda Mansilla.

Jornadas y congresos:"Las conquistas en la novela histórica argentina" (se abordó, entre otras, la obra de E. Mansilla). Trabajo presentado por invitación especial en el Seminario Internacional "Scientific Cooperation between Europe and Latin America. What kind of Partnership?" (Brussels, 10 April 2007)."Eduarda Mansilla y Victoria Ocampo: escritoras y personajes de novela". Congreso Nacional de Literatura Argentina, Universidad de Cuyo, 26 al 28 de julio de 2007.

Publicaciones:Lucía Miranda (1860), de Eduarda Mansilla. Edición académica de María Rosa Lojo y equipo. Madrid/Frankfurt-Iberoamericana/Vervuert, 2007. "Eduarda Mansilla: la traducción rebelde".Feminaria, nº 30/31, Año XVI, abril 2007. "Eduarda Mansilla: una voz singular". Todo es historia. Edición especial: cuarenta años, nº 478 (mayo 2007): 58-66."Lucía Miranda: un mito de origen protonacional en varias lenguas: castellano, latín, francés e inglés". Letras. Número monográfico. Literaturas Comparadas, nºs. 55-56, Enero-Diciembre 2007, Universidad Católica Argentina. ISSN 0326-3363: 109-132."Cautivas, inmigrantes, viajeros, en la narrativa de Eduarda Mansilla". Taller de Letras. 41 (segundo semestre 2007). Pontificia Universidad Católica de Chile, Facultad de Letras: 143-160. Miembros del equipo:Molina, Hebe Beatriz. "Cuatro mujeres ante la historia y la literatura (Manso, Gorriti, Mansilla, Rosas)"

Conferencia inaugural de las I Jornadas Regionales de Historia y Literatura, San Martín (Mendoza), 2007.Pérez Gras, María Laura. "Tres cautivos en las letras del siglo XIX". Ponencia en las VIII Jornadas Nacionales de Literatura Comparada. Asociación Argentina de Literatura Comparada y Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, agosto de 2007.

Investigadores:
Lojo Calatrava, María Rosa
Molina, Hebe
Guidotti, Marina L.
Pelossi, Claudia
Pérez Gras, Laura

lunes, 8 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla. Reeditan su obra "Recuerdos de viaje"

Los hermanos Mansilla (Lucio Victorio, militar, y Eduarda, mujer de letras) constituyen un cabal ejemplo de lo que en Argentina se conoció como lageneración del '80 .

Sobrinos de Juan Manuel de Rosas, gobernador despótico de la Provincia de Buenos Aires durante las primeras décadas de la época poscolonial argentina, conjugaron su origen aristocrático con el positivismo liberal para dejar por escrito un claro legado de honestidad intelectual.

Cultos, refinados e informados, supieron cultivar con singular elegancia el arte de la causerie , la entretenida conversación donde se mezclan las observaciones agudas con los pensamientos profundos, todo aderezado con el humor inteligente.
Si Lucio Victorio cautiva aún hoy con su relato acerca de Una excursión a los indios ranqueles , su hermana Eduarda no le va en zaga, y a través de sus Recuerdos de viaje (1882) presenta sus experiencias en tierras estadounidenses durante los comienzos de la Guerra de Secesión en una forma que se destaca, constituyendo un notable hito dentro de la literatura de viajes femenina finisecular en Latinoamérica.
Eduarda Mansilla de García (1838-1892) aprovecha su posición cultural, social y política –su marido Manuel Rafael García, era representante diplomático argentino ante el gobierno de Abraham Lincoln– para relatar en forma de crónica los pormenores de su extendida estancia en distintas ciudades norteamericanas, donde resulta partícipe de notables reuniones políticas y sociales en la sede del poder de la creciente nación estadounidense.

En esta obra, prototípica del género de viajes femenino latinoamericano, se despliegan los detalles de la vida típica del Estados Unidos decimonónico –en particular la de la mujer, incluyendo sus nociones sobre la moda, peculiaridades domésticas, comportamiento social y aspiraciones profesionales– observados por la autora a través del prisma de su propia cultura y de su aguda capacidad de análisis.

En su estudio preliminar, el Prof. J.P. Spicer-Escalante examina la evolución del género de viajes en el mundo occidental en general, y la aparición y la relevancia de los textos de viaje femeninos latinoamericanos en particular. En su análisis de la obra de Mansilla de García, explora la intersección entre la vida de la escritora y su producción literaria, focalizando la génesis de Recuerdos de viaje , la voz y el estilo literario que adopta la autora en la obra y las valiosas peripecias sociopolíticas que la obra contiene, con una reflexión sobre el papel que la autora ayuda a crear para la mujer escritora hispanoamericana en general.

Eduarda Mansilla, destacada periodista en la revista literaria, "La flor del Aire".

La Flor del Aire y la actuación de Eduarda Mansilla como periodista en el año 1864.

Por Nestor Tomás Auza

El propósito de dotar a Buenos Aires de una revista femenina vuelve a resurgir después del último intento de Juana Manso con el Álbum de Señoritas y de Rosa Guerra con La Educación. Diez años han pasado desde que vieron luz esas publicaciones y, en el interin, los intereses femeninos han carecido de expresión propia, apenas insinuados en las páginas de diarios y revistas de dominante tono informativo y político. La ciudad de las agrias disputas de partidos no logró apagar el sentimiento literario de algunas mujeres de excepción que, a despecho del predominio masculino que se enseñoreaba en la prensa, cultivaban con esmero y ejercían una función ejemplar de independencia y valor moral. Les faltaba, sin embargo, una sociedad más comprensiva de su vocación, que les diera respaldo moral y apoyo en sus empresas literarias. ¡Cuan distinto hubiera sido el panorama de la mujer porteña, en cuanto a desarrollo espiritual e intelectual, si hubieran prosperado los ensayos iniciados una década atrás¡ Pero aquellas inteligentes mujeres comprendían que áun era época de sembrar, y que más tarde llegaría la hora de la cosecha. Mientras tanto brillaban como una lámpara en el seno de las familias y de las amistades, alimentando con sus enseñanzas a quienes les rodeaban.

No obstante, ese largo silencio femenino sería quebrado nuevamente, aunque no por mucho tiempo, por un fugaz ensayo periodístico,frágil como ella, en el que se expresarían en armonioso consorcio un hombre y dos escritoras, y de éstas, una joven aún pero brillante y madura la otra, cargada de esperanzas y deberes tras mucho deambular. De esa asociación de voluntades nacería, presumido, el semanario La Flor del Aire. Una vez más, un nombre es un mensaje. ¿Podría corresponder ese nombre a una revista escrita por manos masculinas? Rotundamente no. Una revista literaria femenina no podía ser una flor de almácigo, de vivero. Debía ser como era, una flor que se le alimentaba sólo del ambiente, sin raíces en la Tierrra. Su mismo nombre daba carácter al periódico: sería breve y aromático como la misma flor: La Flor del aire.

Su formato apropiado – veintíun centímetros por treinta y uno – distribuía el material den dos columnas muy bien impresas y con variedad tipográfica. Debajo del título se leía: “Periódico literario ilustrado dedicado al bello sexo”. Esta definición nos exime de explicación, con la sola salvedad de que no fue realmente un semanario ilustrado, pues no incluyó ilustraciones, salvo para que se entiendan los figurines que la revista distribuía por separado en algunas entregas, o la pieza musical La forza del destino, de G. Verdi, para piano, por P. Permy, editada en litografía, también distribuida por separado y que fue un verdadero suceso editorial. Como complemento del calificativo literario que daban a la revista los redactores estamparon estas obras específicas: “Literatura –Sátira decorosa- Teatro- Modas-Variedades”. Vale decir, un amplio horizonte de secciones para que la mujer porteña hallara interés. Este programa sería redactado por los redactores fielmente, de modo que La Flor del Aire resumiría en estos temas todo su contenido, aunque en con menor extensión para la sátira decorosa y las variedades.

Hemos hablado de una asociación literaria de tres personas, diciendo que la primera correspondía a un hombre. Mencionaremos ahora que ese hombre decía llamarse Lope de Río y figuraba como director.
Dejemos ahora al director y pasemos a quienes le acompañaban, ya que es compañía no deja de ser interesante a los propósitos que nos guían. Lo primero digno de mencionar es que, exluyendo los artículos escritos por Lope de Río, el resto de la revista estaba en manos femeninas, lo cual correspondía a la declarada vocación feminista de la revista. Lo segundo, no menos importante, es que la colaboración femenina estaba reducida a sólo dos figuras, muy distintas por sus respectivas experiencias personales así como dispares por su su condición social y por el origen de su vocación de escritoras. Las dos, sin embargo, poseían múltiples afinidades y no pocas coincidencias que, lejos de aproximarlas, más bien ocasionó una fría relación. Y si bien ninguna tenía razones profundas para ocultar su nombre las dos lo hicieron tras un seudónimo breve y expresivo. La una, además de recurrir a ese subterfugio utilizó como seudónimo un nombre de varón y la otra en cambio, trocó su verdadero nombre de mujer, eligiendo uno que tenía cierta alusión a los sufrimientos y pesares que padecía. Descubramos pues, la verdadera personalidad de las dos escritoras convertidas en periodistas.

La más joven eligió el seudónimo masculino de “Daniel” y ese nombre no era totalmente desconocido por el público porteño, ya que con él, se había iniciado, o más bien ingresado en la literatura nacional hacía cuatro años, y correspondía a la inteligente y hermosa joven conocida como Eduarda Mansilla. Veinte años tenía cuando en 1860 (1) con el nombre de Daniel dio a publicidad su novela El médico de San Luis, escrita en un estilo y con un fondo desconocido hasta entonces en la escasa producción novelística argentina. Daniel entró así por la puerta ancha, sin anuncios previos, brillante con luz propia, que no se extinguiría. El éxito alcanzado le alentó a seguir escribiendo y poco después retomando por Lavardén incursionó por la historia en la breve novela Lucia Miranda. Diversos artículos periodísticos, reproducidos por distintos diarios dieron alas a su nombre postizo, aunque a la sociedad culta porteña no le era extraña la verdadera identidad de la autora.
Dejamos ahora a Daniel para ir en procura de la segunda colaboradora femenina, la que se ocultaba bajo el seudónimo de Dolores. ¿Y quién era Dolores, esa escritora que, luego de Lope del Rio, ocupaba con sus escritos el mayor espacio de la revista? Ese nombre ocultaba a la escritora y pedagoga Juana Manso, siempre incansable, con la pluma en la mano……….

(1) Cabe aclarar que este dato es un error involuntario del autor. Eduarda Mansilla, nació el 11 de enero de 1834 y cuando comenzó a a escribir en La Flor del Aires, tenía 26 años, estaba casada con Manuel Rafael García Aguirre y tenía dos hijos.

Fragmentos de la obra: PERIODISMO y FEMINISMO EN LA ARGENTINA 1830-1930 cuya autoría pertenece al distinguido literato Dr. Nestor Tomás Auza, publicado por la editorial EMECÉ, en Buenos Aires, en el año 1988.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla y Juana Manuela Gorriti.

En 1875 Juana Manuela Gorriti se apresuró a terminar su nueva novela, Peregrinaciones de una alma triste, a fin de incluirla en la edición de Panoramas de la vida, que se publicó en 1876. Dedicada a las mujeres de Buenos Aires, Peregrinaciones es a la vez el relato de la liberación dramática y auto-descubrimiento de una joven limeña, y una indagación crítica de las condiciones en los paises del Cono Sur de esa época.

La narradora, Laura, le cuenta a una buena amiga cómo huyó de su hogar en Lima, donde moría de tuberculosis, excesivamente mimada y medicada, para lanzarse a una serie de aventuras que le estimularían salud, independencia y participación activa en el bienestar de otros. Viaja por terreno muy variado, desde la sierra a la selva amazónica, donde se disfraza de hombre, “evitando así las dificultades infinitas que las faldas encuentran en todo”.

En ese momento histórico cuando la identidad nacional se estaba definiendo, Laura evalúa el estado de las poblaciones y los problemas de las naciones sureñas, mediante el ejemplo de las amistades que contrae a lo largo de sus viajes. Juana Manuela Gorriti 1818-1892 Mujer de letras nacida en Horcones, campamento fortificado situado en Rosario de la Frontera, provincia de Salta, Argentina, su vida abarcó intensamente casi todo el siglo XIX ubicándola como espectadora privilegiada (cuando no participante) de los acontecimientos que hicieron historia en Argentina, Perú y Bolivia.

Como hija de José Ignacio Gorriti, guerrero de la independencia y opositor de los caudillos, y sobrina del popular guerrillero Pachi Gorriti vivió en carne propia los avatares de la política fratricida. El exilio de sus padres a causa de la enemistad política con el caudillo Facundo Quiroga significó su exilio y la confiscación de todos sus bienes en 1831, y su casamiento con Manuel Isidoro Belzú, caudillo militar de Bolivia que llegó a ser presidente del país y murió asesinado a raíz de una de las tantas revoluciones que dirigiera, son hitos que marcaron su vida.

Instalada con sus dos hijos en Perú, fundó una escuela y convirtió su casa en un salón literario de gran prestigio. Considerada por muchos la principal escritora argentina del siglo XIX –aunque ella reservaba ese sitial para Eduarda Mansilla de García–, Juana Manuela Gorriti mantuvo una intensa relación con sus contemporáneos entre los que se destacan Ricardo Palma y Clorinda Matto de Turner. Sus cuentos y novelas fueron publicados y difundidos en Chile, Colombia, Venezuela, Madrid y París y –luego de la caída de Rosas– también en Argentina . Establecida en 1874 en Buenos Aires se dedicó a recopilar e imprimir su producción y a escribir relatos autobiográficos, como Lo íntimo, editado luego de su muerte, acaecida en Buenos Aires, en 1892. La escritura de Juana Manuela Gorriti, es innovadora del imaginario nacional, en el cual incluye el discurso femenino que construye sobre su propia biografía, entretejida con las incipientes historias nacionales de tres países: la Argentina andina, Bolivia y el Perú.

Su extensa producción incluye el relato La Quena que, aparecida en 1848 es considerada una de las primeras novelas Argentinas. Otros títulos, son Sueños y realidades (1875), Don Dionisio Puch (1869), Panoramas de la vida (1876), Misceláneas (1878), La tierra natal, Perfiles (1892) y Veladas literarias de Lima (1892). Copyright. Stockcero.


Juana Manuela Gorriti.
Publicada por Stockcero, 2006.
Novela. Encuadernación rústica.
ISBN 9871136420. 184 págs.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Christian Bourgois. Brillante editor francés.Tataranieto de Eduarda Mansilla.

Me siento muy feliz celebrando aquí el merecidísimo Reconocimiento al Mérito Editorial, dedicado a mi querido colega Christian Bourgois, uno de los nombres imprescindibles de la edición mundial en los últimos cincuenta años. Empezó como joven y brillante editor en 1959 junto a René Julliard, luego, a su muerte, fundó su propio sello, en 1966, en el seno del grupo Presses de la Cité, que abandonó en 1992, para empezar a los 60 años, junto con su mujer y colaboradora Dominique, como editor independiente, un trayecto bien atípico.

Entre sus muchas iniciativas, una de mis preferidas es el relanzamiento, en 1968, de “10/18”, una colección de bolsillo fundamental para seguir y acompañar todas las turbulencias políticas y sociales a partir de Mayo 68. Un símbolo de la edición de izquierdas en Francia, junto con Maspero, cuya militancia era más añeja, austera y previsible (aunque siempre rigurosa), mientras que “10/18” tenía un espíritu menos encorsetado, más provocativo y vivaz. Y quizá no poco emparentado en espíritu con los Cuadernos Anagrama, que se iniciaron en 1970.

En 1976 Anagrama fue cooptada por varias editoriales más veteranas para fundar un premio internacional para manuscritos, cuyo ganador debía publicarse simultáneamente en siete países. Así sucedió con Cien poemas apátridas de Erich Fried, y luego el premio no pudo proseguir (aunque el intento persistió dos años más), en buena parte debido a las dificultades económicas que provocó el “desencanto” político, el fin de las ilusiones revolucionarias, en casi todos las editoriales del premio, en especial Christian Bourgois, Feltrinelli, Wagenbach, Van Gennep y desde luego Anagrama. En cualquier caso, gracias a esa experiencia, mi relación con estos excelentes editores quedó muy reforzada.

En el caso de Christian, nuestra amistad ha ido creciendo desde entonces, nos hemos encontrado en incontables lugares y ocasiones. Destacaré un rito sagrado: cada año, el viernes de la semana del Salon du Livre, Christian y Dominique “reciben” en su bello y espacioso piso de la rue Talleyrand, “tapizado” con cuadros abstractos de gran formato e innumerables estanterías y pilas de libros, a unas veintitantas personas, en una cena muy informal. Se trata de algunos amigos y familiares, periodistas culturales amigos, así Nelly Kapriélian y Fabrice Gabriel, de Les Inrockuptibles, o Michel Braudeau, director de La Nouvelle Revue Française, y los autores de Bourgois del país invitado al Salón. Como colegas fijos, Inge Feltrinelli, Lali y yo, y más esporádicamente Klaus Wagenbach, Morgan Entrekin, o el superagente Ed Victor. Entre otros muchos autores hemos compartido cena con Allen Ginsberg, Lobo Antunes, Martin Suter, Tabucchi, Vila-Matas o Bolaño, y también con personajes singulares, como Malcolm McLaren, el “inventor” de los Sex Pistols (que quería “vender” su autobiografía, no escrita entonces ni ahora, bastantes años después), o Sonia Rykel, cuya hermosa tienda de modas, en el Boulevard Saint-Germain, exhibe unos escaparates en los que se encuentran siempre los libros más sofisticados, exquisitos y secretos.

Y, hablando de familiares, una mañana vi al extenso clan de Christian Bourgois en todo su esplendor. Hace unos años, Jacques Chirac, el presidente de la República francesa, le impuso la condecoración de Commandeur de la Légion d’Honneur en el palacio del Elíseo. Fue una ceremonia solemne, con varios condecorados en diversos grados, y Chirac, con la mejor retórica francesa, dedicó a cada uno su particular discurso. Por cierto, Chirac había sido condiscípulo en Sciences-Po de Bourgois, quien, con cierta coquetería, decía que Chirac fue el tercero de la clase y él el segundo. En el acto estaba, como he dicho, toda la extensa familia de Christian, sus varias esposas, hermanos, hijos, hijas, nietos, nietas, e Inge Feltrinelli, Lali y yo como amigos adosados.

Por cierto, Christian se desplazó a Barcelona cuando me concedieron el título de Commandeur des Arts et des Lettres, para, como condecorado, condecorarme en el Instituto Francés. Y en la fiesta de los 30 años de Anagrama, celebrada en una carpa levantada en el Parque de la Ciudadela, amenizada con una enorme tormenta, Christian Bourgois y Carmen Martín Gaite fueron los oradores que presentaron el acto. Oradores casi inaudibles frente al estrépito de los truenos y el diluvio descomunal.

Además de nuestra relación amistosa, la sintonía editorial es muy evidente, son muchos los autores comunes que hemos publicado. Así, el trío de la generación beat, Ginsberg, Kerouac y Burroughs, y el cuarto mosquetero, Cassady, el D’Artagnan casi ágrafo, la “musa” de todos ellos. También Fante, Brautigan y Patti Smith, o Saki, Martin Amis, Kureishi y Anthony Powell, con las doce novelas de su espléndida Una danza para la música del tiempo, o nuestro querido Gombrowicz. Y tantos otros, como dos personajes tan singulares y geniales como Copi y Topor, que fueron mis primeros contratos con Christian Bourgois; luego ha sido él quien ha adquirido los derechos de tantísimos autores de Anagrama.

Por eso, aquí, en Guadalajara, quiero destacar especialmente su vinculación con la literatura en lengua española, que empezó en los primerísimos sesenta con El coronel no tiene quien le escriba, de un casi desconocido García Márquez, y en 1966 con Borges.

Pero ha sido en los últimos diez años cuando dicha presencia se ha intensificado hasta el punto de que el sello Christian Bourgois puede considerarse el más atento a nuestras literaturas, y posiblemente el más sagaz, de toda la edición internacional. Así, encontramos a autores como Pombo, Vila-Matas, Tomeo, Barba, Alberto Méndez o los latinoamericanos Bolaño y Alan Pauls, todos ellos propuestos por Anagrama. Y también a Vázquez Montalbán, Juan Marsé (y muy pronto su hija Berta), Isaac Rosa, o Piglia, Aira, Fadanelli, Solares, Prieto, Tabarovsky. O bien Atxaga y Cabré, traducidos del euskera y del catalán, y si nos desplazamos a Portugal, nada menos que Pessoa y Lobo Antunes. No quiero dejar de comentar que, en una entrevista reciente, Christian subrayaba que Vila-Matas y Bolaño eran dos de las glorias de su editorial, y que “la publicación próxima de 2666, la gran novela póstuma de Bolaño, un libro de más de mil páginas, es para mí un privilegio inmenso”.

Aunque sólo fuera por esta especial atención, tan provechosa, porque Francia sigue siendo, como se sabe, la mejor caja de resonancia para otras posibles traducciones (como analizó muy bien Pascale Casanova en La República mundial de las Letras), Christian Bourgois merecería sobradamente este galardón. Pero, obviamente, es sólo una parte de su obra como editor, una labor para la que considera imprescindible, como muchos de sus colegas, la supervivencia de las buenas librerías.

Christian afirma a menudo: “Mi vida es mi catálogo” y, como se escribió en Livres Hebdo, es “un hombre que acompaña nuestros deseos de lectura desde hace casi medio siglo”. Una ratificación de su forma de entender el trabajo editorial, basada en la duración, en resistir, de acuerdo con su declaración: “Publico el mismo tipo de libros, el mismo número, desde hace muchos años” (sin desalentarse, con tenacidad y coherencia). Lo saben los autores a quienes tantas veces ha acompañado a lo largo de su carrera, lo saben los libreros, lo saben los críticos literarios, y lo sabemos sus colegas que tanto le admiramos.

Jorge Herralde
Homenaje a Christian Bourgois
en ocasión del Reconocimiento al Mérito Editorial
Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México
26 de noviembre de 2007

Eduarda Mansilla: reeditan una obra de una escritora pionera

Ana Prieto ESPECIAL PARA CLARIN

Eduarda Mansilla fue una de esas fascinantes mujeres cosmopolitas del siglo XIX.
Nacida en un entorno en el que nada le faltó (fue sobrina de Juan Manuel de Rosas e
hija del militar y político Lucio Norberto Mansilla), gozó de comodidades, belleza y
una privilegiada educación. Y formó en las líneas fundadoras de la literatura nacional.

Aunque en un principio escribió bajo el seudónimo de "Daniel", se dio el gusto de ser
publicada, traducida y elogiada en vida: logró conmover a Sarmiento y a Víctor Hugo,
entre otros. Pasados más de 70 años desde su última edición, en 1933, acaba de salir
una edición académica de su obra Lucía Miranda, a cargo de María Rosa Lojo.

Hace años que esta escritora e investigadora del Conicet trabaja con la literatura de
Eduarda Mansilla. En 1999 publicó la novela Una mujer de fin de siglo, inspirada en
su vida. Y ahora dirigió el equipo que, tras cinco años de estudio y búsquedas
biográficas y bibliográficas, lanzó Lucía Miranda. Se trata de un mito rioplatense sobre la cautiva española pretendida por dos caciques que Mansilla rescató en forma literaria en 1860 y reeditó (con su nombre y apellido) en 1882. La última impresión de esta novela data de 1933 y hasta hoy era prácticamente imposible conseguir un ejemplar.

En la introducción a esta nueva edición se aborda la vida, la obra y el contexto histórico de Mansilla, además de la trayectoria del mito de Lucía Miranda, que vio la luz en las crónicas de Ruy Díaz de Guzmán en 1612 y que luego fue recreado por historiadores, dramaturgos y novelistas. La edición también cuenta con un glosario, epístolas entre Mansilla y Vicente F. López, críticas de la época y anotaciones historiográficas. Lojo y su equipo se ocuparon además de cotejar la primera versión de Lucía Miranda, que apareció en 1860 por entregas en el diario La Tribuna, con el libro de 1882. Eduarda tenía sólo 26 años cuando lo escribió.

"A pesar de su juventud", comenta Lojo, "contaba con una vasta enciclopedia cultural y se documentaba en las fuentes de que disponía en su época. Esta novela fue una apuesta muy ambiciosa, de intrincada textura narrativa, donde se registran incluso relatos dentro de relatos". Lojo dice que las escritoras decimonónicas siguen siendo marginales al canon y si bien hoy existe un movimiento para rescatarlas "todavía no se las incluye en la categoría de "clásicos", lo que ayudaría a reeditar sus obras".

¿Cómo era la literatura de las mujeres
argentinas de la época? Según Lojo: "Dentro de sus diferencias individuales, las autoras ofrecen una mirada alternativa a la masculina, cristalizada en textos como Amalia o La cautiva. Su posición frente a las guerras civiles, aunque unas sean unitarias (Gorriti) y otras federales (Mansilla) es más compleja y menos tajante y también se ubican de una manera más humanizadora ante las etnias no blancas".

Lojo se está preparando para reeditar el libro de cuentos para niños que escribió Mansilla. Pocos lo saben, pero fue el
primer libro nacional en su género.

Fuente: Clarín.com, 30 de mayo de 2007

viernes, 5 de diciembre de 2008

Primeras autoras argentinas. Eduarda Mansilla y Rosa Guerra

Por Ernesto Schoo

Como de costumbre, hojeando la Historia del teatro argentino de Beatriz Seibel, en busca de material para esta columna, tropezamos con una serie de datos referidos a un tema que merece ser evocado. ¿Quién fue la primera autora teatral argentina de la que se tiene noticia cierta? Se llamaba Rosa Guerra, y en 1862 publicó Clemencia , drama en tres actos y en verso, dedicado al presidente Mitre. Diez años antes, se cree, habría dirigido el segundo periódico escrito en la Argentina por mujeres, La Camelia , en cuyo primer número, al saludar a los colegas varones, se asegura que "sin ser niñas ni bonitas, no somos viejas ni feas". Lo cual provoca una respuesta de dudoso ingenio en el semanario satírico El Padre Castañeta , de Miguel Navarro Viola y Benjamín Victorica: "Y hasta habrá tal vez alguno/ que porque sois periodistas/ os llame mujeres públicas/ por llamaros publicistas".

Doña Rosa debe de haber sido todo un personaje, en tiempos de sumisión femenina al predominio patriarcal: fue maestra desde los 13 años de edad y también en 1862 fundó una revista, La Educación . Con el seudónimo de Cecilia, escribía en La Tribuna , LA NACION Argentina y El Nacional . En 1860 había publicado una novela, Lucía Miranda ; en 1863 se editó su libro de lectura para niñas Julia, o la educación(en forma de cartas entre madre e hija) y en 1864, año en el que muere soltera, un volumen de poemas,Desahogos del corazón .

También la leyenda de Lucía Miranda inspiró a otra singular escritora argentina del siglo XIX: Eduarda Mansilla de García (1835-1892). Sobrina de Juan Manuel de Rosas, era hija de una hermana de éste, Agustina, considerada la mujer más hermosa de su época, y del militar Lucio Mansilla. Su hermano fue Lucio V., el autor de Una excursión a los indios ranqueles y de las justamente famosas Causeries . En 1860, Eduarda Mansilla, que a los 20 años se había casado con un muchacho de familia unitaria, Manuel Rafael García, publica en La Tribuna el folletín Lucía , y le editan una novela, El médico de San Luis . En 1863, con el seudónimo de Alvar, escribe en el semanario El Alba dos artículos sobre educación musical. Al año siguiente y en otro semanario, La Flor del Aire , con el seudónimo de Daniel, reseña las actividades teatrales y musicales de Buenos Aires, y reclama la creación de conservatorios de música y actuación, y una ley protectora del teatro nacional.

Eduarda será una prolífica escritora. Radicada en Francia, donde su marido representa a nuestro país, presenta allá, en 1873, Similis Similibus (el lema de la homeopatía), "proverbio en un acto", dedicado a su hija Eda. Estrenado en París, en francés, llega a un escenario porteño en 1884, traducido por Lucio, hermano de la autora. Quien también le traducirá (para ser publicada como folletín en La Tribuna porteña ) una novela que su hermana escribió y editó en Francia, en 1869, Pablo, ou la vie dans les pampas .

En 1879 volvió Eduarda a Buenos Aires y dos años después estrenó en el teatro Alegría La marquesa de Altamira , en tres actos y un prólogo, por una compañía española. Dato curioso: se la representa simultáneamente en italiano por el elenco de un tal Morelli, en la Opera. En 1884, la señora de García regresa definitivamente a Francia. Será la bisabuela de una dinastía de editores franceses, los Bourgois (1) , dato averiguado por Edgardo Cozarinsky, intrigado por el nombre de uno de ellos, Jean-Manuel.

Juana Manso de Noroña (1819-1875), la amiga entrañable de Sarmiento, escribió en 1864 un drama histórico en cinco actos, La Revolución de Mayo . Pero la primera autora representada fue Matilde Cuyás (1859-1909), que dedica un drama en tres actos a Avellaneda, Mitre y Alsina. El Correo Español del 30 de noviembre de 1877 informa acerca de una obra "de una señorita argentina", que fue llamada a escena al final de cada acto y dos veces en el último. "Al igual que Rosa Guerra -concluye Seibel-, Matilde Cuyás muere soltera, pese a ser bella, elegante e inteligente y autora celebrada por los escritores de su tiempo, algunos de los cuales le dedican sus obras."

(1) Se trata de Christian Bourgois, uno de los mas destacados editores de los últimos años. Empezó muy joven en 1959, destacándose muy pronto como un editor brillante, junto a René Julliard, luego, a su muerte, fundó su propio sello. En el año 1966, en el seno del grupo Presses de la Cité. Posteriormente en el año 1992, comenzó a los 60 años, junto con su mujer y eficaz colaboradora Dominique, como editor independiente, una trayectoria muy destacada.

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Sábado 7 de junio de 2008 | Publicado en edición impresa.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla. Genio y figura

Por María Rosa Lojo.

Corren los años del segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas. Se ha hecho de noche en Buenos Aires y es hora de acostar a los niños. Aquí se trata de dos hermanitos, varón y mujer, que duermen en el mismo cuarto, con las camas decorosamente separadas por una mampara. Dos antiguos esclavos de la casa, el tío Tomás y la tía María, se ocupan de la tarea. Nunca ha sido fácil convencer a los chicos para que se duerman –ni siquiera en tiempos que desconocían las tentaciones televisivas o cibernéticas--. La tía María apela a la persuasión de los terrores políticos presentes: “Dormite, dormite hijita, mirá que si no ahí viene Lavalle a comerte”; el tío Tomás prefiere recurrir a la ultratumba, y evoca a los fantasmas que han quedado presos en las mazmorras de la vieja ciudad colonial. Cuando ambos se van, la niña pregunta, como si tal cosa, “ –¡Che, Lucio! ¿Estás durmiendo? Yo no he oído nada.” Su hermano mayor, con la cabeza bajo los cobertores, contesta, sin embargo: “–Callate....no hablés, que tengo miedo y me ahogo, y ahora no más entra mamita (esto era lo más temible)”.

El niño miedoso de esta anécdota (recogida en sus Memorias por Lucio Victorio Mansilla, el de los indios ranqueles), terminaría convertido, muchos años más tarde, en consumado duelista, y construiría con empeño una autoimagen heroica y una brillante literatura por sobre los fantasmas, siempre latentes, de sus angustias infantiles. Su hermana y compañera de cuarto, la valerosa Eduarda, también futura escritora, no lo necesitaba. Nunca temió ni al general Lavalle --ogro de los niños federales, por lo que se ve--, ni a la imponente belleza y firme carácter de “Mamita”, esto es, doña Agustina Ortiz de Rozas de Mansilla: “–¡Zonzo, flojonazo!–continuaba ella.”

Quizá por eso sus libros, que juegan con el miedo y lo desafían, abundan en mujeres de coraje. Como su Lucía Miranda, que –siguiendo el mítico episodio de Ruy Díaz de Guzmán, entonces considerado histórico— llega a las Indias con la expedición de Sebastián Gaboto, desarma las argucias de un hechicero timbú y enfrenta la muerte con ánimo inquebrantable. O Micaela, la madre de Pablo, que marcha sola a Buenos Aires para pedir justicia y evitar que el único de sus hijos que ha sobrevivido a las guerras civiles sea, también, ejecutado.

No es casual tampoco que, en El médico de San Luis (1860), su primera novela publicada, incluya una verdadera proclama a favor de la “autoridad maternal”. No era, por cierto, esa clase de autoridad lo que había faltado en la familia materna de Eduarda Mansilla. Ante su abuela, doña Agustina López de Osornio, se arrodilló para pedir perdón por una falta nada menos que Juan Manuel de Rosas, su hijo mayor, cuando ya era omnímodo Gobernador de Buenos Aires (así lo cuenta Lucio V. en “La madre y el hijo”). Criada en un entorno de mujeres fuertes, con opiniones propias, capaces, algunas (como su tía Encarnación y su prima Manuelita), de una eficaz ingerencia en los asuntos públicos, Eduarda, a diferencia de Victoria Ocampo (con quien tantas otras afinidades tiene, empero), no parece haber padecido mayores “complejos de género”, ni tampoco de “inferioridad geopolítica”. Criolla y cosmopolita, como su hermano Lucio, pudo sentirse tan cómoda en los campos de Buenos Aires como en los salones neo imperiales de París, y logró escribir, desde una novela de costumbres, de innovador lenguaje coloquial (El médico de San Luis), hasta una novela rural argentina en un francés impecable (Pablo, ou la vie dans les Pampas) para que los franceses (y con ellos todos los europeos) comprendieran que la “barbarie” no era privativa de la América del Sur, sino de la condición humana, también en el Viejo Mundo. Polemizó constantemente en sus textos –para desacreditarlas-- con las series de oposiciones positivo-negativas “civilización/ barbarie”, “unitarios/ federales”, “ilustrados/ bárbaros”, “europeos/ americanos”, “ciudad/campaña”.

EDUARDA MANSILLA: UNA VOZ FEMENINA PARA LA NACIÓN MODERNA. Publicado por la revista "Todo es Historia"

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla. Gauchos, indios, negros. Mujeres, niños.

Por María Rosa Lojo.

Atraviesa la obra de Eduarda Mansilla una permanente preocupación por lo que puede llamarse, al estilo anglosajón, la “minoridad”: los grupos subordinados por razones étnicas, culturales, etarias y de género. Entre mujeres, niños, gauchos, indios, afroargentinos, hay vasos comunicantes bajo las diferencias de superficie: a todos ellos se los considera, en la sociedad de la época, más cerca de la naturaleza que de la cultura, vecinos a lo caótico e irracional o sumergidos en él, todos tienen sus derechos restringidos, y no gozan de plena autonomía. Todos están, de algún modo, del lado de la “barbarie”.

La narrativa de Eduarda Mansilla se sitúa en la perspectiva de los presuntos “bárbaros” para ver en ellos, antes bien, las marcas de la opresión y de la exclusión. Y esto antes que su hermano Lucio y que José Hernández, desde El médico de San Luis, donde la desdichada historia del gaucho Pascual se refuerza con el alegato dirigido a los legisladores desde la voz narradora para denunciar la “barbarie de la civilización” contra los desposeídos: “Acusáis en vuestra vanidosa ignorancia al gaucho de cruel y sanguinario; acaso os creéis vosotros de otra raza, de otra especie; olvidáis lo que es ese gaucho, a quien medís con la vara de vuestra justicia, igual para uno de vuestros hijos, que para uno de esos desgraciados, que jamás oyó pronunciar esa palabra justicia, sino con el terror que a ellos les inspira la fuerza...”. En las obras de Eduarda hay gauchos unitarios, como su héroe Pablo (enamorado de la hija de un estanciero federal y correspondido por ella). Y los unitarios pueden ser instruidos y compasivos, como el comandante Vidal, pero también brutales, como el coronel Moreyra (alias “El Duro”), despiadado y analfabeto, que mandará fusilar arbitrariamente a Pablo. La gran ciudad resulta un desierto peor que el de la Pampa para el menesteroso sin amigos ni influencias. Y, en fin, la narradora niega la “barbarie” como estereotipo de la condición latinoamericana, sin dejar de recordarles admonitoriamente a los europeos que también ellos han sido bárbaros, y que lo son todavía, hasta extremos no alcanzados por los gauchos vernáculos. En suma --concluye— los numerosos inmigrantes europeos que la Argentina recibe llegan a ella sin duda huyendo de males que aquí se desconocen.


La consideración del aborigen oscila más: desde el héroe sensitivo, dotado de nobles cualidades susceptibles de cultivo (Marangoré, en Lucía Miranda), o la comunidad que recibe a los expulsados del injusto orden “civilizado” (El médico de San Luis), al invasor feroz que roba y devasta (Siripo, o el cacique ranquel de Pablo...). Pero aun en este caso no se exime de cierta responsabilidad a los cristianos: o porque no han sabido prever la tragedia y amparar a tiempo, absortos en su afán de gloria y aventuras (Lucía Miranda) o porque complican a los aborígenes en sus guerras, haciéndolos instrumento de sus venganzas contra el partido opuesto (El médico de San Luis, Pablo...); tampoco falta la cautiva que prefiere quedarse con su captor antes que regresar con su marido (la mujer del capataz, en Pablo...).

Los afroargentinos adquieren en su obra una visibilidad de fuertes acentos reivindicatorios: Rosa, la nodriza de Dolores, en Pablo, ou la vie dans les Pampas, es la única madre que la hija del estanciero federal ha conocido. Similar función cumple la tía Jacoba, “mama negra” de Juanita, la niña inválida de “La paloma blanca”. E inolvidable es el “tío Antonio” de los Cuentos, cuyos amos ingratos aceptan su trabajo y sus dádivas “como un derecho, sin darse cuenta siquiera del cruel egoísmo” en el que incurren.

Pero tal vez el mayor aporte de la novelista radica en haber enfocado desde dentro el otro lado de la épica gauchesca, del coraje viril: la lucha inadvertida de las mujeres, condenadas al abandono y a la espera de los hombres que parten a la guerra, así como a la ignorancia que las priva de la educación más elemental y las convierte en “parias del pensamiento”, “almas prisioneras” “verdaderas desheredadas” sujetas a las “luchas desgarrantes de las pasiones humanas”, sin contar con las herramientas culturales para comprenderlas y dominarlas. Destinadas a vivir en función de los varones, y privadas de lo único que en la sociedad da sentido y objetivo a sus vidas: la maternidad, muchas heroínas de Eduarda encuentran en la locura la única reparación posible, sin cejar en un reclamo ya inútil de justicia por los hombres o los hijos que les han arrebatado.

Era necesario, para Mansilla, arrancar a la figura materna de su paralizadora asociación con el atraso, la rémora, las convenciones. Aunque lejos todavía del sufragismo, confiaba profundamente en la capacidad femenina para educarse y para educar y no dudaba en exigir ese derecho. Como Harriet Beecher Stowe, creía en el poder de la “revolución doméstica”. Desde la cocina o desde la sala, la dueña de casa podía y debía constituirse en eficaz formadora de costumbres, ejerciendo una acción educativa basada en la tolerancia y la justicia, lo único capaz de evitar las guerras intestinas. Su recreación de Lucía Miranda, lejos de presentarla como mera víctima pasiva, le adjudica un papel regulador y transformador, de gran proyección simbólica. El afán de Mansilla no es meramente arqueológico sino prospectivo: señala el posible papel futuro de las mujeres en la nueva Argentina que ansía convertirse en una república moderna. Así, lo que se privilegia en su relato no es la trágica situación final de Lucía, cautiva, sino su aptitud como lectora y educadora, portavoz de una tradición cultural, introductora de valores morales y estéticos, y de prácticas técnicas. Ya en las Indias, es la primera en actuar como lenguaraz o intérprete. También media en los conflictos internos surgidos en el contingente español, busca el acuerdo por sobre las rebeldías, anima y conforta. La novela coloca en primer plano la función didáctica y persuasiva de la conversión, desplazando a la función épica que exige la sumisión y destrucción del “otro”, aniquilado como tal. El sujeto heroico masculino –guerrero- cede su tradicional protagonismo ante un sujeto mujer que combina rasgos de heroísmo moral (Lucía animando a Sebastián desde la hoguera) con un liderazgo basado en el poder de la palabra. El “prestigio social” negado universalmente a las funciones desempeñadas por mujeres (Pierre Bourdieu), sean ellas cuales fueren, se vuelca sin retaceos sobre Lucía Miranda.

Esta novedad de la novela de Mansilla con respecto a la Argentina manuscrita (c.1612) de Ruy Díaz, también la diferencia de la novela homónima contemporánea (1860) de Rosa Guerra, donde el modelo femenino es más acentuadamente sumiso y convencional, pues su excelencia ética se mide ante todo por la capacidad de sufrimiento. Mientras que en el texto mansilliano se destacan las cualidades activas de Lucía (inteligencia, astucia, entereza, desenvoltura, valor heroico), Guerra se concentra sobre la triste gloria del martirio. Por lo demás, en Mansilla, la enseñanza de Lucía deja semilla en la joven aborigen Anté, que junto a su amado Alejo, español, escapará de la masacre final del Fuerte Sancti Spiritu para fundar una nueva comunidad mestiza. Si la pasión de los caciques por Lucía tiene un previsible final catastrófico, ello se debe no tanto a motivos raciales, sino, sobre todo, a que se trata de una pasión por la mujer casada y prohibida, y por lo tanto se halla condenada (en la moral ejemplarizante de la novela romántica rioplatense) a la tragedia. No es un dato menor que –a través de la toponomia y la onomástica— diversas parcialidades indígenas argentinas estén representadas en los simbólicos timbúes de Lucía Miranda, muchos de los cuales llevan nombres mapuches y ranqueles. Para Mansilla (por otra parte, descendiente por vía materna de los mismos ancestros que Ruy Díaz de Guzmán: Domingo de Irala y su concubina indígena Leonor) está claro que los aborígenes han sido los co creadores de la sociedad criolla, y por lo tanto no tendrían que verse, en la Argentina de 1860 que aspira a la modernidad, como elementos extraños que deben, sin más, ser extirpados del cuerpo nacional.

EDUARDA MANSILLA: UNA VOZ FEMENINA PARA LA NACIÓN MODERNA. Publicado por la revista "Todo es Historia"

martes, 2 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla. Una mirada académica sobre "La Lucía Miranda"

La reedición del libro, a cargo de María Rosa Lojo, pone en perspectiva el mito de origen rioplatense sobre una cautiva española que fue disputada por dos caciques. El mismo había sido retratado en la novela de Eduarda Mansilla, en 1860.

Una reedición académica de la novela "Lucía Miranda", a cargo de María Rosa Lojo, vuelve a poner en perspectiva este mito de origen rioplatense sobre la cautiva española disputada por dos caciques que fue retratada en la novela de Eduarda Mansilla en 1860.

"La novela alude a ’La Argentina manuscrita’ (1612), de Ruy Díaz de Guzmán, en la que aparece por primera vez la historia de Lucía Miranda, una cautiva que supuestamente era blanca, aunque el punto de vista historiográfico y el sentido común nos indican otra cosa", subrayó Lojo en una entrevista con Télam.

Las primeras cautivas, dijo la investigadora, "debieron ser las indígenas, tomadas por los españoles como botín o como prenda de alianza". A partir de trabajar en la obra de Lucio Mansilla, surgió el interés de Lojo por Eduarda, una de las olvidadas escritoras del siglo XlX, "Y que presenta algunos rasgos de colectivo de género", apuntó la ensayista.

"Por ejemplo, la oposición a las guerras civiles: tanto federales como unitarias concuerdan en que las guerras han desangrado el país. Es una literatura en la que hay amistades entre mujeres de diferentes bandos, aparecen amores entre enemigos, cosa que no se ve en la literatura de varones", indicó.

Estas escritoras, analizó la investigadora, "retoman lo que se considera hoy lo subalterno, los grupos étnicos y culturales no blancos. Los aborígenes y afro aparecen en esta literatura con otra imagen".

"En general, la literatura argentina no fue indigenista: barrió al indio del imaginario nacional fundador. En cambio, estas escritoras lo ubican desde otro ángulo.

Y Lucía Miranda tiene mucho que ver con esto", consideró Lojo. Al frente de un equipo integrado por Marina Guidotti, Hebe Molina, Claudia Pelossi, Laura Pérez Gras y Silvia Vallejo, Lojo presenta en esta obra -publicada gracias a un proyecto de investigación plurianual del Conicet- un perfil acabado sobre Eduarda Mansilla, una escritora recreada en su novela "Una mujer de fin de siglo" (1999), que también acaba de reeditarse.

Además, el texto incluye un análisis del contexto histórico en el que se desenvolvió Mansilla, epístolas entre la escritora y Vicente Fidel López, anotaciones historiográficas, un glosario y un rastreo del mito de Lucía Miranda, desde que irrumpe en 1612.

El mito tiene una larga descendencia: lo retoman primero los historiadores jesuitas, después surge en el "Siripo" de Manuel de Labardén, pero no se sabe cómo porque el manuscrito se perdió en el incendio del teatro de la Ranchería.

Y en 1860 Eduarda Mansilla y Rosa Guerra sacan dos novelas sobre el mismo personaje. ¿Qué ha ocurrido con estas mujeres que se ponen a escribir sobre lo mismo?.

Es un año bisagra entre Cepeda y Pavón donde se esta disputando cómo se va a constituir la Argentina moderna. "Las escritoras que escribían en periódicos y revistas se preguntaban por el papel de las mujeres en ese nuevo país, no eran sufragistas pero coincidían todas en exigir que se les diera lustración, educación, que se las reconociera como personas", señaló Lojo.

El rasgo más notable de la novela de Mansilla es el personaje de Lucía: un mujer bastante excepcional para su tiempo, hija de un hidalgo español y de una morisca que ha sido educada por Fray Pablo que viaja a las Indias como misionero.

Enamorada y casada con Sebastián Hurtado llegan los dos juntos con la intención de arraigarse y encontrar un nuevo mundo: "Lucía juega un papel de integradora de mundos", explicó Lojo.

En la Lucía de Mansilla "hay un retrato del cacique Marangoré como un héroe romántico que tiene una capacidad de sacrificarlo todo por el amor que lo acerca a la visión femenina.

Estos dos personajes, el supuesto bárbaro y la mujer, se avecinan en la inteligencia emocional. Una visión muy particular".

"Además hay desde la voz narradora una especie de lamento exaltado por ese personaje que en definitiva es un ser libre, un hijo de la naturaleza. Marangoré resalta por sus aspectos nobles y su gran belleza física; como contrafigura Siripo, el otro cacique, es inteligente y astuto pero horrible. Menos dotado que su hermano mayor lo envidia y cela. Recrea el mito de Caín y Abel", aseveró.

"De lo que no hay dudas en esta novela es que la Argentina se construye de retazos porque si bien el amor de Marangoré y Lucía es imposible -porque está casada y esta situación no se puede convalidar en la novela romántica rioplatense-, hay una pareja sobreviviente formada por un soldado español y una muchacha aborigen.

Ambos emergen como los fundadores de la nueva sociedad", concluyó Lojo

Fuente: Télam 1/6/2007

lunes, 1 de diciembre de 2008

Eduarda Mansilla. ¿Los bárbaros yankees?

Pero no es en una sociedad hispanoamericana donde Eduarda Mansilla encuentra algo cercano a su utopía educadora femenina, sino paradójicamente, sino en un país distante sobre el que ella ha volcado una mirada mucho más crítica que la exaltación sarmientina. Eduarda sabe elegir, en una sociedad que le parece, en otros aspectos, de craso pragmatismo y gustos vulgares, aquello que podría renovar positivamente la vida criolla.

Es que la Yankeeland evocada con ironía en Recuerdos de viaje, también resulta ser el país por excelencia de la autodeterminación y la autoestima femeninas: “La mujer americana practica la libertad como ninguna otra en el mundo, y parece poseer una gran dosis de self-reliance”. Dos son sus ámbitos, que parecen opuestos, pero que, desde el análisis de Eduarda están unidos por un hilo secreto. Las solteras tienen la calle, la vida pública, el desprejuiciado flirt.

Las madres reinan en el home. Las muchachas yankees tienden a adornarse en exceso, y a pesar de ser delgadas, comen y beben también en abundancia (“como héroes de Homero”) manjares no precisamente delicados (leche y tortugas de tierra en vez de crema y plantillas).



Pero esta desmesura “antifemenina” las lleva también hacia ámbitos vedados para las mujeres de otras culturas: los viajes, que pueden emprender sin compañía, la libre elección amorosa, la frecuentación personal no vigilada durante los noviazgos o relaciones sentimentales, la posibilidad –sin deshonra- del divorcio; el trabajo profesional. Frente al divorcio, Eduarda (que en el momento de la escritura estaba en la práctica separada de su marido), insinúa una simpatía o comprensión prudentes: “La familia, tal cual hoy existe –predice con clarividencia- habrá de pasar, a mi sentir, por grandes modificaciones, que encaminen y dirijan el espíritu de los futuros legisladores, para cortar este moderno nudo gordiano.” Ante el trabajo profesional femenino no encuentra sino elogios. Es el ansiado reemplazo de la “cruel servidumbre de la aguja” por la libertad de la pluma. No parece mucho, para el criterio actual, lo que esas reporters norteamericanas habían logrado: encargarse de los artículos edificantes en los periódicos dominicales, traducir los anticipos de nuevos libros extranjeros, ser cronistas de modas en las fiestas sociales. Sin embargo, tales funciones pagas (a las que no accedían entonces las literatas porteñas) tienen para Eduarda un alcance sutil: el de constituirse en formadoras de opinión. “Las mujeres –afirma- influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos e indirectos”, uno de los cuales es el periodismo.

EDUARDA MANSILLA: UNA VOZ FEMENINA PARA LA NACIÓN MODERNA. Publicado por la revista "Todo es Historia"